Enfrentemos los hechos: México está en grave situación. Convergen varias líneas de ruptura: economía desordenada, sociedad dividida, ingobernabilidad en regiones estratégicas, fracaso del experimento democrático, corrupción que desquicia a las instituciones. Los optimistas opinan que la crisis durará el sexenio, aunque unos piensan que entre 10 y 12 años. Por primera vez he oído que analistas serios hablan de un colapso. Escenario indeseable para la clase gobernante, sus opositores y la nación.
La crisis financiera de Estados Unidos y del primer mundo implica para ellos una mala época. Pero tienen recursos para afrontarla, instituciones democráticas y un mercado poderoso, una población bien entrenada y educada. Lo nuestro no es una crisis. Es el final de un proceso histórico. El agotamiento de una forma de vivir y de gobernar. Nuestra clase política no está en condiciones de afrontar las calamidades que nos amenazan. Quiere conservar una costumbre: el saqueo. Una norma: la impunidad. Calderón no nos puede convocar a nada significativo. Él y su equipo de ineptos deben estar aterrados ante la tormenta.
Hay quienes ven el regreso del PRI como inevitable. Le atribuyen ahora oficio político. El PRI sólo podría ganar gracias a la amnesia de los mexicanos acompañada por una campaña mediática de trillones de pesos. Es un partido que no se ha renovado, que no ha hecho autocrítica de sus excesos, que llama vocación de poder a la cleptocracia, que hundió a México: los males actuales se originaron todos en los regímenes finales del priísmo. Volver a votar por él significa el sometimiento a lo peor. La renuncia al cambio y a la democracia. Me recuerda aquel chiste desagradable de los dos náufragos y una muchacha en la isla desierta que termina con aquello de que asqueados de lo que estaban haciendo decidieron desenterrar a la muchacha.
Llegado este punto, mis lectores pueden esperar a que yo diga que la única salvación son AMLO y su proyecto alternativo. Se equivocan. Nuestra apuesta debe de ser a una insurgencia cívica de la población activa y participativa inconforme con el desastre. Cada vez mejor informada y con vocación de organizarse con mayor conciencia de sí misma. AMLO podrá ser un líder de esa gente, pero no podrá sustituirla. En eso reside nuestra esperanza. El pueblo mexicano se ha levantado varias veces del lecho de enfermo cuando se creía que no tenía remedio. En proporción, hoy contamos con una enorme masa de gente preparada que quiere el cambio y va por él. Ellos son la esperanza que busca su oportunidad.
jaorpin@yahoo.com.mx
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