Julio Hernández López
La recomposición política en curso está llevando a una condición marginal a la izquierda, así sea ésta la meramente electoral o la identificable sólo por sus siglas. Con la vista puesta en el 2012, repartiéndose posiciones y asegurándose votos y buenas voluntades en órganos decisorios como el IFE y el tribunal electoral federal, tanto el PAN como el PRI zurcen la instauración de un bipartidismo de derecha, sin que el PRD, el PT, Convergencia o el lopezobradorismo atinen a actuar con eficacia alternativa ni parezcan deseosos de salirse de los carriles predeterminados y explorar formas de reinsertarse en condiciones realmente competitivas en la lucha política plena.
En el PRI hay un cierre de filas en torno al gobernador del estado de México, que es un yuppie derechista, educado en la Universidad Panamericana, del Opus Dei, y en cuya fraseología de precampaña no hay proyecto social de cambio o corrección más allá de lo que frente a la tragedia calderonista significaría la reinstalación del estilo mafioso de administración de lo público, que el partido de tres colores desarrolló durante largas décadas. En torno a esa precandidatura de visos exitosos se están reagrupando corrientes y personajes del viejo régimen. Por ejemplo, la profesora Elba Esther Gordillo, quien ha comenzado a desmarcarse del calderonismo y sus posibles candidatos, y ha comenzado a hacer guiños a sus antiguos compañeros de partido, deseosa de sumarse en condiciones negociadas a las tropas de asalto, sobre todo las de acción electoral, del expansivo Peña Nieto.
Los panistas están atenidos al improbable triunfo de las cada vez más cuestionadas armas del comandante Calderón, pero tienen el poder del erario abiertamente puesto al servicio de las estrategias electorales alegres que creen que la mapachería nada más es cuestión de dinero, y creen posible conseguir una aceptable porción de ayuda de los medios electrónicos a los que el felipismo está llenando de concesiones o expectativas de beneficios, sobre todo a Televisa, aunque es ya evidente que esta empresa entregará la mayor parte de su amor propagandístico a la facturación del estado de México y chequeras particulares solidarias. Lo peor para los panistas es que ni siquiera tienen, a estas alturas, una propuesta electoral medianamente aceptable (bueno, para que Creel sea el “mejor posicionado” en las encuestas), pero en cambio saben que el felipismo bajo fuego alienta una férrea voluntad de apego al poder, una vocación explícita de transexenalidad, una necesidad literalmente vital de continuidad en el uso de los recursos protectores del Estado.
La izquierda, mientras tanto, sigue dispersa y confrontada, tal como el libreto de Los Pinos lo ha deseado y promovido. Colaboracionista ha resultado en especial el ejercicio de Jesús Ortega al frente del PRD y de la corriente Nueva Izquierda. Frente al desastre nacional, esa izquierda electorera no ha podido articular una política viable para enfrentar el avance de las derechas, la panista y la priísta, y para reposicionarse. El problema de fondo es la falta de autoridad moral de esos dirigentes –en plural: no sólo Ortega, sino una buena parte de liderazgos formales en los estados y de “representantes populares” enviciados en el chantaje a los gobernantes locales y el disfrute de las migajas de lo plurinominal–. De allí que en lugar de avanzar se hunda, en vez de prosperar se marchite esa izquierda que intentará en próximo congreso nacional obligar a Ortega a que cumpla su palabra de retirarse en este diciembre de la presidencia partidista y no maniobre para quedarse hasta marzo, como ya sus allegados proponen. Pero Ortega sólo es un símbolo de la decadencia, no el único, ni siquiera el mayor. El problema es que el pragmatismo mercantil corroe la acción de las cúpulas perredistas y la política se entiende solamente como intercambio de cargos, puestos, favores y presupuestos, como se acaba de ver en los arreglos de San Lázaro para ceder todo al PRI en esta ocasión, a cambio de una ilusa promesa de reciprocidad a un año de distancia.
El lopezobradorismo centra su apuesta en lo electoral y no encuentra la manera de ensanchar su horizonte de votantes, aislado de una parte de las clases medias a causa de la incesante campaña de difamación y envenenamiento que sobre todo a través de medios electrónicos se ha mantenido contra el dirigente tabasqueño. El futuro electoral de este movimiento está condicionado por las maniobras que realicen el chuchismo antes mencionado, la probable candidatura alterna de Marcelo Ebrard y los vaivenes naturales de Convergencia y los que externamente le puedan crear al PT que hasta ahora ha sido la única instancia partidista que ha dado cobertura adecuada al proceso de construcción de la candidatura de López Obrador.
Astillas
El grado de belicosidad en el país ha sido decidido por Felipe Calderón, quien ha permitido o promovido que en diversos enfrentamientos parezca regir la máxima de matar en caliente a quienes son sumariamente clasificados como delincuentes exterminables y que en múltiples casos se cometan violaciones a los derechos humanos que son entendidas, en la lógica de esa peculiar “guerra”, como consecuencias inevitables y por ello no sancionables, como “daños colaterales”, dignos de condolencia pero no de justicia. Para que siga caminando sin castigo esa maquinaria de demolición masiva se requiere la existencia de un fuero militar que sustraiga a los soldados de las reglas de procesamiento judicial que se aplican a cualquier otro ciudadano. Con su fallo de ayer, la Suprema Corte sostiene el entramado que permite el constante dolor social. Calderón, por su parte, evade el cumplimiento de compromisos internacionales en la materia y promete –como ha hecho en otros temas– iniciativas y cambios, a sabiendas de que ese tratamiento de excepción a militares es indispensable para que continúen los operativos funerarios por todo el país. ¡Hasta mañana, con Javier Lozano Alarcón ofreciéndose como futuro presidente del desempleo!
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