José Gil Olmos
MÉXICO, D.F., 20 de octubre (apro).- El periodismo mexicano, quizá como nunca, es observado con interés en el extranjero. Sin embargo, lamentablemente no es foco de atención por las investigaciones que están llevando a cabo los informadores mexicanos, sino por la crítica situación por la que atraviesa el gremio: 68 muertos y 11 desaparecidos en una década es el reflejo del peligro que hoy representa ejercer el oficio reporteril en México.
Hace unas semanas, dos periodistas mexicanas que trabajan en la revista Proceso, Marcela Turati y Cynthia Rodríguez, fueron invitadas a participar en el Congreso Internacional de Periodistas auspiciado por la organización Libera y que se llevó a cabo en la ciudad de Ferrara, al norte de Italia.
Las dos reporteras expusieron --ante un numeroso público que se concentró en la explanada del castillo medieval, una de las sedes del encuentro que duró tres días y al que asistieron destacados periodistas como Robert Fisk-- la grave situación por la que atraviesa México.
Cerca de mil 500 personas abarrotaron ese espacio para escuchar el testimonio de ambas reporteras sobre la forma en que el crimen organizado se ha adueñado de la vida social de México.
El interés de los asistentes, la mayoría jóvenes, era evidente. Algunos sabían de las dificultades por las atraviesa el país, pero cuando escucharon que en sólo cuatro años ha habido más de 28 mil muertos por la “guerra” contra el narcotráfico en lo que va del sexenio de Felipe Calderón, la sorpresa fue mayúscula.
No era para menos. Desde 1960 a la fecha, en Italia han muerto sólo nueve periodistas y las muertes de civiles se cuentan por decenas, no por miles como en México.
Experta en el impacto social que ha tenido la guerra contra el crimen organizado declarada por Calderón, la reportera Marcela Turati habló de las viudas y los niños huérfanos en Ciudad Juárez, Chihuahua, que no son atendidos por ninguna autoridad, del terror en Tamaulipas, de los silencios comprensibles que la prensa ha establecido en ciertas regiones del país donde publicar una nota significa la muerte. Quizá a los italianos se les vino a la mente la omerta, el pacto de silencio que en Sicilia se estableció para no hablar de la mafia.
Cynthia Rodríguez, autora del libro Contacto en Italia, en el que revela las conexiones de los cárteles mexicanos con la ‘Ndrangheta en Calabria --que junto con la Camorra en Campania y Cosa Nostra en Sicilia, encabezan el crimen organizado en la península--, describió el violento escenario que cotidianamente vivimos los mexicanos y que parece no tener fin.
Los italianos saben bien de estas historias violentas, sobre todo por los asesinatos de los jueces Giovani Falcone (Palermo, 23-05-1992); Paolo Emanuele Brosellino (Palermo, 19-07-1992), ambos asesinados con explosivos por la Cosa Nostra luego del ‘maxiproceso’ que llevó a la cárcel a varios capos importantes, así como de Francesco Fortugno (Locri, 16-10-2005) y Carlo Alberto Della Chiesa (Palermo, 03-09-1982), ejecutados por comandos por su lucha contra la mafia. Sin embargo, estaban asombrados por los altos niveles de violencia y el poderío que tienen los cárteles mexicanos.
“Ya nos dicen que somos la primera generación de corresponsales de guerra en nuestro propio país”, sentenció Turati ante el asombro del público italiano.
Una situación similar de sorpresa se repitió días después en Roma, cuando las dos reporteras y el autor de este artículo tuvimos dos encuentros con periodistas italianos: el primero en la sede de corresponsales y el segundo en la embajada mexicana.
Aunque estaban enterados de las duras circunstancias que se sufren en México y de la matanza de migrantes en Tamaulipas, cuando escucharon de viva voz las terribles historias del poder del crimen organizado, de los secuestros, extorsiones, asesinatos, masacres y el miedo extendido por todo el país, el gesto ya no fue sólo de asombro, sino de preocupación e inquietud.
Las preguntas giraron en torno a lo que está haciendo el gobierno mexicano y el de Estados Unidos para luchar contra el crimen organizado y la venta de armas; de las medidas para proteger a los emigrantes; de la situación de los periodistas y de la sociedad mexicana en general. “¿Qué podemos hacer desde acá?”, soltó preocupada una joven periodista que colabora con la organización Libera.
“Estén atentos de lo que pasa en México, volteen a ver lo que nos pasa”, fue una de las respuestas que les dimos.
Al narrar en Italia muchas de las cosas que ocurren en México, también pudimos darnos cuenta de que la violencia cotidiana nos está ganando a los mexicanos, que nos estamos acostumbrando a ver diariamente ejecutados, decapitados, desaparecidos y cuerpos disueltos en ácido, y que, como sociedad, no actuamos a la medida de las circunstancias y estamos muy sosegados ante la ineficacia, corrupción e impunidad de las autoridades.
Habría que ver no sólo lo que se hace en Colombia y Estados Unidos en la lucha contra el crimen organizado, sino mirar con atención las acciones sociales que se efectúan en Italia, donde tienen décadas, sino es que un siglo, de experiencia en la materia.
Ver cómo opera la organización social Libera, que integra a mil 500 organizaciones de diferente tipo (sindicales, vecinales, sociales y religiosas) que desde hace más de 15 años combaten a la mafia italiana de diferentes maneras, algunas de ellas con las leyes que han impulsado (la más destacada es la confiscación de los bienes de la mafia que pasan a bienes sociales, como cooperativas de trabajo), así como en la asistencia a las familias de los asesinados por los mafiosos.
Tal vez sea tiempo de buscar un haz de luz en otro lado, en la manera que una parte importante de la sociedad italiana se organizó a sí misma y reaccionó realizando movilizaciones callejeras multitudinarias y la recolección de firmas para empujar cambios en la forma en que se combatía un problema que en México se ha convertido en un infierno que ni el mismo Dante Alighieri pudo descrito en la Divina Comedia.
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