Los "actos de terror" como el ocurrido en Morelia, fueron pronosticados desde hace semanas con base en viejas premisas lógicas. El terrorismo iniciado no es revolucionario, sino justificativo de una próxima intervención extranjera, preparada, alentada y aceptada por el actual gobierno de facto.
por Fausto Fernández Ponte
I
Hace algunas semanas, en este mismo espacio se aludió a las secuelas de la ocurrente y dramática descomposición del Estado mexicano. "¿Qué es lo que sigue? ¿Qué ocurrirá?", se inquirió este escribidor. "Acciones de terror", fue la respuesta.
Al escribir la respuesta se echó mano de añejas premisas: los actos de terror no serían cometidos por revolucionarios, sino por actores internos y externos movidos por imperativos de geopolítica y justificarlos ante el mundo y la historia.
Imperativos y objetivos de geopolítica de Estados Unidos, mas no de México, inpirados en una filosofía que preconiza la injerencia en los asuntos internos de otros países e incluso la intervención militar directa o sesgada bajo guisas sofistas.
La acción de terror en Morelia, Michoacán, ocurrida la noche del 15 de septiembre, en pleno jolgorio por los 198 años del Grito de Independencia, es --sin duda-- muestra execrable, por terriblemente trágica, de la descomposición ocurrente del Estado.
El fenómeno de la descomposición es general. El acto de terrorismo en agravio de la población civil --inocente-- es uno de los síntomas de aquélla, independientemente del móvil coyuntural, táctico, y fines de los perpetradores.
Esta acción fue realizada obviamente con el afán de aterrorizar a la población civil y convertirla en un objetivo tácticamente válido: el de rehén de un grupo delincuente de interés y de presión, poseedor de enorme capacidad de fuego.
II
Así, la población civil queda entre dos fuegos, pues ya era, antes del acto de terror en Morelia, objetivo táctico válido de las fueras coactivas y coercitivas del Estado. Nos aterroriza el Estado y nos aterrorizan lo narcos. Ésa es una realidad atroz.
Y esa realidad es la de que la sociedad mexicana es la víctima damnificada de la descomposición del Estado, condición que se suma a la miríada de opresiones coyunturales y sistémicas (estructurales y superestructurales) en las que existe aquélla.
Confirma ese nefando episodio de terror que la descomposiciòn del Estado mexicano afecta a su componente central, el que conforma la sociedad o, entendido en su sentido más amplio, el pueblo de México, sin distinción de clases ni estratos sociales.
Parte alícuota de la descomposición del Estado --inmerso en una vorágine incontrolable de desmoronamiento filosófico, moral, ideológico y, sin duda, político y social y socavamiento funcional-operativo-- es la escalada en el terror.
Esa desintegración tiene dialéctica propia y, por ende, concomitancia cultural. La cultura de la descomposición del Estado mexicano tiene, en su turno, identidad manifiesta: la de la inapropiadamente llamada narcoguerra.
Esa guerra --declarada unilateralmente por el Jefe de facto del Estado mexicano el mismo día que inició su periodo sexenal, en 2006-- es, en realidad, un conjunto de tácticas desarticuladas entre sí de una estrategia ambigua, imprecisa, sin objetivos claros.
III
Las tácticas --acciones miltares y policiacas orientadas a un propósito estratégico dado-- es ajeno a su sexenio, pero sin una infraestructura logística ni doctrinal su propósito declarado de vencer y, eventualmente, destruir a un enemigo, es irrealizable.
Ésa sería la estrategia y, en términos convencionales y formales, lo es. El enemigo identificado por los tácticos es un conjunto de ciertas organizaciones dedicadas al tráfico ilícito de estupefacientes y psicotrópicos. Obtienen fabulosas ganancias.
Esas organizaciones o cárteles del narcotráfico que operan en territorio mexicano son proveedores de un mercado de enorme dinamismo --creciente--, el de los tres países de la América del Norte, arrebatándole a Washington el control de esa proveeduría.
Ante ese hecho, Washington persuadió al jefe del Estado mexicano --personaje con nulo capital político-social por haber sido investido sin un contrato social amplio que lo respalde-- a librar subrogadamente una guerra contra los cárteles.
Ofreció EU a México financiamiento, asesoría, un plan táctico y una doctrina militar incluso, pero ello ha quedado en promesas de muy lentísimo andar. El costo político y financiero es para el Estado mexicano y el gobierno que lo representa y el pueblo.
Mientras tanto, los patrones en Washington hablan de retirarle al Estado mexicano la subrogación de la narcoguerra y deliberan, en los cenáculos del poder imperial, la posibilidad de "rescatar" a México y "salvarnos" de nosotros mismos. ¿Con batallones de "marines"?
ffponte@gmail.com
jueves, 18 de septiembre de 2008
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