Obama: ¿regreso del Estado?
A 45 días de que llegue a la Casa Blanca, y cuando el mundo se encuentra inmerso en una de las más graves crisis financieras de la historia, el presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama, presentó ayer el adelanto de un plan para rescatar la economía de su país. Sin precisar cifras, el político afroestadunidense afirmó que su programa prevé la “mayor inversión en infraestructura nacional desde la creación del sistema de autopistas federales en la década de 1950”, impulsada por el entonces presidente Dwight Eisenhower, y señaló que con ello pretende crear alrededor de 2 millones y medio de empleos para 2011; además, el ex senador por Illinois enfatizó que su proyecto de rescate económico no será conducido “a la vieja manera de Washington”, en el sentido de que el gobierno no se limitará a otorgar el dinero, sino que mantendrá evaluaciones y mecanismos de control sobre los recursos.
El anuncio de este plan, que de inmediato fue calificado por la prensa estadunidense como el New Deal (Nuevo Trato) del siglo XXI –en alusión a la política económica con que el gobierno de Franklin Roosevelt hizo frente a la crisis de 1929–, reviste especial importancia por cuanto prefigura el cariz del nuevo mandatario, quien habrá de tomar posesión el 20 de enero próximo: si bien las designaciones del gabinete económico de Obama –integrado, en su mayoría, por “veteranos” de Washington y ex colaboradores del gobierno de Bill Clinton– habían difuminado las expectativas en torno a un posible cambio en aquel país, el reconocimiento de la importancia de la intervención estatal en la economía y el anuncio de las inversiones públicas que realizará su gobierno apuntan a una proximidad ideológica de Obama con postulados neokeynesianos. Dicha definición apunta a una aparente ruptura con los pilares ideológicos de la denominada revolución conservadora, iniciada por Ronald Reagan y continuada por George Bush padre, que se caracterizó por una política económica de ajuste fiscal y reformas estructurales; recorte del gasto público, reducción sostenida del Estado y privatizaciones; liberalización indiscriminada del comercio y medición del crecimiento a partir de variables macroeconómicas, en desatención de las realidades sociales.
Al día de hoy, la versión del capitalismo entronizada desde hace más de dos décadas en la nación vecina –desde donde además se pretendió imponerla a todo el mundo, vía los organismos financieros internacionales– se ha colapsado como consecuencia de su propio carácter depredador y voraz, y el quebranto originado ha sido de tal dimensión que incluso el gobierno de George W. Bush –heredero de la denominada reaganomics– se ha visto en la necesidad de adoptar medidas que algunos han calificad hasta de estatistas con tal de salvar de la catástrofe financiera las corporaciones privadas. Tal situación ha dejado sin argumentos a los neoliberales más recalcitrantes, y ha planteado la urgencia de avanzar hacia un nuevo marco regulatorio del sistema financiero internacional y a la implementación de nuevas medidas de intervención estatal en la economía.
Así, después de décadas de libertinaje económico voraz e inhumano, y ante el fracaso de un modelo que ha generado grandes desigualdades sociales, pobreza y marginación en todo el mundo, difícilmente se podrá regatear al futuro presidente estadunidense la intención de transitar hacia una economía en la que el Estado juegue un papel más trascendente. Cabe esperar, por último, que esta tendencia no se circunscriba al ámbito interno de Estados Unidos, sino que aflore un impulso de medidas similares para revertir las desastrosas consecuencias del neoliberalismo en todo el mundo.
domingo, 7 de diciembre de 2008
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