Astillero
Casus belli
Potenciar los apetitos
Espionaje desbordado
El asesinato de un agente estadunidense, y las lesiones causadas a otro, en condiciones aún no esclarecidas, ha servido de inmediato para potenciar los apetitos intervencionistas inequívocamente colocados desde días atrás en posición de asalto. No existen aún elementos suficientes y confiables para trazar una primera explicación aceptable de lo sucedido en un tramo carretero federal cercano a la ciudad de San Luis Potosí, pero ya el aplastante aparato mediático y político del país vecino ha relegado la posibilidad de que el ataque pudiese tener ingredientes oscuros, como puede acontecer y ha acontecido con frecuencia en esos pantanos de vasos comunicantes en que se mueven el espionaje imperial y los cárteles del narcotráfico, o de que las motivaciones fuesen enteramente circunstanciales (en la espiral de locura que mediante pistoleros mal habilitados y muy drogados acaba afectando a quien sea y como sea). En cambio, ese aplastante aparato estadunidense ha estatuido ya en el caso de los agentes del ICE (iniciales en inglés de la Oficina de Inmigración y Aduanas) una especie de sentencia al vapor que sirve de justificación y acelerante a los propósitos muy anunciados de intervenir de manera más abierta y enérgica en el control de una administración fallida, la calderonista, que día con día demuestra una mayor incapacidad de gobierno.
La reprobable agresión a los dos agentes estadunidenses tiene como telón de fondo la creciente, avasallante y cada vez más descarada presencia activa de elementos del país vecino en los sótanos, las cañerías, las salas de estar, las recámaras y los salones de juego y mando de lo construido por el poder del narco, en términos institucionales y de facto, en lo que antes era considerado un patio trasero y hoy es un edificio oscuro, ruinoso pero también lleno de peligros para la tranquilidad de un país, el de las barras y las estrellas, que largamente se ha creído pasteurizado pero cada vez tiene más flujos broncos en su interior. El México del calderonismo es una realidad atestada de agentes estadunidenses no solamente tolerados sino alentados en la tarea de espiar y actuar conforme a sus intereses nacionales en ese negocio viscoso del narcotráfico. Como nunca, Calderón ha abierto la puerta a los estadunidenses (a fin de cuentas, los autores intelectuales e impulsores prácticos de la “guerra” contra el narcotráfico) y los ha convertido en alternativa de ayuda y solución (recuérdense las peticiones a Napolitano en relación con Ciudad Juárez, según se pudo saber a través de Wikileaks), casi en faro oficial de Los Pinos para guiar operativos especiales contra jefes selectos del negocio de las drogas.
En tales circunstancias, los hechos delictivos registrados cerca de Santa María del Río, en San Luis Potosí, han generado preguntas que merecen atención antes de avanzar en el proceso de declaración de guerra intervencionista virtual. Sabedores como nadie los órganos estadunidenses de inteligencia acreditados en México de la peligrosidad de segmentos carreteros dominados por Los Zetas y el cártel de Golfo (en el caso, de San Luis Potosí al emblemático Monterrey) resulta necesario esclarecer la razón por la cual un par de agentes operativos se movían en una llamativa camioneta blindada con placas diplomáticas y no en avión, como lo sugeriría una mínima norma precautoria en un país tan boletinado por sus riesgos en su parte norteña.
También sería importante saber si en verdad iban en tránsito hacia la complicada capital neoleonesa o cumplían alguna misión específica en esa región (periódicos texanos publicaron ayer, como apunte a considerar, que oficiales y contratistas de Estados Unidos suelen dar “asesorías” en la escuela de policías federales de San Luis Potosí). Y al mismo tiempo sería muy ilustrativo conocer y valorar si las redes de agentes estadunidenses desplegadas en México corresponden a un explicable propósito informativo y analítico o se está en presencia de una fuerza operativa que sin respeto por leyes y gobiernos locales está actuando para modelar, contener y combatir en el extranjero un fenómeno de violencia desbordada que públicamente ha sido catalogado como ámbito de interés nacional y, por tanto, de intervención cada vez más directa, abierta y ejecutiva. No sería, ha de recordarse, la primera vez en que suceden hechos polémicos que han dado pie al cumplimiento de estrategias militares estadunidenses necesitadas de justificaciones o pretextos. Los casos del Maine y Pearl Harbor aún suscitan encendidas polémicas de historiadores y políticos.
Frente a ese cuadro de ambiciones desbordadas, el gobierno mexicano apenas atina a sobrellevar las cosas. La secretaria Napolitano habla al secretario Blake para advertirle que las agresiones a los agentes gringos no serán “toleradas por ninguno de los dos países”, aunque evidentemente la advertencia intolerante que le importaba destacar era la de Estados Unidos. Por otra parte, los gobiernos de ambos países acordaron crear una comisión de trabajo conjunto para investigar el caso. Es probable que por disímbolas razones el asunto no alcance las dimensiones del asesinato del agente de la DEA, Enrique Camarena, ni haya una segunda versión de la Operación Leyenda ni se produzcan operativos gringos para secuestrar a alguien y llevarlo a Estados Unidos sin respeto por las leyes mexicanas ni los tratados de extradición, pero también es probable que, a fin de cuentas, lo sucedido en las inmediaciones de San Luis Potosí acabe beneficiando ampliamente los propósitos estadunidenses de intervencionismo virtual.
Y, mientras continúa la guerra fría entre Francia y México, ayer con el embajador De Icaza retirándose de una sesión senatorial en que se mencionó el asunto Cassez, y mientras el presidente municipal de la capital tamaulipeca pide a la población no salir de casa después de las ocho de la noche, ¡hasta mañana, con Beltrones haciendo augurios numéricos que equiparan funerariamente a la “guerra” calderónica con las bajas estadunidenses en Vietnam!
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