lunes, 4 de mayo de 2009
Fase 5 de julio. Jacobo Zabludovsky
El miércoles fue día clave en la guerra contra la influenza A H1N1. Nos dimos cuenta de que el virus no nos va a matar, pero tal vez no nos dejará vivir.
La Organización Mundial de la Salud nos hizo el favor de decretar ese día la fase 5 de alerta epidemiológica, una antes de la peor, caracterizada por el contagio de persona a persona, detectada al menos en dos países y en gran número de enfermos, aviso de que una pandemia incontrolable es inminente.
El presidente Felipe Calderón reapareció después de tres días de ausencia, y a las 11 de la noche encadenó radio y televisión para aconsejar que no saliéramos de casa, decisión que ya habíamos tomado por miedo y porque, sobre todo en el Distrito Federal, no hay dónde ir. Dio el pésame a parientes de fallecidos, felicitó a empleados de salud y agradeció a los chinos que nos mandan guantes y tapabocas.
Por la mañana reunió en Los Pinos a tres mexicanos médicos, ex secretarios de Salud y ex rectores de la UNAM. Estuvieron Guillermo Soberón, Jesús Kumate y Juan Ramón de la Fuente, además de José Ángel Córdova, actual secretario de Salud.
El doctor De la Fuente tiene la cualidad de pensar y decir bien lo que piensa. El secreto no está en el cuento sino en saber contarlo, dice mi admirado Gabriel. Aquí concurren los dos factores. Nos explicó después por radio lo que había dicho, sugerido y “respetuosamente” criticado durante la insólita cita.
La emergencia a que nos enfrentamos obliga a superar posturas políticas o discrepancias personales. Solidario con sus compatriotas, el doctor De la Fuente estuvo ahí, porque no es momento para “actitudes mezquinas”. Reiteró en la junta su vieja exigencia de alentar la investigación científica, crear una infraestructura adecuada para bastarnos a nosotros sin tener que depender de laboratorios internacionales o de otros gobiernos. Exhortó al Presidente a que se difunda cómo se puede tener acceso a los antivirales, cómo evitar la automedicación y cómo prepararse para una lucha por tiempo indefinido. “La epidemia seguramente va a durar largo tiempo y va a venir una onda —así se les llama a los ciclos de las epidemias—, una segunda onda, y hay que estar atentos”.
A mi juicio, tres son los puntos sobresalientes de lo dicho por el ex rector. Primero: “Tomar las precauciones que exige el eventual regreso a la normalidad”. Esto es muy importante “porque no es sencillo, conlleva una serie de implicaciones complejas como dar seguridad a los padres de que sus hijos van a estar a salvo en la escuela, definir si continuarán las medidas preventivas, disponer de todas las medicinas e instrumentos que la nueva situación requiera y, si no se dan las condiciones de suficiente seguridad, que no se reanuden las actividades porque podemos quedar atrapados en el peor de los escenarios posibles”.
Segundo: sobre el cierre de cines, restaurantes y otros establecimientos mercantiles en el Distrito Federal, dijo que “ante la magnitud del problema todas las precauciones son oportunas y bienvenidas: creo que es una decisión acertada la que ha tomado el jefe de Gobierno porque el foco principal ha estado en la ciudad de México”.
Y tercero: “Sugerí absoluta claridad en la información, transparencia y veracidad en el manejo de cifras, tratar de ordenarlas de modo que todo el mundo las entienda, porque ha habido confusión”.
Lástima que los consejos del doctor De la Fuente no abarquen la realidad política y económica actual.
A la hora de escribir este Bucareli, todo parece indicar que las medidas del presidente Calderón, en lo federal, y del jefe de Gobierno Ebrard, en la capital, van dando resultados y el problema empieza a ver su luz al final del camino.
En el mejor de los casos, dominada la epidemia se multiplicarán nuestros agobios. La iniciativa privada habrá perdido más de lo que estaba perdiendo por la crisis. El gobierno habrá gastado lo imprevisto. Se han publicado opiniones de quienes creen que ciertas medidas financieras se orientan a lograr votos dentro de 60 días. Sobre todo, afirman, y quizá es convicción creciente, se desea mantener lo más baja posible la cotización del dólar frente al peso, factor considerado por un sector de la población como síntoma de las finanzas.
Se dice: con dinero prestado regulamos el mercado de cambios; en lugar, dicen otros, de guardarlo para costear la convalecencia dolorosa de un país apaleado.
Aunque no es el del peso el único síntoma preocupante de nuestra economía, parece inoportuno hablar ahora del futuro.
Es hora de cuentas claras y de informes minuciosos. El ciudadano se ha enfrentado con valor al peligro. Merece saber y, más que nunca, ser tomado en cuenta.
Nadie se atreva a pensar: después del 5 de julio, el diluvio.
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