Arranca el año, esquizofrénico porque es diez y también veinte, con la Nación predispuesta a grandes festejos y crecientes estados de excepción. Nos esperan “días de gloria”, dijo el presidente, pero ahí viene el Coco. ¡Bu!
La mal llamada guerra contra el narco es tan parcial e incompleta que hasta la gente de la calle se da cuenta que, por ejemplo, nadie quiere atrapar a los del cártel de Sinaloa. Lo saben en Tijuana, Juárez, Cuernavaca. Las Fuerzas Armadas ocupan el territorio nacional, patrullan, interceptan, allanan, catean, disparan y son disparados. El crimen está organizado, en más fracciones que los partidos políticos, y con métodos más contundentes. Por eso, que vengan los gringos, que pongan bases de policía e inteligencia a cambio del alpiste de segunda mano del Plan Mérida.
Pero también es premisa de la ocupación mar y tierra de nuestro territorio la temida-esperada-planeada explosión del descontento social, que las autoridades ubican particularmente en las comunidades indígenas del centro y el sur (donde por cierto viven los mexicanos más irreductibles, los que todavía pueden hablar de dignidad en primera persona).
Como se les persigue por motivos muy prioritarios (ambiciosos planes de turismo “detonador de desarrollo”, ¡bum!, minería, bioprospección, autopistas, proliferación inmobiliaria, represas brutales, cultivos transgénicos, agroindustrias), los pueblos se ven obligados a resistir y denunciar la constante criminalización de su protesta, la lucha social, la defensa de culturas, territorios y recursos, la autonomía y otras formas “primitivas” de “atentar contra el Estado”. Los medios ayudan a espantar a las espantables clases medias mientras la desigualdad y la pobreza, viejos pendientes del México “desarrollado”, no dejan de agudizarse.
La ruta de colisión que conduce a la próxima cumbre climática en la ciudad de México surcará una temporada de centenarios y bicentenarios racistas y patrios, Mundial de futbol incluído. Se preparan dispositivos de represión y control a la altura del evento internacional en diciembre próximo. Con las “batallas callejeras” de Copenhague en mente (y sus precedentes de la última década: Seattle, Génova, etcétera), nuestros tiras y funcionarios afilan las uñas. Si los hipercivilizados daneses se animaron a suspender garantías, encarcelar preventivamente, aplicar tácticas contrainsurgentes y antiterroristas en un régimen parlamentario primermundista, ¿qué hazañas no podrían emprender los impunes jeraracas políticos y policiacos que montaron las “batallas” de Atenco y Oaxaca y sus consecuencias judiciales? Carta blanca a la tortura y el garrote para salvaguardar la paz social (¿la qué?).
Toda provocación, simulada o real, será bienvenida por quienes desde el poder apuestan a sacar raja del descarrilamiento de todos los trenes. Juegan con fuego. Y la leña somos más de 100 millones de mexicanos aquí y en Norteamérica.
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