Felipe Calderón, presidente formal por decisión de un tribunal corrompido, sabe muy bien que no ganó las elecciones del 2006 y, por consiguiente, hoy padece su carencia de una base social a la que implora que lo apoye.
Su exigua "mayoría" fue armada tramposa y transitoriamente, sólo para aparentar su "victoria", con votos fraudulentos de gobernadores del PRI y operadores de la lideresa magisterial traidora a su partido; con los mecanismos informáticos electorales para restar sufragios al opositor y sumarlos a Calderón; y, finalmente, con la decisión abiertamente amañada de un Tribunal Electoral que reconoció todas las ilegalidades cometidas por el entonces presidente Fox y sus partiquinos del Consejo Coordinador Empresarial, y a pesar de ello dio por válida la elección, porque no se pudo probar cómo afectó el resultado.
Contra la voluntad ciudadana, contra la lógica, se impuso a Felipe Calderón como presidente formal del país. Pero el país realmente no lo aceptó. Toleró su imposición a la mala, pero no lo aceptó... y sigue sin aceptarlo. Por eso hoy clama y reclama unidad que lo apoye en sus torpezas. Si su "mayoría" hubiera sido real, no tendría necesidad de sus clamores. Pero el verdadero problema es más grave: su ignorancia.
Se invistió con todos los poderes de facto, pero no sabe emplearlos. Se adueñó del presupuesto y la fuerza públicos; del predominio mediático, inducido por los poderosos anunciantes que lo patrocinaron condicionadamente; emprendió arreglos interesados con la tercera fuerza política (el PRI) para mediatizar hasta desaparecer a la verdadera fuerza sociopolítica de México representada por Andrés Manuel López Obrador (según todos los indicios reales, el verdadero Presidente de la República)... y no entiende qué hacer con ellos, nada le funciona.
Aun con todos los poderes formales y de facto, Felipe Calderón no sabe qué hacer ni cómo gobernar el país. Acostumbrado sólo a los conciliábulos de un partido opositor sin aceptación pública más que focalizada y reducida a círculos sociales de pretensiones clasistas, pactó solamente con los afines y actuó igual que en un club privado, percibiendo al país como su estancia o rancho sujeto a su voluntad, cambiante al consejo de sus amigos.
Convencido de que su único problema era el descontento social creciente con las trapacerías de su antecesor, que se obligó a encubrir para realizar las suyas, en vez de buscar caminos para conciliar y restaurar la confianza, Calderón decidió presumir de hombre fuerte, de emperador autócrata cuyo solo deseo es una orden fulminante e inapelable (ficción alimentada por sus mismos patrocinadores en mensajes televisivos a todo el país), y emprendió una peligrosa militarización que hoy se le está revirtiendo.
Sin la mínima noción gubernamental ni logística, operando con los mismos funcionarios ineficaces heredados de Fox, más sus partidarios poco avispados e ignorantes de la administración gubernamental, ordenó un atropellado "combate al crimen organizado" sacando al Ejército a las calles, para poner retenes militares tan abusivos con la población inerme, como ineficaces contra el hampa. La plena exhibición de un gobierno a tontas y a locas. Lejos de ganar simpatías, sumó desconfianzas y antipatías, esparció la violencia y empeoró las cosas, especialmente cuando "instituciones" supuestamente creadas para proteger a los ciudadanos, se volvían contra ellos por defender la obtusa voluntad presidencial.
Inconsciente en su percepción de la realidad, como en el manejo de los tiempos, Calderón se metió en más problemas cuando decidió emprender la entrega formal de Pemex a sus patrocinadores de la iniciativa privada y, para operarla, nombró secretario de Gobernación a su íntimo experto en contratos ilegales Juan Camilo Mouriño, como responsable de la tranquilidad y manejo político del país, pese a su pasado bastante polémico y sin mayor antecedente que su intimidad con el actual poderoso.
Expuesto de inmediato como extranjero en un cargo que le prohíbe la Constitución y descubierto como traficante de influencias para favorecer, como servidor público, los intereses privados de su familia, Mouriño perdió en seguida el supuesto capital político que le atribuía la prensa vendida.
