La colonia Carlos Salinas de Gortari resume la problemática de la zona: sobran basura y polvo, faltan hospitales, mercados, escuelas y seguridad
Pese a todo, los niños de la escuela Josefa Ortiz de Domínguez no paran de sonreírFoto José Carlo González
Sisma y Zuri, hijas de la familia Zárate Bartolón, en la única habitación de su vivienda en la colonia Carlos Salinas de Gortari, en Valle de Chalco SolidaridadFoto José Carlo González
Fernando Camacho Servín
Periódico La Jornada
Martes 26 de febrero de 2013, p. 2
Martes 26 de febrero de 2013, p. 2
Sobre la carretera federal México-Puebla, un anuncio herrumbroso salta a la vista con una leyenda salida directamente de los años 90:
Bienvenidos a la colonia Carlos Salinas de Gortari.
Llama la atención ver en medio del camino el nombre de uno de los ex presidentes más polémicos y criticados del país, pero rendirle homenaje de esta forma tuvo un sentido práctico en algún momento: llamar su atención para que derramara aquí su bondad.
“Yo le puse así a la colonia. Cuando él era presidente, inauguró en una colonia de aquí al lado un pozo de agua y entonces dije: ‘si a ellos les ayudó, a nosotros también nos va a ayudar’”, cuenta la señora María Isabel Ceballos, fundadora de este asentamiento que alberga a más de 400 familias a quienes hoy les hace falta
casi todo, a pesar de los halagos al nombre de aquel mandatario.
Dicen que en época de lluvias es imposible entrar aquí si no es en microbuses o camiones grandes que puedan sortear los charcos, y aunque la colonia ya tiene más de dos décadas de existencia, parece que todo fuera temporal y apenas tuviera unos meses de construido.
Las hileras de casas achaparradas permanecen sin pintar, en obra negra, dispuestas sin mucho orden en el terregal a orillas de la autopista. Paseando la mirada por aquí puede sentirse la atmósfera anónima y gris de los lugares donde la gente sólo va a dormir, porque no hay mucho más qué hacer.
Justo en la entrada del asentamiento vive Juan Carlos Zárate, en un terreno donde apila los montones de basura que son su medio de subsistencia.
Muchas de las cosas que le han pasado en la vida, repite sin cesar como una muletilla, son
tristes y lamentables. Pero a pesar de todo no se queja, porque dice que Dios nunca lo ha abandonado. La mejor prueba es que no le falta comida –
aunque sea tortillas con salsa– y no le han quitado el terreno donde trabaja de pepenador, separando botellas de Pet que le pagan a tres pesos el kilo.
“Aquí ya tenemos más de 15 años. Nos vinimos de Chiapas porque allá no hay chamba. Es muy triste y lamentable, pero allá trabajábamos ora sí que de sol a sol y nos pagaban 30 pesos al día. Entonces le dije a mi esposa: ‘dicen que en México se gana bien. ¡Vamos a desengañarnos!’”
La colonia se encuentra en el municipio de Valle de Chalco, donde Carlos Salinas lanzó en diciembre de 1988 el programa Solidaridad, antecesor de la actual Cruzada Nacional contra el Hambre, anunciada por el presidente Enrique Peña Nieto, y otros programas similares en sexenios anteriores.
En aquel entonces se invirtieron casi 18 mil millones de dólares para abatir la marginación, según datos oficiales de la Secretaría de Desarrollo Social.
Hoy, 25 años después, más de 58 por ciento de sus 357 mil habitantes viven en situación de pobreza –74 mil de ellas de tipo alimentaria–, de acuerdo con un estudio de 2010 del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval).
No todo es color de rosa
Basta una pregunta para que Juan Carlos se suelte a contar sus penas: las multas que quieren imponerle por contaminar, el miedo de operarse la bola de grasa que tiene en la frente, el dinero que apenas alcanza para frijoles, sopa y tortillas. Pero, sobre todo, la angustia de morir sin dejar una casa a sus tres hijos, a quienes deja solos la mayor parte del día para trabajar.
“Cuando me salen 700 pesos, ora sí que brincamos y bailamos de gusto. Yo trato la manera de sacarlos adelante para que tengan un estudio, para que se den cuenta de qué se trata la vida, cómo es vivir en este mundo, porque no todo es color de rosa. Vivimos como podemos, y nos defendemos panza p’arriba como el gato para sacar el pan”, dice.
Me gustaría que mis hijos tuvieran un terrenito propio donde nadie los vaya a molestar, aunque sea de techo de madera. Sería el hombre más feliz de este mundo. Sería mi último sueño para ellos, dice Juan Carlos con la mirada fija en un montón de basura donde algunos perros famélicos husmean.
La misma idea tiene su esposa, Magnolia Bartolón, quien se lastimó la espalda por acarrear cantidades excesivas de arena cuando estaba en busca de cualquier trabajo disponible. “Alguna fuerzecita hago y ya no la aguanto, porque tengo desviesada la cintura. Pero hago la lucha porque los niños no preguntan si tienes; te dicen ‘dame’ y hay que darles lo que haiga”.
El pepenador y su mujer no son los únicos habitantes de la colonia que sufren carencias. Aunque ya hay algunas casas de tabiques o bloc y muchas ya tienen agua corriente y drenaje, al asentamiento le urge tener energía eléctrica, escuelas, hospitales, mercados, seguridad pública. Y, sobre todo, calles pavimentadas, para mantener a raya a la tierra suelta, que hace dos años se tragó a dos obreros que trabajaban para meter tubería.
