El disimulo de Felipe Calderón no podría ser mayor. No admitió la derrota de su partido, se dirigió a la oposición para llamarla a la colaboración y a la unidad de propósitos, habló de la crisis económica –que nos llegó de fuera, claro— después de meses de soslayarla e ignoró por completo la situación política del país.
Como se sabía, nada ha cambiado. La gente fue a votar –la mitad de los electores, en términos netos—y no ocurrió nada en México. Calderón no ha cambiado y lo único que hizo fue pedir la renuncia de Germán Martínez, como si el verdadero dirigente de la derrota del PAN hubiera sido ese rijoso personaje.
Este es el único país del mundo donde una derrota electoral del gobierno genera un mutismo político del gobierno mismo. Es como si el PAN fuera un partido de oposición y se tuviera que lamer sus heridas dentro de sí mismo. Acción Nacional adoptó como línea de campaña el llamado a apoyar a Calderón y de ahí el énfasis en la dizque guerra contra la delincuencia organizada, siempre llamada crimen. El resultado de la votación fue un desastre para el PAN y Calderón sólo ofrece la cabeza de Germán Martínez pero ningún planteamiento para modificar el programa del gobierno.
La catástrofe ha sido tal para el partido de Calderón y para él mismo que el PAN no tendrá siquiera un tercio de las curules en la Cámara de Diputados, con lo cual el proclamado, aunque inconstitucional, veto presidencial sobre el presupuesto podría quedar anulado si el plan anual de egresos fuera adoptado con los votos unidos del PRI y el PRD (los dos tercios de la Cámara). Es decir, Calderón, en conflicto con el PRI sobre el gasto público, dependería enteramente del PRD, su opositor más fuerte en materia de política económica.
Pero el mutismo es aquí autismo. Ver la catástrofe electoral propia y negarse a prometer cambios en la política gubernamental es una provocación, la cual por desgracia no ha sido respondida por el PRI más que con la aspiración de éste de que se cambien algunos secretarios de Estado, probablemente para poner otros más al gusto de los líderes priistas. ¿Habrán pensado en el secretario de Hacienda, priista y consecuente neoliberal hasta la muerte? Es de dudarse.
El PRI busca regresar a la presidencia de la República como la humedad se mete en los muros, poco a poco, pero no para aplicar un programa diferente sino para otorgar al gobierno otras habilidades como si el problema fuera la capacidad individual de los altos funcionarios y no la política que éstos aplican.
No parece que los cambios pudieran llegar a mayores pues el PRI no los planteó en la campaña electoral y sus líderes no están anunciando nada verdaderamente nuevo y creativo. La simbiosis PAN-PRI fue uno de los factores que llevaron a Calderón al desastre electoral, pues ante los ojos de muchos el PRI era menos malo que el PAN, el cual carecía de una verdadera voluntad de cambio y de mejora de la situación. El pésimo manejo de la crisis económica fue la puntilla para el gobierno.
A lo anterior hay que descontar, naturalmente, el voto comprado con recursos públicos por parte de los gobernadores del PRI con la evidente tolerancia del gobierno federal.
¿Por qué el descontento popular no fue canalizado ahora hacia la izquierda? Ese será el tema de la próxima entrega.
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