miércoles, 16 de marzo de 2016

Periodismo de odio

La periodista Andrea Noel denunció en días pasados el ataque que sufrió en calles de la Condesa, en la Ciudad de México. Foto: Facebook Andrea Noel


La periodista Andrea Noel denunció en días pasados la agresión que sufrió en calles de la Condesa, en la Ciudad de México. Foto: Facebook Andrea Noel

Apenas marzo y ya tenemos candidatos al artículo de prensa más misógino del año.
Resulta que la “unidad investigativa” de La Silla Rota, decidió ir a corroborar si era verdad o no que la periodista  Andrea Noel había sido agredida sexualmente en la Condesa este 8 de marzo, Día de la mujer. Con el amor que le tienen los periodistas a los videos de cámaras de seguridad uno creería que el video divulgado por Noel era más que suficiente, pero no, los sabuesos no descansan, y el medio dedicó dos periodistas (¡dos!) para hurgar en la versión de la denuncia y “darle voz” a las opiniones de la pobre PGR, que nunca tiene oportunidad de contar su versión a los medios. Los detectives periodistas sospechan que como Noel ya había escrito sobre un episodio de asalto en el 2015, este episodio de acoso sexual podría ser un invento. (Es que, a nadie lo agreden dos veces en el espacio público en Ciudad de México). Los huecos que intentan hacer al testimonio de Noel, que además se sustenta con un video (¡un video!) incluyen insinuar que su testimonio es falso porque no quiso hacerse la pinche prueba psicológica revictimizante que ordena el protocolo (volveré sobre esto más adelante) y citan a “fuentes al interior de la Procuraduría capitalina” que dicen que Noel no quería poner una denuncia sino pedir los videos de las cámaras (esto de ninguna manera desmiente su testimonio) y que es mentira que dejaran de ayudar a otra víctima, que lloraba en la sala, para atender a Noel. No, no revisaron los registros de atención de la Procuraduría, les bastó con el conveniente testimonio de los anónimos funcionarios. Los indagadores también presentan como prueba que los artículos deBuzzfeed tengan títulos formuláicos o repetitivos y parecen insistir en que no es posible que una misma mujer haya sido víctima de varias agresiones en al calle en la Ciudad de México. También sugieren que Noel mintió sobre su cargo en Vice en las entrevistas (lo cual es falso, en su perfil de Twitter siempre ha sido claro que es la ex-cooordinadora para Latam). Además, les parece insólito que una periodista atacada reaccione queriendo hacer un reportaje al respecto de su ataque. Periodismo misógino, revictimizante y desinformador. ¡Bien hecho muchachos! Lo que necesita México son más periodistas al servicio del poder.
En otra columna, del mismo corte, un personaje llamado Einer Suárez intenta desmentir la versión de Noel comparándola con algo que vio en una película (O.o). La critica porque titubea, la crítica porque su discurso se ve muy seguro, “memorizado”, y dice que Noel es un “tipo de mujer” denominada “feminazi”. Luego redacta una frase tan incoherente que no parece pensada por la cabeza que descansa sobre sus hombros: “Digamos que estaríamos ante la contradicción de buscar una igualdad, pero, guardar una superioridad por el simple hecho de ser mujer; entonces, la mujer que acusa de sumisión, pretende lograr una igualdad, pero, que esté cargada de una superioridad sobre los hombres solo por la calidad de género”. El “periodista” Suárez dijo también en su Twitter que  “Andrea Noel es una feminazi machorra que hizo todo este desmadre del video precisamente para escupir todo lo que está diciendo con Ciro” y “Veo los TL de las feminazis q me insultan y puro Sex Tuiteo tienen en sus TL’s Asi de congruentes,de putas en Twitter pero se ofenden (sic)”. Poco puede esperarse de una persona que en su timeline de Twitter usa adjetivos como “aborígenes” o “puto” para insultar, pero más allá del derecho que tiene a su propio delirio, al desplegarla en el discurso público y posando de periodista, sus expresiones terminan siendo un ejemplo de discurso estigmatizante y discriminatorio, y eso, que yo sepa, no es periodismo (ni siquiera periodismo de opinión), y en cambio, ataca la honra de una persona al punto que podría llegar a ser difamatorio.
