Por: Yvonne V. Arballo
Para paliar el “boquete” financiero de México, el Secretario de Hacienda Agustín Carstens está haciendo llamados al “sacrificio” a “apretarnos el cinturón”, cosa que claramente él no hace porque su cinturón debe medir alrededor de dos metros. Quizá el sr, Carstens no ha escuchado la publicidad del IMSS que dice que más de noventa centímetros de cintura no son nada recomendables para la salud. Un ejemplo más sería el de Emilio Gamboa Patrón cuyo refinado paladar le impulsa a beber los vinos más exquisitos a razón de 10,000.00 a 20,000.00 pesos por botella. Dice el dicho que para muestra basta un botón, estos serían dos botoncitos pequeños comparados con los cientos de miles de botones que conforman nuestra clase política incrustada en todos los niveles de gobierno y viajando de liana en liana.
Veamos, para paliar el “boquete” de millones de pesos se recortan presupuestos en donde no deberían hacerlo como es el rubro de la educación. Sin embargo, nuestros diputados, los hacedores de las leyes, se regalan con 82’780,000.00 pesos, únicamente para las comidas de 500 legisladores de la Cámara Baja. Sí leyó usted bien: ochenta y dos millones de pesos para comer, súmele usted otros gastos más sueldos y salarios e imagínese el resto. Lo grave es que son ellos, los diputados y senadores quienes aprueban leyes y presupuestos, de tal forma, ¿quién pone freno a su codicia y sus apetitos a su omnipotencia y autocratismo?
No es de extrañar el comportamiento de nuestros legisladores, si volteamos un poco atrás y buscamos la verdadera historia de México fuera de la historia oficial. El primer Congreso Constituyente del México independiente fue conformado por 102 individuos de la más diversa ralea. Su primer presidente fue Don José Hipólito Odoarde, abogado de ideas republicanas, como vicepresidente Carlos María Bustamante, quien fuera el inescrupuloso secretario de José María Morelos y Pavón y como secretario el rico heredero, a quien su familia compró la elección como a tantos otros, Manuel Arguelles. Estos primeros diputados fueron una disparatada miscelánea compuesta de antiguos insurgentes, comerciantes, hacendados, parientes influyentes, eclesiásticos de baja jerarquía y un nutrido grupo de presuntuosos, inmorales e ignorantes jóvenes herederos a quienes sus padres compraron la curul.
El Congreso Constituyente inició sesiones el 24 de febrero de 1822 y en menos de tres horas los señores diputados decretaron que la soberanía nacional residía en el Congreso designándose a sí mismos “inviolables”, o como diríamos hoy en día, con fuero. Una de las primeras e importantes tareas que este cuerpo legislativo debía de ocuparse era legislar sobre las bases políticas y fiscales de la naciente nación, entre ellas dividirse en dos cámaras y aprobar una urgente reforma hacendaria que echara a andar al país. Sin embargo los señores diputados tenían asuntos más importantes de que ocuparse, tales como asignarse un suculento salario anual, reglamentar el protocolo y la dignidad que se debía otorgar a los miembros del Congreso y aprobar que todos los diputados portaran en su saco una insignia con la leyenda Primus, Patriae, Parens (primer padre de la patria) con la finalidad de que la chusma los reconociera y encomiara cuando transitaban por las calles. Para 1824 el Congreso se convirtió en un congresismo radical alejado del movimiento popular y en el que el pueblo solo intervenía al momento de la elección. De tal forma que toda la dirección política quedaba en manos de los individuos electos que actuaban para bienestar y beneficio de sus propios intereses y los intereses de quienes los patrocinanaban, pero completamente alejados de la voluntad popular.
Cualquier parecido con la realidad actual no es coincidencia es el resultado de la herencia maldita, una clase política que se perpetúa a sí misma, mutando de color y de insignia pero siempre al servicio de sí misma. Urge, por lo tanto, exigir la revocación de mandato y el referéndum, urge una reforma política, urge la educación más allá de la clase media. Para que el hartazgo popular no devenga en movimientos sangrientos que a fin de cuentas, a costa de muchas vidas vuelven a dejar al país en manos de los que tienen conocimiento. Tal como sucedió en las guerras de Independencia y de la revolución mexicana. En ambas el impulso popular fue usado y el poder político tomado por los mismos a quienes se derrocó.
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