domingo, 27 de marzo de 2016

México destruye su propia identidad

La torre de Pemex en la Ciudad de México. Foto: Eduardo Miranda

CARLOS ACOSTA CÓRDOVA
El petróleo mexicano se convirtió, después de la expropiación de 1938, en uno de los dos símbolos de la identidad nacional mexicana –el otro, la Virgen de Guadalupe–. El hidrocarburo, afirma el historiador Lorenzo Meyer, le dio a los mexicanos un sentido de nación, de nacionalismo, de Estado, de unidad. Ahora todo eso se ha perdido por la cortedad de miras de la clase gobernante, a la cual le falta la visión del estadista, suplida por los mezquinos intereses económicos del corto plazo. Ahora, en las ciudades y entidades del país que vivieron años de bonanza por la petrolización de sus economías –Ciudad del Carmen, Coatzacoalcos, Villahermosa, Salamanca…–, el panorama es trágico: miles de trabajadores de la industria del ramo echados a la calle que deambulan en estaciones de autobuses, pobladores emigrados, cierre de negocios y comercios, abandono de viviendas…
Antes de Pemex no había más símbolo de identidad nacional que la Virgen de Guadalupe. Con la expropiación petrolera de marzo de 1938, y la creación de la empresa estatal, “el nacionalismo mexicano adquiere su momento cumbre”, dice el historiador Lorenzo Meyer. Y explica por qué: “es la culminación de un esfuerzo en un país que a la vez estaba creando su sentido de independencia, de nación, de nacionalismo, y todo eso se conjuga en el petróleo”.
Durante los gobiernos de Ruiz Cortines, López Mateos y Díaz Ordaz, “Pemex era tan fuerte que parecía el ‘Gibraltar’ del nacionalismo mexicano: una roca que ya no se va a mover”. La empresa, dice el también politólogo, llegó a ser “el símbolo de un país que tenía confianza en sí mismo”.
–¿Cuándo comienza a pervertirse esto? Todo indica que fue con López Portillo cuando se empieza a explotar, en 1979, el yacimiento de Cantarell y dice que “vamos a aprender a administrar la abundancia” –se le pregunta.
–Ése es el momento. Es el momento en que el sistema ya siente la lumbre en los aparejos. Porque se combina el movimiento estudiantil de1968, la guerra sucia de los setenta. Ahí pierde su inocencia el sistema, si es que le quedaba. El sistema es represivo, con desapariciones forzadas, con graves crisis económicas que empezaron al final del gobierno de Luis Echeverría.
“A partir de ahí –dice Meyer, autor entre muchos títulos de México y los Estados Unidos en el conflicto petrolero–, Pemex no es más símbolo de identidad nacional ni, mucho menos, la empresa que significó para el país confianza en sí mismo. Desde el gobierno de López Portillo (1976-1982) y los que le siguieron, hasta el de Enrique Peña Nieto, la idea fue explotar al máximo a la paraestatal y sacarle todas las utilidades posibles para el beneficio sexenal.
“Es la visión del político, no del estadista. La visión de Cárdenas es la visión del estadista. Y se perdió. Se perdió un proyecto nacional. Ahora qué es lo que hace quien dirige el país (Enrique Peña Nieto, a quien evita nombrar): administrar el día a día, y estar listo a ver cuáles son los vaivenes que lo van a perjudicar o a beneficiar. Pero no hay un proyecto de país.”
De hecho, dice, lo que el gobierno está haciendo ahora con la empresa, con la reforma energética, es permitir que otra vez vengan los extranjeros y se lleven buena parte de la renta petrolera, que antes era toda para el país.
Critica al actual gobierno, con visible molestia: “Pusieron a Pemex y al país en una situación de extrema vulnerabilidad con tal de sacarle provecho.
“Es la destrucción de un proyecto nacionalista sin que se construya nada que lo sustituya. Nada igualmente importante, sustantivo. Nada que despierte la imaginación.”
Un vacío colectivo
–Muchos crecimos, se nos enseñó en la escuela, con esa idea de que el petróleo es nuestro, de la nación. Que Pemex y sus trabajadores eran ese símbolo de identidad nacional que dice usted, del nacionalismo mexicano. Ahora son frases que no les dicen nada a los niños, a los jóvenes ni a la mayoría de la gente –se le comenta en entrevista realizada el viernes 18, aniversario 78 de la expropiación petrolera.
–La pregunta la pondría yo así: Y ahora qué es México. ¿Cuál es la concreción de qué es México? ¿Las plantas de automóviles en Morelos, en Aguascalientes, en Saltillo y en otras partes? Lo toman, sobre todo el gobierno, como que: ‘Esas plantas son nuestras, el resultado de nuestro esfuerzo y nuestra capacidad’. No, es resultado de otras capacidades.
“No hay quien sustituya a Pemex. Deja un vacío en la imaginación colectiva, en la seguridad que dio un tiempo de decir: ‘Tenemos una industria petrolera de nivel mundial y somos de lo mejorcito que hay. A ver quién nos viene a decir que no’.”
–A estas alturas, en un mundo tan complicado y conflictivo, globalizado y tan entrelazado, ¿para qué sirve el nacionalismo? –insiste el reportero.
