domingo, 24 de julio de 2011

Al pie de la letra


Un viejo proverbio lleno de sabiduría afirma que toda crisis debe ser únicamente una oportunidad de superación. En el habla popular se dice con frecuencia que alguien “se creció al castigo”, manera coloquial de indicar cómo la voluntad puede salir avante casi de cualquier situación desesperada, con excepción de la muerte.
México, antes de llevar este nombre, fue el virreinato de la Nueva España, verdadero centro estratégico, cultural y social que, aparte de tener una dependencia clara respecto a la metrópoli, vio la formación de un estilo de vida y de expresión que no se encuentran en ninguna otra parte del mundo. La lucha de independencia contra el gobierno español es uno de los momentos estelares de nuestra historia y los héroes que la llevaron a cabo rompieron con una tradición multisecular aunque sus compatriotas, nosotros, no dejamos de tener numerosas características que sólo se explican por la herencia española.
Cuando estalló la Revolución de 1910 parecía que iba a haber una verdadera reforma social de grandes consecuencias. Bien sabemos que el apóstol Madero cayó, víctima de una conspiración palaciega. Este parece ser el destino de todas las revoluciones: volver a caer en el estado social anterior pero, al mismo tiempo, instaurar una nueva visión de la historia, un punto de partida nuevo, nacido directamente de tal movimiento. Pero en México los hechos históricos se complican por la mezcla de sangres en un individuo, mezcla que ha sido motivo de agobio para muchos mexicanos, que consideran que tal combinación ha sido nefasta. A mi juicio, para acercarse al acierto en todas las cuestiones humanas hay que prescindir de hacer juicios rotundos. La parte indígena que llevamos adentro sigue nutriéndonos de inventiva culinaria, imaginación plástica, modos de hablar y muchas otras cosas más, que caracterizan a todos nosotros.
Hay, sin embargo, un rasgo de exceso mestizo en nuestras celebraciones: sin reflexión alguna, tiramos la casa por la ventana. Por simple superstición, las personas religiosas acuden a una iglesia determinada porque un santo determinado es “el bueno” y en el momento en que se enfrentan a la realidad de que el mismo santo puede ser adorado en otro sitio, prefieren aferrarse a su costumbre y decir que los demás no sirven. Este fetichismo hace mucho daño porque se traduce, en otros terrenos de la vida, en ciertas manías nocivas como la discriminación, la autocomplacencia al mirarnos a nosotros mismos, la superstición inherente a esta forma de tributar homenaje a los santos y en trasladar todas estas manifestaciones disímbolas al terreno de lo público.
Nos caracteriza la falta de previsión, padecemos una carencia total de espíritu solidario y está muy remota de nosotros la organización de nuestras vidas. Si observamos con detenimiento cómo se comportan otros grupos humanos que viven dentro de nuestra sociedad nos daremos cuenta de la importancia que tiene el espíritu de grupo, el acatar las órdenes de otro, sin que esto signifique un menoscabo de nuestra autonomía o de nuestra independencia. Simplemente es una de las formas indispensables de la organización y estructuración de la sociedad.
También es típica de nosotros la baladronada, que con frecuencia se traduce en actitudes antisociales que socavan la armonía y ecuanimidad que deben constituir el meollo de un conglomerado humano útil y progresista. Estas y otras muchas deficiencias (para no hablar de la corrupción de muchos sectores de la sociedad, que está dando al traste con nuestro país) tienen una solución relativamente sencilla, que consiste en no tratar de invadir jamás el terreno de los otros de manera abusiva. Recordemos la frase de Benito Juárez: “el respeto al derecho ajeno es la paz”. La actual crisis de México se reduciría considerablemente si procediéramos de esta manera.

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