viernes, 22 de mayo de 2009
La columna de Julio Hernández
Astillero
Uniformar
Desaliento social
Política, otro virus
Julio Hernández López
La cúpula priísta ha decidido enfrentar a Felipe Calderón en reciprocidad a los ataques a gobernadores y personajes distinguidos del partido tricolor que ha hecho o ha ahondado el secretario de asuntos electorales del gabinete felipista, Germán Martínez. Ayer mismo, Beatriz Paredes dejó el sospechoso marasmo de huipil que largamente había mantenido e inició una ofensiva que trata de centrar la responsabilidad de la crisis económica presente, más lo peor, que está por venir, en los factores internos y no sólo en los externos; es decir, en el mal gobierno que ha hecho el licenciado Calderón.
El disenso táctico tiene fundamento en lo electoral, pues el PRI considera que el PAN-gobierno le ha arrebatado la ventaja que suponía tener rumbo a julio próximo e incluso teme que se esté en vías de una descarada elección de Estado, en que los destacados alumnos de lo peor de la historia del priísmo estarían por usar recursos públicos, programas asistenciales, redes de funcionarios e incluso la supuestamente exitosa y convocante figura del ocupante de Los Pinos para ganar votos o justificar resultados comiciales adulterados.
A reserva de que los porcinos especialistas en negociaciones de elite alcancen acuerdos que permitan la reanudación del amasiato PRI-PAN, previo reparto del botín electoral, el pleito con el partido de los tres colores se añade a los indicadores múltiples de que el calderonismo está en una fase política de peligro, con rupturas, enojos o distanciamientos con sus aliados naturales y, sobre todo, con el cielo económico encapotado frente al cual rotos y débiles paraguas pretende oponer la húmeda pinitocracia (dícese del gobierno ejercido en Los Pinos por quienes siguen haciendo sus pinos, o pinitos, en política y administración). Ayer mismo, contra sus pretensiones de parecer optimista ante la catástrofe, el hombre que meses atrás hablaba de barcos de gran calado para superar tormentas económicas globales y que fanfarroneaba con la emoción que decía le provocaban los retos complicados, hubo de reconocer que México está en los momentos más graves y delicados de la recesión económica que, como todo mundo adivinaba, excepto el carstensismo-felipismo, de catarrito se encamina a pulmonía.
Al descontrol político llevado hoy al choque con el zorruno priísmo y al tamaño de la crisis económica agravada por decisiones sanitarias simplemente irresponsables o perversamente calculadas ha de agregarse el hecho de que la virulencia del narcotráfico ha tenido un repunte que está dejando en evidencia la minusvalía del calderonismo. No se trata tan sólo de la reposición de la cuota diaria de decenas de muertes relacionada con ese negocio, sino del hecho de que el descrédito y el alcance de las acciones derivadas del mercadeo de drogas están llegando al nivel de los poderes ejecutivos estatales, preámbulo del que ejerce el antedicho licenciado Calderón. En Morelos, el líder de la Sagrada Familia, Marco Adame, trata de zafarse de las evidencias contundentes de que su gobierno ha estado en contubernio con determinado cártel. Y en Zacatecas la gobernadora Amalia García y la vicegobernadora Claudia Corichi (hija de la primera) enfrentan el demérito derivado de la fuga de más de 50 presos de una prisión inmediata a la capital del estado. Lo más aberrante de este caso es que se ha desatado una discusión acerca de los uniformes usados por los liberadores de zetas, como si el simple uso de prendas con determinadas insignias, siglas o colores pudiese explicar la sustitución o arrollamiento de la vida institucional, como si se aceptara ya que en México basta con portar el uniforme adecuado para hacer lo que se desee, sobre todo si es delictivo.
En ese mismo sentido corre una peculiar tendencia mediática que busca igualar, es decir, uniformar, el universo de la política y sus ejecutantes, los políticos. Todos son corruptos y la política es una cochinada, se dice en tonos histéricos, de cacerolismo inducido, desde flancos periodísticos que de ninguna manera buscan las causas de las cosas, ni las denuncian sino que suelen ser amables y cómplices con los verdaderos culpables del desastre nacional. La campaña nacional de desaliento cívico es una continuación del golpe social de miedo e individualización que se dio con el argumento de la influenza apocalíptica. México es, para mal, otro desde que Felipe Calderón tomó el poder; México es otro desde que se estableció hace casi un mes el estado médico de excepción. Hoy hay peores condiciones para organizar la protesta social frente a una realidad política y económica que a la vez es peor a la que había antes de la imposición programática de los tapabocas. Aislados y amedrentados, los ciudadanos deben pensar hoy en su sobrevivencia personal y familiar, sin prestar atención a las feas, sucias e improductivas tareas relacionadas con lo político (mucho menos las protestas y movilizaciones), rubro éste que va en camino de ser declarado otro virus contagioso y mortal. Uniformar la decepción y el desánimo, tal es el encargo desmovilizador que conforme a un libreto de rudezas en camino se está cumpliendo en estos momentos de presagios funestos.
Astillas
La pregunta de ayer sobre votar o no votar generó un buen número de comentarios que llegaron tanto al correo electrónico de este tecleador como a la sección correspondiente de la página de Internet de La Jornada. En ésta, por cierto, con la participación de algunos opinantes que mediante la descalificación personal del columnista e incluso la tergiversación de lo escrito en Astillero tratan de desviar la discusión de lo esencial. Hay, desde luego, quienes critican y contravienen de manera genuina, pero otros parecen pertenecer al cuerpo de foristas a sueldo que en oficinas gubernamentales mantienen. A éstos, bien se haría en simplemente dejarlos pasar, sin contestación ni debate... Y, mientras Doritos continúa el pitorreo, ahora con un video denominado Mexican beauty, ¡feliz fin de semana!
Fax: 5605-2099 • juliohdz@jornada.com.mx
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