Vivimos aquí porque nomás aquí nos alcanzó. Pedimos angustiosamente que nos hagan caso, que nos ayuden nuestros gobernantes. Queremos que nos entiendan, que nos oigan en grande, afirma María Isabel Ceballos sin dejar de estrujarse las manos.
Polvo en El Ejido
En el municipio cercano de Chimalhuacán –también incluido en la Cruzada Nacional contra el Hambre, con 62 por ciento de sus 614 mil habitantes bajo la línea de la pobreza y 169 mil con carencias alimentarias–, los cerros que marcan la frontera con Texcoco, La Paz y Nezahualcóyotl también son escenario de marginación y precariedad.
Niños en la escuela Josefa Ortiz de Domínguez, de los Ejidos de Santa María Chimalhuacan, estado de MéxicoFoto José Carlo González
El ejido de Santa María Chimalhuacán, ubicado en la punta de uno de ellos, es el hogar de más de 8 mil familias que huyen de las rentas
altasde mil o mil 500 pesos que se pagan en otras zonas cercanas, pero a cambio de vivir sin ninguno de los servicios básicos.
En las más de 35 colonias del ejido, el polvo es la realidad que está presente por encima de todo. Un polvo compuesto por tierra fina y volátil que al paso de los autos se vuelve una nube cegadora, se mete entre los dientes y se agita en densas tolvaneras que pueden verse desde lejos.
Si no fuera por los pocos árboles del camino y las casas en obra negra –donde falta todo, menos antenas rojas o azules de televisión de paga–, ir allí parecería un viaje por el desierto. La foto de un paisaje lunar.
Si nos vinimos a comprar aquí es porque nuestra necesidad no alcanzó para comprar en otro lado, sentencia Adriana Valerio Pérez, quien desde hace seis años es vecina de la colonia Tulipanes, donde la seguridad pública brilla por su ausencia y el menú de los vecinos cada vez prescinde más del huevo o el pollo, demasiado caros para comprarlos con frecuencia.
“Aquí ha habido mucho vandalismo. Entran a robar a las casas y últimamente en los chimecos y en las combis. También quisiéramos un hospitalito por aquí o ya de perdida un centro de salud, y que haiga módulos de patrulleros”, dice la mujer mientras un grupo de niños hace girar una destartalada esfera de metal en el patio de la escuela primaria Josefa Ortiz de Domínguez.
Ahí van más de 100 menores, pero no hay bancas para todos. La luz que ilumina el pizarrón es la que entra por la ventana y el agua es la que sale de un tambo que cada ocho o 15 días algunas pipas del ayuntamiento van a llenarles por 40 pesos.
Tengo 16 alumnos en quinto y sexto año. A veces no ponen atención porque se vienen sin desayunar; por eso hemos hablado con los padres para que les manden algo, aunque sea pequeño, y que se lo coman mientras están en clase, cuenta la maestra Erika Pérez.
El laberinto de Las Tablas
Vivir sin agua desespera. No tener luz enoja. Pero en San Miguel Las Tablas parecen haberse acostumbrado a lidiar todos los días con esas carencias.
A esta colonia perdida del municipio de Valle de Chalco Solidaridad, vecina de la delegación Tláhuac, en el Distrito Federal, sólo puede llegarse con la guía de alguien que conozca el terreno y no se extravíe en este laberinto de escombros, montones de basura, piedras, desniveles, baches y polvo.
Al saber que unos periodistas habían llegado a conocer el lugar, más de 25 vecinos de Las Tablas deciden reunirse en una esquina y esperarlos. Aunque ya sea tarde y haga frío, todos quieren hablar de sus carencias, invitarlos a sus casas, pedir ayuda, reclamarle a alguien. A quien sea. El enojo y la desesperación casi pueden palparse en el aire.
El agua nos llega muy poco y a veces la toman del antirrábico que está aquí cerca, dice una voz de mujer entre el gentío. “El mercado está muy pior y nada más tiene tres puestos”, se queja otra.
No tenemos trabajo, no tenemos servicios, nos hace falta una clínica, grita una más. Por momentos todos hablan al mismo tiempo, todos quieren hacerse oír.
Este asentamiento irregular, cercano a un canal de aguas negras, existe desde hace unos 16 años pero todavía no hay datos precisos de cuántos habitantes tiene, porque el censo no ha pasado por aquí. Sin embargo, la mayoría tiene credencial de elector y es la primera en ir a votar, esperando recibir a cambio una ayuda que nunca llega.
“¡Que vengan y caminen por aquí, pa’que se den cuenta! En la próxima lluvia queremos que vengas y vas a ver que no vas a pasar, porque el agua te llega hasta aquí, ira”, dice un hombre con voz enojada, mientras se señala la mitad de las pantorrillas.
Cae la noche en Las Tablas. Las únicas luces visibles son las de los focos que iluminan aquí y allá las puertas de las casas, en medio de la oscuridad total.
El frío empieza a lastimar la piel y la familia de Juan Rivera Aguilar se guarece en las casitas de madera, láminas y cartón que ocupa desde hace un par de años junto con su esposa y sus tres hijos de 20, 19 y 15 años, ya todos casados y algunos con hijos.
Con los mil 300 pesos que gana al mes de albañil en el centro de Valle de Chalco, Juan trató de que sus hijos estudiaran algo para que fueran
hombres de provecho, pero se quedaron a la mitad, por lo mismo de que uno no gana bien.
–¿Cree que el hambre sólo esté en Chiapas, Oaxaca y Guerrero?
–No, yo digo que está en varias partes de la nación. En la televisión pasan gente en Chihuahua que sí se ve muy extrema, que no tienen pa’ comer, pero aquí estamos igual. De a cómo veo, yo creo que en todos lados estamos parejos.
(Con información de René Ramón, corresponsal)
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