Los métodos de Leyzaola abril 11, 2011
Hace poco más de un mes fue
nombrado el teniente coronel Julián Leyzaola como Director de Seguridad Pública de Ciudad Juárez. Leyzaola cobró fama como Director de Seguridad Pública del municipio de Tijuana en Baja California. Pese a que algunos consideraron su gestión como un éxito la Procuraduría de Derechos Humanos y Protección Ciudadana de Baja California emitió
una recomendación (6/10) al municipio tras documentar al menos 5 casos en los que Leyzaola y su equipo violaron derechos humanos,
en la modalidad de allanamiento de morada, cateos y visitas domiciliarias ilegales, detención arbitraria, retención ilegal, incomunicación, empleo arbitrario de la fuerza pública, falsa acusación, amenazas, intimidación, lesiones y tortura atribuibles servidores públicos adscritos a la Secretaría de Seguridad Pública Municipal y en lo que respecta a los actos de tortura atribuidos también al Secretario de Seguridad Pública.
Y en los que concretamente se acusa a Leyzaola de violar derechos humanos personalmente:
A varios de los detenidos se les colocaron en diversos momentos bolsas de plástico en la cabeza al tiempo que eran golpeados y al momento de ser torturado se encontraba presente el Secretario de Seguridad Pública Municipal, Julián Leyzaola.
Además se desprende que el Secretario de Seguridad Pública personalmente colocó una bolsa de plástico y golpeó a unos de los agraviados;
En octubre del año pasado la revista
The New Yorker publicó
un extenso perfil de Leyzaola, en el que el retoma la narración de uno de los torturados:
“Me llevaron a la segunda zona militar, cuartel Morelos, dijo, en un mezcla de español e inglés…”Ocho o nueve soldados enmascarados me sacaron, me catearon, y me esposaron. Me estaban tratando como a un criminal. Yo estaba completamente sorprendido. Hay oficiales que tienen miedo de que esto les pase, pero a mi no me daba miedo. Me llevaron adentro, me dijeron que me incara. Me pusieron cinta roja en los ojos y en la cabeza. Estaba en la oscuridad. Fuimos a un cuarto. Sé que cuarto. Huele a canela. Recuerdo a un soldado detrás de una computadora.
“Sólo una persona hace las preguntas. Yo no tenía respuestas. Quería los nombres de otros oficiales y civiles vinculados al crimen organizado. Me amarraron las manos en la espalda y me hcieron sentarme en el piso. Me ataron con cinta las rodillas y los pies. Me pusieron una sábana encima. Entonces sentí el peso de tres personas -una en el pie, otra en las piernas, y una que empezó a patearme en el pecho. No me podía defender. En ese momento sentí miedo, porque no sabía que iba a pasar. Pregunté ‘¿por qué? ¿por qué me están haciendo esto?’ Pero sólo una persona hablaba. Seguía preguntando. Y yo le seguía diciendo, ‘no sé’. Se enojó. Me pusieron algo de plástico en la cara. No podía respirar. Sentí como si pasaran años. Muy largo. Sufrí bien.
“A veces, cuando me ponían el plástico alguien me golpeaba la cara. Vi luces blancas. Fue la experiencia más difícil de mi vida. Y la parte más difícil es que ni siquiera soy culpable. Si fuera un poquito culpable, tal vez me merecería esto. Pero no lo soy. Creo en Dios. Pero en este momento no veo a Dios en ningún lado.
Castellanos fue torutrado por tres días, primordialmente por un soldado a quien llama “la persona de la voz”. Se enteró quién lo había denunciado -un compañero oficial, quien también había sido torturado para dar nombres.
El segundo día, con sus torturadores amenazando con lastimar a su esposa y sus dos hijas, Castellanos llegó al final de su poder de resistencia. Estaba dispuesto a fimar y decir lo que fuera. “Dije, okay, ‘haré lo que quieran’. Estuve siempre gritando, ‘por favor, por favor no me hagan eso’- Pero creo que no les importa.” Le dieron su denuncia, una lista de nombres a firmar. “Lo peor fue que firmé ese papel, el cual ni siquiera había leído.”
…Cotinuó, “sólo firme el papel. Lo que sea. Esto fue un miércoles. Me destruyeron la mente. Me destruyeron el espíritu. Pero el gobierno, los militares, creían que estaba confesando. Creen las cosas a las que dije que sí a partir de la tortura, porque no me quiero morir. Son malas personas, pero también son unos estúpidos.”
Leyzaola para no dejar duda de su estilo, describió al New Yorker, su trabajo como cacería:
Su trabajo, se quejó, implica demasiada papelería. Con impaciencia apuntó a su escritorio, a su computadora, a su entrevistador, “Es básicamente administrativo,” dijo. “Pero en las noches hago lo que disfruto.” Con la palma tocó su pistola y sonrió. “Me voy a la cacería.”
A las acusaciones de violaciones de derechos humanos, se sumó recientemente la acusación de haber pactado con uno de los grupos criminales. El periódico La Jornada, a partir de
cables de Wikileaks
publicó un artículo en el que el consulado estadounidense informa que algunos de sus contactos reportaron que Leyzaola persiguió a un bando y con el otro decidió “mirar para el otro lado”.
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