La libertad de opinión hace parte de la libertad de expresión y es un derecho fundamental que ha incluye insultos, ofensas, discursos chocantes. Garantizar estos discurso es importantísimo para no convertirnos en una sociedad hipócrita y eufemística, de nada sirve criminalizar las palabras cuando el odio que las motiva se mantiene vivo, y listo para usar nuevas palabras para agredir. El discurso de odio es la expresión pública de una  emoción irracional e intensa de discriminación y rechazo hacia un grupo vulnerable con el fin de estigmatizarlo o de coartar el ejercicio de sus libertades y derechos. Personalmente estoy radicalmente en contra de la criminalización de cualquier discurso, incluso los de odio, pero “no criminalizable” no es lo mismo que “bueno”. El discurso de odio sigue siendo profundamente dañino, pues la violencia, particularmente la violencia de género, se origina primero en lo simbólico, en el discurso, y luego se materializa. Textos como estos, avalados por los medios de comunicación que los publican, si bien “legales”, no son “éticos” y menos publicados en el marco de lo periodístico, en donde tiene la función pública de fortalecer la democracia e informar a la ciudadanía. Estos textos sumados a los troles, que llevan una semana atacando a Noel en redes sociales, revelando su ubicación y exhortando a que la violen y la maten, crean un clima de vulnerabilidad para la periodista que la pone en situación de riesgo. Ninguno de estos es un discurso inocente.
¿Y a quién afecta? A mí. Me afectan a mí y a todas las mujeres que intentamos habitar la Ciudad de México. Su libertad de agredirnos por las calle, garantizada por una descarada y rampante impunidad, limita radicalmente mi libertad de desplazamiento y de uso del espacio público. Porque no es solo la historia de Andrea Noel. Las acosadas somos muchas, somos todas. Cuando un policía en la estación de metro Observatorio le tomó fotos a mi culo no tuve con quien quejarme, una mujer policía me zarandeó y casi me lleva una patrulla. Al ir a poner el denuncio también me dijeron que me iban a hacer un examen psicológico para evaluar el daño (como si se necesitara un perito para determinar que cualquiera se emputa si lo acosan y agreden sexualmente por la calle) y me pidieron mi pasaporte para revisar que mi estado migratorio estuviera en orden (lo cual se entiende fácilmente como una amenaza velada). La reticencia es tal que uno creería que están más preocupado por las estadísticas que por los delincuentes. Ninguna de estas medidas está pensada para ayudar a las denunciantes a buscar justicia, en cambio, son medidas intimidantes, revictimizantes, que ponen el valor de una denuncia en el estado emocional de una persona y no en los hechos. ¿O acaso cuando a alguien le roban el carro le hacen una evaluación psicológica para determinar el daño de la afrenta?
Cada vez que uno de estos pendejos (trolls, periodistas, policías etc.) cuestiona el testimonio de una víctima de acoso hace que otras víctimas se queden calladas. Si las mujeres no denuncian es porque gracias a su normalización cultural las leyes contra el acoso no sirven de nada. Las mujeres entonces, devenimos mentirosas masivas y nos lo pensamos dos veces antes de salir a la calle. Imagínense que los hombres cada mañana al vestirse revisaran su ruta para esquivar construcciones de edificios y lugares oscuros y aún así al caminar por la calle lo hicieran expuestos a que alguien llegara a agarrarles el pito. Los hombres no se imaginan eso, y así tan tranquilos, habitan la ciudad, van a todas partes.
@Catalinapordios
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Y sobre cómo es caminar la ciudad para las mujeres, algunos testimonios:
