sábado, 17 de noviembre de 2012

Hollywood y su procaz propaganda... Jaime Avilés





Noviembre de 1979: una muchedumbre formada por jóvenes que siguen al ayatola Jomeini toma la embajada de Estados Unidos en Teherán, capital de Irán, y captura a 54 gabachos. Seis de ellos logran escapar de la sede diplomática y luego del país; los demás permanecerán como rehenes hasta febrero de 1981.

    El estallido de la crisis económica mundial en 1980, el apoyo explícito de la Casa Blanca a los rebeldes sandinistas en Nicaragua –que en julio de 1979 acabaron con 50 años de dictadura somocista-- y la prolongada “crisis de los rehenes” que duró 444 días, contribuyeron a la derrota del presidente James Carter, que buscaba la reelección en los comicios de noviembre de 198, y al ascenso al poder de Ronald Reagan.

    Para castigar a Irán, Reagan convenció a su amigo Saddam Hussein de declararle la guerra a Jomeini. Para derrocar al nuevo gobierno de Nicaragua, la CIA (es decir) pactó con los cárteles de Colombia para introducir toneladas de coca a Estados Unidos con ayuda de los gobiernos del general Manuel Antonio Noriega en Panamá y de Miguel de la Madrid en México, y con el producto de las ventas compró armas clandestinamente a Irán, que fueron a parar a los contrarrevolucionarios nicas asentados en Honduras junto a la frontera nicaragüense.

    Ante la brutal ofensiva militar lanzada por Irak, en la cual Hussein obtuvo bombas de fósforo blanco y gas mostaza de parte de Reagan, el gobierno de Jomeini implantó en Irán un régimen fundamentalista, que reprimió con descomunal furia a sus propios simpatizantes en lo general y a las mujeres en lo particular. 

    La decepción que experimentaron los revolucionarios iraníes al descubrir la verdadera naturaleza de su monstruoso líder, que retrocedió el reloj al siglo VIII, fue más o menos similar a la que desmoralizó a los sandinistas debido a la corrupción de sus comandantes, que aprovecharon la solidaridad mundial para enriquecerse mientras los muertos se multiplicaban en la frontera hondureña y se hundía la economía del país. 

    En 1990, los sandinistas perdieron el poder ante los candidatos de la derecha somocista –con James Carter como testigo de honor para certificar la transparencia de los comicios-- y, envalentonado por su victoria sobre Irán y seguro de su “amistad” con la Casa Blanca –en donde Reagan había cedido la presidencia a George Bush padre--, Hussein invadió Kuwait para anexarlo a su país, pero entonces él mismo se llevó su buena sorpresa al convertirse en enemigo de la Casa Blanca.

    En la última década del siglo XX, tras el derrumbe de la Unión Soviética y en plena reconversión del Partido Comunista chino al neoliberalismo, el régimen iraní se consolidó como una teocracia medieval inscrita desventajosamente en una carrera armamentista contra Israel; Estados Unidos e Inglaterra prepararon la derrota de Hussein y la ocupación de Irak para controlar los mayores yacimientos petroleros del mundo, y Daniel Ortega recuperó la presidencia de Nicaragua como un Somoza un menos asesino pero igual de corrupto. 

    Y ahora, noviembre de 2012, a 33 años de la crisis de los rehenes en Teherán, y mientras la teocracia iraní, que se mantiene en el poder mediante periódicos fraudes electorales, cuenta con la tecnología necesaria para construir sus propias armas nucleares y establecer un equilibrio con Israel, único país de Medio Oriente que gracias a Estados Unidos posee ese tipo de artefactos en la región.

    Pese al derrumbe de otros gobiernos en el mundo árabe que se oponían a Israel, en la actualidad Irán goza del respaldo diplomático irrestricto de China y de Rusia, frente a las amenazas permanentes de la Casa Blanca y Tel Aviv. Y en el marco de la campaña electoral de Obama –que le brindará al Partido Demócrata la oportunidad de gobernar otros cuatro años-- Hollywood acaba de distribuir por todo el mundo copias en todos los idiomas de una película de propaganda contra Irán llamada Argo.

    Dirigida y protagonizada por Ben Affleck, actor que nuca pasó de perico perro, la cinta reconstruye los hechos de la embajada de USA en Teherán en 1979 y no puede ser más vulgarmente maniqueísta. Cuenta la “hazaña” de los seis gabachos que huyen y con un predecible uso del suspenso los ensalza como víctimas y como héroes de una comunidad tan amable y dulce como la de Estados Unidos, mientras los iraníes, en la pantalla, carecen de la mínima dimensión humana: todos son feroces, brutales, malos y tontos.

    Dominada totalmente por los intereses de los banqueros sionistas de Israel, la llamada “fábrica de sueños” de Hollywood, tan ligada siempre a los intereses militares de la Casa Blanca, pareciera iniciar con esta película una campaña para sensibilizar al público occidental y predisponerlo favorablemente a un ataque nuclear contra Irán, algo que por ahora le resulta a Obama y a Netanyahu imposible –por la oposición de China y de Rusia--, pero que no es ajeno a la nueva ofensiva de las fuerzas armadas israelíes contra Palestina en la Franja de Gaza.

    ¿Que si estoy recomendándoles que vean Argo? Para qué: les revolvería el estómago de asco. Pero si van a ir al cine hay mejores opciones: ayer se entrenó la nueva de Carlos Reygadas, “Post tenebras lux”, que ganó el festival de Cannes, y desde hace una semana está en cartelera la nueva de Luis Mandoki, “La vida precoz y breve de Sabina Rivas”.
    
    
Jaime Avilés
    

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