Me avergüenza, también, verlos disminuidos, achicados, por el aleteo del zopilote que, en vez de águila, Felipe Calderón lleva en el pecho. Los intimidó, los satanizó, tal vez hasta los compró el ocupante de Los Pinos. |
Habrá que admitirlo. En la actualidad, el que triunfa es el que carece de vergüenza. Y hoy reconozco que, cuando menos, tres ministros de nuestra Corte de Justicia –quienes ayer votaron en contra del proyecto que demandaba la inmediata liberación de Florence Cassez-- son tres auténticos triunfadores.
A mí sí me avergüenza conocer que, cual se rumora en los propios pasillos del edificio que es sede de ¿la Suprema?, uno de esos tres ministros recién recibió 10 millones de dólares por su complicidad criminal con un delincuente que “lava” muchos más millones en sus empresas de outsourcing, con el que otros muchos negocios evaden impuestos y, lo peor, escamotean a los trabajadores prestaciones y seguridad social.
Me avergüenza, también, verlos disminuidos, achicados, por el aleteo del zopilote que, en vez de águila, Felipe Calderón lleva en el pecho. Los intimidó, los satanizó, tal vez hasta los compró el ocupante de Los Pinos.
Me da vergüenza, mucha vergüenza, que otra vez la justicia no haya sido servida y que, en cambio, sí haya quienes se han servido de la justicia.
La noticia ha herido mis ojos y ha taladrado mis oídos: Florence Cassez seguirá en la cárcel y su acusador Genaro García seguirá disfrutando de los enormes privilegios que le da el ser el favorito de la corte de Los Pinos. Y de ¿la Suprema?, ahora también.
Todavía conservo capacidad de asombro, sigo siendo de aquellos mexicanos capaces, a estas alturas, de sentir vergüenza y asco.
Quizá la prudencia pueda aconsejar silencio. Pero, silencio, ¿para qué? Ante mis ojos desfilan las imágenes de las muchas víctimas de la injusticia que se enseñorea sobre México: insultados, humillados y ofendidos por quienes detentan el poder mal habido.
En estos momentos siento y comparto la vergüenza que puedan sentir y tener muchos millones de mexicanos, aún y manipulados por las muchas plumas y las muchas voces que en los medios se han encargado de juzgar y condenar a quien, en realidad, es víctima de la injusticia.
Siento la vergüenza de mi propia impotencia. De confirmar que hoy mismo, mañana, cualquier día se me puede arrebatar la libertad, cámaras de televisión en mano, por cualquiera de los rufianes a quienes critico, acusándome de lo que les venga en gana y que, tras ser presentado ante los medios –escenografía garcialunática detrás de mí-- la maleable opinión pública haga un juicio sumarísimo que me condene.
Siento un infinito asco por la cobardía, por el silencio culpable, por la omisión de quienes han podido o pueden impedir estas cosas. Siento asco de quienes hoy aplauden a los tres triunfadores ministros, al ganador absoluto que otra vez cree ser Calderón, al beneficiario de todas las complicidades Genaro García…
No puede ser de otra forma.
Porque la forma moderna de ocultar la vergüenza, siguiendo a Camus, es la mentira.
Y no se vale mentir, porque esa mentira no es sino la moneda de cambio para ocultar lo que pensamos, o para decir lo contrario de lo que se piensa, y…
¡Vergüenza!
Vergüenza es lo que uno siente en tiempos como los que nos ha tocado padecer. Una realidad que sonroja más que asusta.
Los malos servidores públicos, los malos jueces, los periodistas que los aplauden deberían morirse de vergüenza, pero aquí, como siempre, el que sale victorioso es el sinvergüenza.
Hay que mentir. Hay que realizar montajes televisivos. Hay que torcer la ley. Hay que comprar conciencias. Hay que manipular a la opinión pública. Todo eso se requiere para triunfar.
Y claro, carecer de vergüenza.
