sábado, 7 de mayo de 2016

El partido del sol azteca cumple 27 años de vida en medio de la peor crisis de su historia

A escasos 2 meses de consumado el fraude electoral de 1988, Cuauhtémoc Cárdenas, el candidato del opositor Frente Democrático Nacional se encontraba ante una disyuntiva: encabezar el descontento popular que incitaba a la rebelión o reconducirlo por la vía institucional para evitar la violencia.
Ante un zócalo abarrotado, el hijo del Tata Lázaro desconoció el 14 de septiembre el dictamen que declaraba presidente a Carlos Salinas de Gortari ypropuso reencausar la lucha política de la izquierda por la vía partidista.  
Un año después, el 5 de mayo, nacía formalmente el PRD, un partido que logró con éxito ligar en un mismo espacio los intereses de los disidentes priístas de la corriente democrática, a los militantes socialistas que optaron por la vía electoral a partir de la reforma de 1977, a algunos exintegrantes de los movimientos armados, a los estudiantes universitarios del CEU y a numerosas organizaciones de los movimientos sociales y populares de las periferias urbanas, principalmente de la Ciudad de México.
El nuevo partido contó desde el inicio con un estatuto flexible que reconoció la existencia de corrientes internas (más tarde conocidas como tribus) y desechó el socialismo como eje programático, optando por una posición más moderada pero evidentemente contraria a la política económica implementada por los tecnócratas del régimen.
En el marco de la apertura democrática del sistema político mexicano, el PRD exhibió los costos de las crisis económicas y la decadencia del partido hegemónico. El sol azteca se convirtió en sus primeros años de vida en una opción competitiva dentro de las reglas del juego democrático, sin embargo su equilibrio interno dependió desde el inicio del liderazgo omnipresente de Cárdenas.

Los primeros triunfos y el camino hacia la burocratización
En su primera experiencia electoral los perredistas apenas alcanzaron en 1991 el 8.3 por ciento de los  escaños de la Cámara de Diputados. Los deficientes resultados provocaron un cambio de dirección y estrategia, no era suficiente la presencia de Cárdenas para ganar votos, Andrés Manuel López Obrador lo entendió y como presidente del partido redefinió la imagen del partido y los triunfos comenzaron a llegar.
En 1997 Cárdenas ganó la jefatura de gobierno del Distrito Federal, el PRD obtuvo la mayoría absoluta en la Asamblea Legislativa y una cuarta parte de los espacios de San Lázaro. Después vinieron los triunfos en Zacatecas, Tlaxcala, Baja California Sur y Nayarit; el PAN, por su lado, también ganaba terreno mientras el PRI se desmoronaba.
De ser un partido opositor el sol azteca se convirtió en gobierno, lo que significó acceso a mayores recursos y nuevas luchas internas por su control, el partido se burocratizó y el clientelismo fue desde entonces la base de la relación con los gobernados. Nuevos cacicazgos se consolidaron a nivel local a partir de este modelo de tratos excepcionales, distribución de privilegios, exenciones y concesiones para garantizar la permanencia en el poder.
La Ciudad de México se convirtió en el bastión perredista y López Obrador sustituyó paulatinamente el liderazgo de Cárdenas. Como jefe de gobierno, el tabasqueño diseñó la política social que aún es bandera del partido y al mismo tiempo dio forma a un modelo centralizado en la toma dediciones, dejando poco espacio a una participación más democrática de las bases.

El derrumbe
Las derrotas de 2006 y 2012 precipitaron el desplazamiento de López Obrador como líder indiscutible y consolidaron a Los Chuchos en la dirigencia, la tribu que ha acelerado la transformación del PRD en una maquinaria electoral con principios ideológicos poco definidos. Ese pragmatismo que ha llevado al partido a hacer alianzas antes impensables con el PAN o a sumarse al Pacto por México promovido por el gobierno de Enrique Peña Nieto y que ha arrojado resultados poco favorables.
Por ejemplo, en la última elección de diputados federales el PRD obtuvo el 10.8 por ciento de la votación, cuando en 2012 alcanzó el 15.2 por ciento. Estos números se acercan más a los conseguidos en 1991 (8.3 por ciento) que a la votación obtenida en 2006 (28.9 por ciento).
En la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera (que no es militante del partido) ganó en 2012 con un porcentaje superior al 70 por ciento de los votos, tres años después el PRD perdió 8 delegaciones y de ser mayoría absoluta en la ALDF, solamente consiguió 20 de sus 66 curules.
Las causas del derrumbe del partido son varias y merecen un análisis detenido para llegar a alguna conclusión, pero vale mencionar que tal vez el caudillismo (En 27 años sólo hubo 2 candidatos a la presidencia), la toma de decisiones a partir de la lógica del reparto de cuotas, la atomización confundida con pluralidad y la falta de un proyecto político a largo plazo, sean las causas que terminaron con la aspiración de una izquierda que buscaba hace 3 décadas poner fin a un régimen político que hoy parece estar más vivo que nunca.

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