“Un individuo [Jorge Abraham Aguilar de Lira] me siguió en la calle de Londres y, al topar con la esquina de Niza, me dí cuenta que estaba grabando video por debajo de mi vestido. Mi amigo se dio cuenta, lo siguió, le quitó el teléfono. Tomamos el teléfono y, en efecto, me había estado siguiendo durante dos cuadras y, sin reparo, el sujeto confesó. Llamamos a la policía. Una patrulla respondió a mi llamada al 060; eran cuatro policías y me dijeron que tenía que acudir a la instancia de delitos sexuales y que tenía que subirme en la misma patrulla que el agresor. A mi amigo, que es estadounidense, la policía comenzó a cuestionarlo sobre su residencia en México. La policía me planteó esto: acudir con ellos a declarar o dejar que ellos borraran el video y ofrecieron ‘guardarlo’ durante unas horas como escarmiento. Pedí quedarme con el celular para asegurar mi seguridad. La policía negó esta petición porque dijo que yo estaría cometiendo un robo en contra de mi agresor.” Natalia de la Rosa.
“Una noche (8.30pm – 9pm), por la Narvarte un tipo pasó en bici por mi lado y me pellizcó las nalgas, me fui corriendo detrás haber si lograba alcanzarlo y me topé con 2 hombres más quienes tuvieron la reacción de burlarse de mí por lo que me había sucedido en vez de ayudarme a agarrar al acosador… Le comenté a la patrulla anotaron mis datos y nunca recibí una llamada de si habían ido a buscarlo o a pedirme más información o dónde denunciar, nada…” Jessica Sánchez
“Estaba por bajarme del tren, ya frente las puertas, cuando alguien se metió bajo mi vestido y de un tirón me bajó los calzones hasta poco más abajo de las rodillas. Yo traía un vestido vaporoso de verano, no era corto, me llegaba a las rodillas. Creo que para el agresor fue ideal porque mi ropa interior estaba “accesible”. Todo fue muy rápido, pero esos segundos para mí fueron largos, pero es que ni siquiera comprendí qué me había pasado. Fue como si fuera empujada por un bulto, una caja o una maleta, algún estorbo en el piso. Cuando alcancé a entender yo sentí cómo mi cara se encendía en vergüenza, me di vuelta para ver quién había podido hacerme algo así, pero sólo me encontré un montón de caras indiferentes viendo a cualquier parte menos a mí. En seguida me agaché mucho para poder subirme mis pantaletas y seguir mi camino; no pude darme el lujo de simplemente de acabar de sacarme la ropa, incluso cuando esta maniobra hubiera sido menos torpe, porque me dio terror que mi agresor supiera que yo andaba sin ropa interior: más accesible, más vulnerable, más manoseable. Caminé a la que fue mi escuela, Universidad del Claustro de Sor Juana, sin saber si alguien me seguía, caminé muy rápido sin voltear atrás, sentí que todos sabían, que todos me veían. En cuanto entré a la universidad, corrí al baño a llorar y a acomodarme bien mi ropa. Me sentí tan expuesta, tan culpable por haberme puesto ropa linda, femenina y suelta. Me sentí culpable de no haber gritado de rabia porque imaginé a mi agresor pensando que había logrado asustarme, callarme o hasta complacerme. Me atacó el “hubiera”: debí jalar la palanca de alarma, gritado para preguntar a todos si alguien había visto algo. Pensé regresar al metro a presentar una queja, pero contra quién si no sabía yo misma qué desgraciado había sido capaz de hacerme algo así. Lo dejé y sólo pude contarlo a mis amigas y amigos de la escuela.” Talía Ahizar García.
“Salí a las 12 de la noche, algo que he hecho durante un año sin ningún problema. Camino las calles desiertas de mi Colonia, que es Colonia del Valle, hasta mi casa. Pero esa noche, a dos cuadras solamente de mi oficina, iba escuchando música y decidí quitarme los audífonos, cuando siento que alguien me sube la falda del vestido y me agarra fuertemente la nalga izquierda. Yo grité y grité pero nadie me ayudó. Y ni modo de salir a perseguir al sujeto, al que ni le pude ver la cara. Salió corriendo y yo estaba con zapatos altos y con las manos ocupadisimas, pues cargaba bolso y sombrilla. Me sentí muy mal. Me dio miedo. Me sentí con furia, impotente.” Luz Lancheros.

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