sábado, 17 de noviembre de 2012

.Crónica: la loca loca carrera por el “Buen Fin"

 

MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- Aquello era lo más parecido a un manicomio: cientos de personas de un lado a otro, ríos de gente por aquí y por allá; hordas completas de compradores en busca de aprovechar la mejor oferta, en el afán de ser los primeros en adquirir el codiciado artículo, el mejor producto al más bajo precio.
El bombardeo publicitario por televisión, radio, prensa e Internet surtió efecto: miles de personas salieron de sus casas armadas con sus plásticos o de efectivo, o de ambos, para emprender la más feroz caza de ofertas, la que sólo se da una vez al año y que por ese motivo hay que aprovechar.
¡Córrale porque se acaban!, ¡Aproveche las ofertas porque sólo será por cuatro días! ¡No deje pasar esta oportunidad! ¡Doce meses sin intereses! Hay de todo: para el niño, la niña, el joven, la mamá, el papá, el abuelo, la abuela, ¡para el perro!
Puede ser cualquier centro comercial del país, no importa el nombre rimbombante, la escena se repite sin mucha variación este fin de semana cuando las grandes tiendas echan toda la carne al asador para atraer compradores y se valen de lo que sea.
Y ellos responden. Van por la pantalla de plasma, por un nuevo refri, por el más novedoso smartphone; se apresuran, hacen largas filas, empujan y se sienten victoriosos, triunfantes, orgullosos cuando salen oliendo a nuevo con sus cajas y sus bolsas.
Aquellos pasillos comerciales que durante un día común lucen vacíos y fríos ahora están repletos. Se dificulta caminar. Las escaleras eléctricas parecen invadidas por una extraña plaga que va de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba.
Familias enteras acuden a la expedición de ofertas convencidas de que harán la mejor compra, convencidas de que el gran almacén les pondrá en rebaja el artículo que ansiaron todo el año, convencidas de las bondades del “Buen Fin”.
Es un remolino: una pareja brinca al empleado de limpieza que se esmera en pulir el piso. Desconocidos chocan entre sí en los reducidos espacios de la tienda, pero no importa porque es una ocasión especial.
Los niños saltan de alegría y jalan el vestido a su mamá para que les compre su videojuego o su tablet favorita, el más novedoso, el más caro o el que se ajuste al presupuesto.
De todo se ve: damas elegantes, caballeros formales, informales; jovencitas con el novio, de mano sudada, parejas amorosas… hasta compradores solitarios.
En los complejos comerciales el ambiente se impregna y mezcla de perfumes que van y vienen, de personas que se rinden ante los escaparates más atractivos.
Pero nadie parece notar que las víctimas son los cajeros de los grandes almacenes que ven multiplicada su carga laboral ante el alud de clientes que llegan por todas las entradas. Agobiados por las quejas del cliente remolón o la mercancía mal marcada.
“¡Mi amor, yo quiero la sala, está baratísima! ¡ándale!, ¿sí?”, dice la esposa a su atribulado marido, quien enfrenta la disyuntiva de comprarla o reemplazar las llantas lisas de su automóvil que parecen un melón raspado.
¡Lo necesito! El afán por comprar crece por la cercanía de la Navidad, cuando se enternece el bolsillo y se anula la cabeza.
En el Metro, los comerciantes ambulantes también implementaron su “Buen Fin” y venden a los pasajeros desde pingüinos de plástico hasta juguetes a precios accesibles.
En algunos grandes almacenes la carrera por el “Buen Fin” inició de manera peculiar: ofrecieron ponche y botanas a sus clientes con tal de convencerlos de aprovechar las imperdibles ofertas.
Y aunque en las tiendas haya decepciones, pisotones, esperas, gritos e intranquilidad, COMPRAR es el verbo más manoseado este fin de semana.
Nadie, pobre o rico, se queda sin su “Buen fin”.

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