Borregada. Acarreo y cinismo panazi. |
Qué envidia de país
Tragedia, que repita
Carlos Fernández-Vega
Ante burócratas, el presidente Felipe Calderón habló ayer en el Auditorio Nacional “con motivo del cuarto año de gobierno”Foto Jesús Villaseca
Estaba el inquilino de Los Pinos loco de contento, rodeado de sus 10 mil burócratas en el Auditorio Nacional y duro que te dale con sus grandes logros”, en particular, y los derivados de una década panista en el gobierno federal, en general, cuando alguien le dijo al oído: “ya párale, Jelipe, no seas güey, que las ácidas críticas que haces al ‘régimen del pasado’ en realidad parece un ejercicio autocrítico de tu arrasador paso y el de Vicente por la residencia oficial… ¿Cómo está eso de que ‘el México viejo nunca debe volver’, cuando en realidad nunca se ha ido?; por el contrario, tú y el Chente no han hecho otra cosa que reivindicarlo, sobre todo en aquello que dices de ineficiencia, complicidad, corrupción, impunidad y opacidad. ¡Sensatez, Jelipe, sensatez!”
Pero como el cuentacuentos de Los Pinos de eso no sabe ni le importa, aceleró y se siguió de boca, al más puro estilo foxista, hable que te hable de lo bien que ha hecho las cosas, de su exitoso gobierno y de los incalculables beneficios para los mexicanos, mientras la somnolienta borregada que le reunieron en el Auditorio Nacional (a costillas del erario, desde luego) intentaba desquitar la torta y el chesco garantizados como parte del acarreo, viva muestra del “México viejo que nunca debe volver”.
Felipe Calderón encabezó ayer uno de esos pomposos actos a modo que le fascinan (nadie lo cuestiona, nadie lo interpela, nadie pone en duda sus dichos y sus cifras) denominado “Encuentro ciudadano con motivo del cuarto año de gobierno” (lo “ciudadano” en realidad, no fue otra cosa que el acarreo de 10 mil burócratas cómodamente instalados en el Auditorio Nacional), donde, de acuerdo con el boletín de Los Pinos, “realizó una crónica del recuento de 10 grandes cambios de los gobiernos democráticos, de 2000 a 2010, que hoy permite a los mexicanos vivir mejor. Ellos son: la salud, educación, Desarrollo Social, Reducción de la Pobreza, Igualdad de Oportunidades, Infraestructura, Economía, Medio Ambiente, Seguridad Pública y Democracia” (así, con mayúsculas).
Producto de su idílico cuan inagotable inventario de “éxitos”, “logros” y “visión de futuro”, el inquilino de Los Pinos aseguró que (se respeta sintaxis): “de 2000 a 2010 será recordado en la historia por ser la década de la salud y de los gobiernos humanistas que crearon el Seguro Popular”. Craso error: los gobiernos panistas instalados en Los Pinos durante ese periodo en realidad serán recordados históricamente por ser los causantes de una segunda década perdida para los mexicanos (galardón que compartirán con las administraciones tecnocrático-priístas de los años 80, es decir, del “México viejo que nunca debe volver”). En los hechos, serán recordados por registrar el peor comportamiento económico en los últimos 30 años, el incremento de la pobreza, el mayor desempleo, la mayor expulsión de mano de obra, el decreciente bienestar social, el mayor número de muertos asociados a la psicótica actitud calderonista de “combatir” la inseguridad pública con mayor inseguridad pública, entre tantas otras cosas.
De nada sirvieron las advertencias sobre lo ridículo de su discurso y de que era notorio que a cada frase que pronunciaba le crecía la nariz. Calderón siguió y siguió, aunque también se dio tiempo para amenazar: “vamos por más, vamos por más porque nuestra obra no ha concluido… vamos por más, mexicanos, porque México no se merece quedar varado a la mitad del camino del cambio democrático que hemos emprendido y mucho menos la tragedia de regresar a lo antiguo, lo autoritario a lo irresponsable. Y no se lo merece, porque eso significa pobreza, corrupción, y negación o simulación de la libertad y del derecho”. Afuera del Auditorio Nacional, de pie, Gepetto, 6 millones de nuevos pobres, cerca de 3 millones de desempleados, 3.4 millones de hogares hambrientos en el país y demás beneficiarios de la década panista aplaudieron a rabiar.
He allí el fatuo resumen de cuatro años del cuentacuentos Calderón y diez de panismo, en su “democracia de, para y por los empresarios” (Fox dixit), instalados en Wonderland, mientras el México real se desmorona. Por ello, tragedia, lo que se llama tragedia nacional, sería que el PAN y personajes como Fox y Calderón repitieran en Los Pinos.
Pero no se alegren que aún falta: el inquilino de Los Pinos amenaza con repetir el numerito el primer día de diciembre (fecha en que se cumple su exitoso cuarto aniversario de estancia en la residencia oficial), para satisfacer a los masoquistas.
Las rebanadas del pastel
Desde Monterrey, José Luis Apodaca, especialista en cuestiones energéticas, envía el siguiente apunte: los voceros oficiales y oficiosos del régimen aseguran que “para destruir a Pemex la ruta más sencilla es obligarlo a tener tres refinerías como la planeada en Hidalgo, prohibir a privados transportar y distribuir gas natural y LP, darle el monopolio de los lubricantes y obligarlo a desarrollar plataformas marinas con un mínimo de contenido nacional de 75 por ciento”. Pues bien, “en la última década el gobierno federal ha aplicado una ruta más efectiva para avanzar en el antinacional objetivo de destruir a esta paraestatal: le sustrajo 5 billones de pesos de los ocho que obtuvo de ingresos por ventas, y le dejó recursos solamente para mal operar la empresa; contrató deuda a 20 años por 1.3 billones para atender las inversiones requeridas para incrementar la extracción de crudo, mediante el muy caro esquema Pidiregas que aplica una tasa anual de descuento superior a 10 por ciento en dólares; importó petrolíferos por 22 mil millones de dólares, monto suficiente para cubrir la inversión en dos refinerías de alta tecnología, con capacidad para procesar cada una 300 mil barriles diarios de crudo; con ello se hubiese activado la economía interna, el empleo y la captación de impuestos; designó como directores de la paraestatal a quienes creen que su principal objetivo es privatizar la industria petrolera, y desconocen cómo administrar eficazmente esta macroempresa. Esta falta de dirección ha propiciado un mayor paternalismo sindical que impide el aprovechamiento de 140 mil trabajadores. Y para demostrar que la privatización no necesariamente lleva a mejores resultados, en lo que respecta a la distribución y venta de gas natural en las grandes ciudades mencionaremos el caso de Monterrey, en que la trasnacional que ganó el concurso se comprometió en 1998 a mantener una tarifa de distribución de 40 pesos por gigacaloría y actualmente el precio autorizado es de 331 pesos, equivalente en términos reales a 4.5 veces el máximo original”.
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