Pero en vez de corregir el yerro, Calderón se empecinó en sostener y encubrir al ciudadano español Mouriño con la ayuda de su partido y el auxilio mercenario del PRI, en otro alarde de prepotencia y soberbia autocrática. Y para aprovechar el escándalo mediático pretendió que el Congreso aprobara por vía rápida y sin mayor trámite lo que llamó "reforma energética", que no fue más que una modificación a leyes secundarias para burlar la Constitución y entregar a la iniciativa privada del país y el extranjero los mecanismos de la renta petrolera, conservando con cargo al presupuesto la pesada y gravosa burocracia que arruina a Pemex.
Ni eso le funcionó, pues de nuevo su némesis López Obrador convocó a un sui géneris levantamiento pacífico en el Congreso (pese al coraje de los líderes de todos los partidos, salvo el del Trabajo y Convergencia) y forzó a abrir un ciclo de debates con juristas y expertos que en su abrumadora mayoría condenaron la iniciativa presidencial como privatizadora, entreguista y traidora a la Patria. Sólo el PAN calderonista vio una ilusoria "mayoría" a favor de la iniciativa oficial.
De nuevo, en vez de rectificar, Calderón se empecinó y trató de obligar al PRI a la inmediata aprobación de su iniciativa, en cuanto concluyeran los debates, pero el PAN y todo el gobierno (inoportuna y torpemente, pues habían dicho que los expertos aprobaron la propuesta de Calderón) anunciaron que no lo tomarían en cuenta, pues era un simple ejercicio retórico del "derecho al pataleo" que con gran menosprecio habían concedido a la oposición. Craso error. Exhibido el PRI como simple comparsa de Calderón y su partido, debió recular y dio al traste con los planes del presidente de facto.
Sin reconocer sus traspiés que se sucedían uno tras otro, Calderón quiso aprovechar el asesinato del joven hijo de un prominente empresario, patrocinador suyo, para armar otra distracción pública y culpar, de paso, al odiado Gobierno del Distrito Federal con otra marcha "contra la delincuencia" organizada por los mismos membretes que utilizó Fox contra López Obrador.
Pero los acontecimientos que ninguna de sus "inteligencias" le advirtió, le ganaron a Calderón. Empezaron a brotar cadáveres por todos lados, en entidades que le son afines o francamente partidarias, con mantas en que la delincuencia culpaba abiertamente al "presidente narco" de apoyar a un solo cártel (del Chapo Guzmán), al mismo tiempo que surgían indicios de que sus policías (no únicamente los de Marcelo Ebrard, que detuvo y consignó a los presuntos responsables) no sólo protegían, sino que estaban involucrados con la delincuencia organizada y Calderón los apoya abiertamente. La detención de una funcionaria de Seguridad Pública federal, pedida por el gobierno capitalino como resultado de las pesquisas sobre el asesinato del joven heredero del patrocinador de Calderón, trató de ser, primero, negada y después eludida por el secretario heredado del foxismo. Cuando no le quedó más remedio que entregarla a la policía del DF, encubrió a quien contrató y protegía a la funcionaria federal, responsable del área de secuestros de la dependencia federal.
Pero ni de eso aprendió Calderón y ya se metió al apoyo irrestricto al PAN en las elecciones del 2009, para que obtenga una aplastante "victoria" que le garantice una mayoría en la Cámara de Diputados y más gobernadores afines. Piensa que así no podrá ser sujeto a juicio político por traición a la Patria, como crecen las acusaciones con mayores evidencias, y que podrá consumar la entrega de Pemex que le están urgiendo sus partiquinos y patrocinadores de dentro y de fuera.
Bien visto, sin apasionamientos, ¿para qué quiere Felipe Calderón mayor poder, si no sabe qué hacer con el que tiene? ¿Para qué más poder si no sabe para qué sirve, que no sea el enriquecimiento grosero de él, su parentela y asociados?
¿Para qué pretende el PAN una mayoría legislativa, si la que hoy tiene no le sirve para nada y está inválida sin el PRI, el Verde Ecologista y la alianza de Elba Esther Gordillo? ¿Para qué pretende llenar el Congreso con personas ignorantes de la política y el bien público? ¿Para autorizar y encubrir todos los saqueos de Calderón, como ha hecho con los de Fox?
¿Para qué quieren la mayoría? ¿Para más corrupción y mayor impunidad?
domingo, 28 de septiembre de 2008
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