Índice Flamígero: Sí, pero no. Reconocieron los cinco ministros de la primera sala de La Suprema –así se llama el abarrote o changarro de la esquina— que desde su falsa aprehensión y durante todo el proceso a Florence Cassez “hubo violaciones constitucionales”, pero… ¿Qué tanto más es tantito? + + + Mis respetos a las faldas de la señora Olga Sánchez Cordero. Las trae bien puestas. + + + Y a todo esto, ¿para qué queremos Constitución?
A mí sí me avergüenza conocer que, cual se rumora en los propios pasillos del edificio que es sede de ¿la Suprema?, uno de esos tres ministros recién recibió 10 millones de dólares por su complicidad criminal con un delincuente que “lava” muchos más millones en sus empresas de outsourcing, con el que otros muchos negocios evaden impuestos y, lo peor, escamotean a los trabajadores prestaciones y seguridad social.
Me avergüenza, también, verlos disminuidos, achicados, por el aleteo del zopilote que, en vez de águila, Felipe Calderón lleva en el pecho. Los intimidó, los satanizó, tal vez hasta los compró el ocupante de Los Pinos.
Me da vergüenza, mucha vergüenza, que otra vez la justicia no haya sido servida y que, en cambio, sí haya quienes se han servido de la justicia.
La noticia ha herido mis ojos y ha taladrado mis oídos: Florence Cassez seguirá en la cárcel y su acusador Genaro García seguirá disfrutando de los enormes privilegios que le da el ser el favorito de la corte de Los Pinos. Y de ¿la Suprema?, ahora también.
Todavía conservo capacidad de asombro, sigo siendo de aquellos mexicanos capaces, a estas alturas, de sentir vergüenza y asco.
Quizá la prudencia pueda aconsejar silencio. Pero, silencio, ¿para qué? Ante mis ojos desfilan las imágenes de las muchas víctimas de la injusticia que se enseñorea sobre México: insultados, humillados y ofendidos por quienes detentan el poder mal habido.
En estos momentos siento y comparto la vergüenza que puedan sentir y tener muchos millones de mexicanos, aún y manipulados por las muchas plumas y las muchas voces que en los medios se han encargado de juzgar y condenar a quien, en realidad, es víctima de la injusticia.
Siento la vergüenza de mi propia impotencia. De confirmar que hoy mismo, mañana, cualquier día se me puede arrebatar la libertad, cámaras de televisión en mano, por cualquiera de los rufianes a quienes critico, acusándome de lo que les venga en gana y que, tras ser presentado ante los medios –escenografía garcialunática detrás de mí-- la maleable opinión pública haga un juicio sumarísimo que me condene.
Siento un infinito asco por la cobardía, por el silencio culpable, por la omisión de quienes han podido o pueden impedir estas cosas. Siento asco de quienes hoy aplauden a los tres triunfadores ministros, al ganador absoluto que otra vez cree ser Calderón, al beneficiario de todas las complicidades Genaro García…
No puede ser de otra forma.
Porque la forma moderna de ocultar la vergüenza, siguiendo a Camus, es la mentira.
Y no se vale mentir, porque esa mentira no es sino la moneda de cambio para ocultar lo que pensamos, o para decir lo contrario de lo que se piensa, y…
¡Vergüenza!
Vergüenza es lo que uno siente en tiempos como los que nos ha tocado padecer. Una realidad que sonroja más que asusta.
Los malos servidores públicos, los malos jueces, los periodistas que los aplauden deberían morirse de vergüenza, pero aquí, como siempre, el que sale victorioso es el sinvergüenza.
Hay que mentir. Hay que realizar montajes televisivos. Hay que torcer la ley. Hay que comprar conciencias. Hay que manipular a la opinión pública. Todo eso se requiere para triunfar.
Y claro, carecer de vergüenza.
Índice Flamígero: Sí, pero no. Reconocieron los cinco ministros de la primera sala de La Suprema –así se llama el abarrote o changarro de la esquina— que desde su falsa aprehensión y durante todo el proceso a Florence Cassez “hubo violaciones constitucionales”, pero… ¿Qué tanto más es tantito? + + + Mis respetos a las faldas de la señora Olga Sánchez Cordero. Las trae bien puestas. + + + Y a todo esto, ¿para qué queremos Constitución?
Francisco Rodríguez - Opinión EMET
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