Julio Hernández López
Cuando menos le convenía a sus cálculos electorales, Andrés Manuel López Obrador recibió una cálida felicitación desde La Habana. En sus habituales Reflexiones, de amplia difusión mundial, el notablemente reactivado Fidel Castro hizo un gran elogio del político mexicano a quien, asegura, “el imperio” le impidió llegar al cargo para el que había sido elegido. La correspondencia tropical se dio luego que el comandante isleño leyera el más reciente libro del político tabasqueño al que no conoce personalmente y con el que no ha cultivado amistad. Castro coincidió plenamente con el amplio diagnóstico del saqueo nacional que ha realizado la mafia hoy en el poder, reprodujo párrafos sustanciales del texto de AMLO, advirtió que tiene omisiones relacionadas con el tráfico de armas, el cambio climático y los riesgos de guerra nuclear (tema éste al que invitó a sumarse al precandidato presidencial mexicano), y vaticinó que “será la persona de más autoridad moral y política de México cuando el sistema se derrumbe y, con él, el imperio”.
El serio análisis del jefe político cubano pone en predicamento al destinatario de la primera parte de la serie denominada El gigante de las siete leguas, dado que suministra parque a los cañoneros del calderonismo mediático para continuar con las campañas de amedrentamiento social que en 2006 ligaron de manera difamatoria el perfil político del opositor mexicano con el del largamente satanizado presidente venezolano, Hugo Chávez. Ahora, esos mismos pistoleros periodísticos usarán las palabras de Castro para zurcir nuevas historias de “peligros para México”, justamente cuando en el seno del equipo de López Obrador ciertos segmentos cargados a la derecha empujaban para que hubiera un deslinde claro del tabasqueño respecto a la línea política y la persona en sí del presidente de Venezuela, pretendiendo así esos calculistas electorales disipar suspicacias y temores de los sectores de clase media y de votantes indecisos que se llenan de preocupación al pensar que el eventual arribo de AMLO al poder instauraría escenas y políticas como las que de manera destacada y selectiva critican con acritud grandes cadenas internacionales de televisión y el aparato mediático continental cargado a la derecha.
El asomo del cubano a la política sucesoria mexicana tiene como telón de fondo la molestia del gobierno isleño por los vaivenes del calderonismo en materia de restauración firme de relaciones políticas y no sólo diplomáticas, particularmente en cuanto a la concreción de mutuas visitas oficiales de los mandatarios formales de ambos países. Sin embargo, y aun cuando en términos concretos el elogio de Castro fortalece el liderazgo de López Obrador en el segmento de la izquierda que de por sí ya le es favorable en lo general, las Reflexiones podrían dañar las expectativas del tabasqueño y favorecer la alternativa moderada que representa Marcelo Ebrard. Pero no ha de dejarse de lado la temporalidad de la profecía barbada que augura a López Obrador la máxima autoridad moral y política en un escenario de desmoronamiento institucional, no electoral, no partidista, “cuando el sistema se derrumbe y, con él, el imperio”.
Mientras tanto, otro terso fluir de discursos de buenas intenciones. Proponga usted primero. No, usted, por favor. Manual político de Carreño en el país de la desgracia: gobernadores de estados hundidos en la violencia y, la mayoría de ellos, rebasados y dominados por los cárteles, pronuncian palabras de apoyo y solidaridad al responsable federal de una falsa guerra que ha producido más de 28 mil muertes verdaderas. Todo mundo tiene, en ese concurso de apariencias dialoguistas, análisis profundos para ofrecer, reflexiones solemnes que regalar, propuestas ingeniosas y ciertas críticas básicas, necesario todo ese tinglado para mantener aunque sea al mínimo el tono forense de lo nacional a que la circunstancia obliga (el tufo de complicidades acordadas habrá de ser mediáticamente diluido más tarde por los operadores de comunicación social que convierten la tibieza de sus jefes en mágicos prodigios discursivos que exigen, reprochan, reclaman, demandan...). Juan Rulfo escribió que “los muertos pesan más que los vivos; lo aplastan a uno”, pero en el salón de alfombradas sesiones todo es ligero, volátil, insustancial, en cuanto proviene de la palabrería sin peso ni fuerza, de las almidonadas tesis del cuello blanco de la simulación política.
Lejos de los escenarios formales del presunto poder mexicano en pleno, el presidente, es decir, Barack Obama, anuncia la disponibilidad de 600 millones de dólares para enfrentar la descomposición del traspatio, entre otras cosas con el envío de mil 500 soldados a la línea divisoria. Militares gringos en la frontera y racismo contra paisanos indocumentados (por citar solamente algunos aspectos de presión circunstancial, no de fondo) le dan a las palabras del hombre de la Casa Blanca una capacidad de decisión que no juntan los solemnes ejecutivos mexicanos dialoguistas. Tampoco tienen esos gobernadores, ni su anfitrión pinolero, la deslumbrante visión táctica del interventor estadunidense, Carlos Pascual, quien suelta desde El Paso, Texas, una propuesta digna de premio Nobel de la paz: llenar de policías y soldados los territorios mexicanos en grave conflicto para que así se vaya garantizando a la sociedad una protección hasta ahora no alcanzada. Con manzanas y soldaditos: cada cinco cuadras debería montarse un sistema de vigilancia para que los habitantes de las casas de ese pequeño radio de acción se sientan seguros; después, sería cada siete cuadras, y así sucesivamente hasta lograr la pacificación nacional (lástima que Marcela Gómez Salce ya no escriba su columna periodística, pues ahora es jefa de la oficina de Marcelo Ebrard; de otra manera, seguramente diría: ¡chingón!)
Y, mientras Ulises Ruiz cumple los rituales legislativos oaxaqueños para declararse inocente de la sangrienta represión desatada a partir de 2006, ¡feliz fin de semana!
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