miércoles, 1 de diciembre de 2010

Una década, cuatro años Miguel Ángel Granados Chapa Periodista


Distrito Federal– Hoy hace diez años que asumió la Presidencia de la República el panista Vicente Fox, primer candidato de un partido diferente al PRI que fue elegido titular del Poder Ejecutivo. Y hace cuatro que lo reemplazó Felipe Calderón, correligionario suyo, con cuyo periodo se integra una década de gobierno encabezado por un miembro de Acción Nacional.



El fundador de ese partido, Manuel Gómez Morín prescribió: que no haya ilusos para que no haya desilusionados. Sólo quienes se figuraron que con la alternancia en sí misma, y con el ascenso del PAN al poder todo cambiaría como por ensalmo pueden sentirse decepcionados. No quienes supusimos, y la experiencia lo ha comprobado, que el PAN continuaría desde la Presidencia el contubernio que diez años atrás había iniciado con el PRI cuando era un miembro suyo quien despachaba en Palacio Nacional.

Acción Nacional empezó a cogobernar con el partido oficial desde que convino en legitimar la elección de 1988. Carlos Castillo Peraza calificó el resultado de esa unión como una victoria electoral del panismo, pero en realidad fue la revelación ostensible, hasta ufana, del conservadurismo priísta, que a fuerza de hechos había quitado contenidos a la plenitud laica de la educación, a la separación entre la Iglesia y el Estado, al régimen comunitario de propiedad de la tierra. Con las reformas convenidas en Los Pinos entre Carlos Salinas y Diego Fernández de Cevallos sus partidos se miraron cara a cara y reconocieron su enorme parecido.

En el sexenio de Zedillo se intensificó el curso propedéutico para que el PAN aprendiera a gobernar. Un panista fue nombrado Procurador de la República, y juntos los legisladores de los partidos aprobaron el golpe de mano presidencial que desmanteló la Suprema Corte de Justicia y luego integraron el nuevo plantel del tribunal constitucional.

La naturalidad con que Zedillo admitió el advenimiento de la presidencia panista nació de las identidades, ocultas todavía algunas, otras cada vez más evidentes, entre el modo de ser panista y la idiosincracia priísta. Por eso el sexenio de Fox prolongó los ejes de la acción pública concebidos y desplegados por los presidentes priístas. Se continuó la misma política económica, para asegurar lo cual fue designado el priísta Francisco Gil, que fue subsecretario con la misma desenvoltura que ejerció como titular de la Secretaría de Hacienda. Si en 2003 se rompió el acuerdo para una reforma fiscal entre el gobierno blanquiazul y la bancada priísta en San Lázaro, ello no obedeció a diferencias en los principios y las tesis rectoras, sino a que Roberto Madrazo encontró útil esa coyuntura para desembarazarse de Elba Ester Gordillo, siendo ambos capaces de cualquier pacto con el panismo.

Hubo asimismo continuidad y no ruptura donde hacía falta esta última: en la seguridad pública y la seguridad nacional. El personal de alto nivel en la Procuraduría General de la República y en los ministerios militares venía del antiguo régimen, y así continúa siendo hoy. En las materias que eran de esperarse distintas, propias de un régimen fundado en el humanismo cristiano, se practicó un priísmo descarnado. El mejor ejemplo fue la intromisión presidencial en las elecciones de 2006, que mostró como antidemócrata al partido que medró predicando los valores de la legalidad en la integración de los gobiernos.

En tal sentido, Felipe Calderón inició su gobierno, antes del primero de diciembre de 2006, con un magno error, su negativa a que se abrieran los paquetes de la discutida elección presidencial. Ese rechazo fortaleció el alegato de quienes se sintieron y supieron víctimas de un fraude, cuya consumación hace 4 años partió en dos a la sociedad participante, polarización que se extiende al día de hoy, y que será parte del legado político de la década panista en el poder.

La política económica de Calderón, continuación de la de Fox (también a cargo de un secretario de Hacienda del antiguo régimen) es, por lo tanto, una política priísta. Lo prueba el permanente avenimiento que en el fondo mantienen las bancadas de los dos partidos mayores en el Congreso. Los desplantes y aun los sobresaltos que por momentos parecen caracterizar el diálogo entre legisladores panistas y priístas son infiernitos, juegos de pirotecnia para solaz del respetable, intriga de comedia mal urdida cuyo desenlace es conocido aun por el más desprevenido de los espectadores.

También los reproches recíprocos son parte de un guión (con acento, por favor), para disfrute de la porción desmemoriada de la sociedad. Al narcotráfico se le combatió y se le solapó en el régimen priísta de modo semejante al practicado por Fox y por Calderón, sólo que éste cometió la desmesura de sacar al Ejército a combatir el crimen organizado, pues no confió en la Policía Federal creada por los responsables de la seguridad pública de hoy. Que un funcionario como García Luna bogue con naturalidad en los mares priístas y panistas prueba que se trata de las mismas aguas.

La militarización del país, iniciada por Salinas y Zedillo, ante brotes de insurgencia armada que los desafiaron, fue ahondada por Calderón mediante un combate militar oneroso y fallido al crimen organizado. Su dogmática proclama: no hay más ruta que la mía para garantizar a los mexicanos la tranquilidad a que tienen derecho, no nace de una convicción, sino que expresó su necesidad de contar con un sustento político que reforzara el que el PRI le ha provisto con largueza aunque no sin costos.

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