viernes, 4 de febrero de 2011

Beltrones aprieta Julio Hernández López

Astillero
Aceleres y polarización
Voluntad acusatoria
Izquierda en jaque



Justamente cuando el escenario político y electoral ha sido rediseñado a partir de Guerrero mediante la alianza de gobiernos entre Felipe Calderón y Marcelo Ebrard (alianza FelyMar, la denominó algún tecleador ocurrente), en los dos segmentos directamente afectados por esas recomposiciones se produjeron reacciones desde planos secundarios que podrían significar desesperación, confusión o audacia y que, de no ser bien manejadas en esos ámbitos, el PRI y el lopezobradorismo, podrían acabar beneficiando a los taimados felymarcistas.
La más sonora de las expresiones se produjo en la cámara federal de diputados que ayer suspendió su sesión plenaria a causa de la colocación en tribuna de una manta sostenida por diputados del Partido del Trabajo en la que con dos evidentes errores ortográficos se preguntaba a los ciudadanos la razón por la cual permiten que un “borracho” maneje al país cuando no lo dejarían conducir ni un automóvil. La acusación de alcoholismo pinolero generó tal enojo en la bancada panista que sus integrantes dejaron sus asientos y salieron de la sala de trabajos, ante lo cual el priísta presidente de la mesa directiva consideró inexistentes las condiciones para el buen funcionamiento de esa cámara.
La mención pública de los insistentes señalamientos privados que hablan de aficiones etílicas en la cúspide del poder formal produjo, como era de esperarse, una tensión política que llevó, por un lado, al segmento duro del anticalderonismo a celebrar y apoyar la denuncia de las presuntas adicciones alcohólicas de un panista gobernante y, por otra parte, a ese calderonismo a desplegar una inmediata campaña de descalificación de la conducta de los diputados acusadores pero, por extensión, de la vertiente de izquierda a la que pertenecen, a la del Partido del Trabajo y más concretamente al lopezobradorismo. El referente de la inmediata campaña de descalificación fue el diputado Gerardo Fernández Noroña, por ser el emblema de un estilo de combate político que con crudeza y rudeza ha confrontado a secretarios de Estado y funcionarios de diversa índole.
Dado que en la acusación de alcoholismo gobernante participaron el citado Fernández Noroña, más los también diputados Mario di Costanzo y Jaime Cárdenas, ha de suponerse que fue una acción oficial del Partido del Trabajo que, a su vez, no suele tomar decisiones de tal envergadura sin contar con la aprobación de su virtual candidato presidencial, el tabasqueño que por su parte, en otro rasgo de elevación del rango de confrontación política, reiteró que los promotores de alianzas entre PAN y PRD en el estado de México traicionan los principios del partido del sol azteca, todo ello con una dedicatoria inequívoca a los Chuchos pero, sobre todo, al ahora exitoso Marcelo Ebrard, que parecería rumbo a la candidatura presidencial de izquierda mejor posicionado, cuando menos en cuanto a gubernaturas aliancistas que ha echado a su alforja.
Aun cuando fue evidente que buena parte de los opositores al calderonismo apoyaron la manta y su contenido, habría de preguntarle al movimiento lopezobradorista si ese tipo de desplantes ayudan a defender y consolidar su posición justamente cuando avanza una consistente estrategia calderonista y marcelista para desplazar y, de ser posible, satanizar a “la otra izquierda”. Atacar al responsable del desastre nacional a partir de un ingrediente de naturaleza volátil aviva las tribunas y desahoga enconos, pero más allá de redituar bonos de popularidad personal a algunos de sus promotores, no pareciera una fórmula inteligente y eficaz para ganar apoyos a esa izquierda en jaque por las alianzas FelyMar, sino una suerte de provocación u ocurrencia que a fin de cuentas servirá para que el calderonismo y sus medios y opinantes a modo se ceben con los modos, el enfoque e incluso la ignorancia ortográfica de esos opositores metidos al escándalo.
En el flanco priísta los hervores internos parecen rebasar las pretensiones de silencio que a cuenta de una idealizada unidad sostiene el peñanietismo. Derrotado en Guerrero, donde logró imponer a Manuel Añorve por encima del precandidato apoyado por Peña Nieto, que era Ángel Agurre, el senador Manlio Fabio Beltrones parece haberse decidido a arrancar la campaña de persecución y, en lo posible, doblegamiento del gobernador del estado de México que sin duda le lleva una gran ventaja en términos de popularidad pública y manejo de imagen pero que, sin embargo, pareciera estar en la mira de los tiradores sucios del calderonismo que usa lo judicial como balística electoral.
El motivo del desbordamiento de pasiones en el PRI ha sido la propuesta del senador Beltrones para modificar políticas fiscales y establecer un IVA de 12 por ciento en general, salvo una canasta básica de alimentos y medicinas. Más allá de las razones técnicas y políticas que pudieran aducirse en favor o en contra del planteamiento, lo cierto es que su presentación y defensa públicas han significado una oportunidad para que el peñanietismo, con el jefe Salinas detrás, le jueguen las contras al sonorense mediante el obediente comisionado de CSG en San Lázaro, el diputado Francisco Rojas. A las piedras en el camino de ese plan fiscal, Beltrones ha respondido con fuerza, como si en el fondo estuviera esperando la oportunidad de ir marcando distancia clara de su adversario interno, Peña Nieto, acaso en espera de que los altos bonos del mexiquense comiencen a bajar en función de derrotas electorales venideras o de filtraciones o acusaciones que demeriten la imagen del hasta hoy poco despeinado gobernador.
Y, mientras en Nuevo Laredo es asesinado un general que era director de seguridad pública municipal, junto con sus escoltas, y en Nuevo León el gobernador bonsai, Rodrigo Medina, encarga a un general de división la seguridad pública estatal, ¡feliz fin de semana, con Estados Unidos imponiendo condiciones en Egipto para relevar a un presidente y negociando los términos en que deben hacerse relevos y “cambios”!
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