–En el caso concreto de México sirve para darte identidad, para darte confianza a ti como parte de una comunidad que tiene confianza en el futuro, para aguantar las partes duras y difíciles del presente en función de algo colectivamente mejor. Sobre todo en el caso mexicano, el nacionalismo sirve para no ser avasallados por Estados Unidos.
“Estamos como vecinos con un país altamente nacionalista. Uno de los precandidatos presidenciales de ese país (Donald Trump, de quien tampoco menciona el nombre) dice: ‘Voy a hacer una barda, una muralla, no quiero aquí a los mexicanos’.
“Si no tienes un sentido nacionalista, qué haces con esto. Pues te derrumbas. No somos nada, no somos nadie. La gran potencia nos quiere desaparecer de su mundo.”
–¿No ha sido un exceso el miedo a la presencia de extranjeros en las actividades petroleras del país? Todos los países productores la tienen. En la época de Porfirio Díaz eran extranjeras las empresas que controlaban todo el proceso de la industria petrolera. Muchos países de acendrado nacionalismo como Cuba, Venezuela, Brasil, Colombia, Perú y otros, desde siempre han tenido empresas extranjeras en esas actividades, sin mayor problema.
–Hay una diferencia: que don Porfirio les dio la propiedad absoluta a las empresas extranjeras. Compraban los terrenos y si en ellos había petróleo, era todo suyo. Los otros países saben que no tienen capacidad pero se consideran dueños del petróleo.
“Don Porfirio era el liberalismo, copia y modelo norteamericano. El modelo norteamericano es ese: tuyo es el terreno y si hay petróleo en ese terreno el petróleo es tuyo. La diferencia con otros países es que México descubrió mucho antes el petróleo. Los otros, los que tú dices, ya son después. Ya se tiene conciencia de lo que es la renta petrolera, de qué importancia tiene para el Estado.
“En el caso mexicano, se explota el petróleo desde fines del siglo XIX, no hay una conciencia clara de lo peculiar del hidrocarburo, pues es un país sin tecnología, sin capital.
“Los otros países, que descubren su petróleo en la segunda mitad del siglo pasado, ya tienen un conocimiento de lo que eso significa y de lo que puede significar. México no; en ese sentido era inocente. Era una inocencia casi total. México no dejó nunca de sentirse el dueño de la plata, del oro, de los metales preciosos, que eran lo importante. Porque su historia venía de eso.”
Raíces históricas
–¿Qué nos hace únicos, diferentes a los demás países petroleros? ¿Cómo llega Pemex a ser símbolo de identidad nacional, como lo fue primero la Virgen de Guadalupe, y que no entiende la mayoría de los mexicanos hoy en día?
–Somos únicos en la historia que creó a Pemex. Ningún otro país vivió, padeció, sufrió lo que México, para construir y consolidar su industria petrolera, con Pemex al frente.
Lo que sigue es una apretada síntesis de esa historia, que el también profesor emérito de El Colegio de México y docente de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, contó en una entrevista de más de dos horas:
Durante el porfiriato (1884-1911) la prioridad eran los ferrocarriles como eje de la modernización del país. Cuando Díaz empieza a reconocer la importancia del petróleo, decide dejárselo en propiedad a las empresas extranjeras que tienen capacidad de extraerlo, refinarlo y comercializarlo.
En primer lugar, para darle combustible a los ferrocarriles, que eran la joya de la corona del régimen. Esas empresas se quedaban con la renta petrolera toda –la diferencia entre el costo de producción y el precio de venta–, sólo pagaban el llamado “impuesto del timbre” y podían importar maquinaria sin pagar arancel alguno.
Como nunca tuvo los elementos necesarios para reconocer el valor económico de los depósitos de hidrocarburos, Díaz cede esa riqueza “sin darse cuenta bien de lo que estaba haciendo”.
Cuando deja el poder, en 1911, se reconoce la importancia económica del petróleo. Con la Revolución aumenta “el volumen y la presión del nacionalismo”. Y coincidentemente se descubre más y más petróleo, que es propiedad de las empresas extranjeras. Y empiezan los pleitos contra ellas, de parte de los presidentes que sucedieron a Díaz. Especialmente Venustiano Carranza, que necesita dinero para el ejercicio de su Presidencia.
Carranza emprende una lucha contra las empresas para extraerles la renta petrolera y “en 1916, sin que el grueso de los mexicanos se dé cuenta, ni se percate de la importancia, se nacionaliza el petróleo. Y está en el artículo 27 de la Constitución que se promulgaría al año siguiente: quedan anulados los contratos suscritos bajo las leyes anteriores y el petróleo es considerado propiedad original de la nación”.
Aquí se vive el momento cumbre de la Revolución. En el mundo, Europa vive el apogeo de la Primera Guerra Mundial.
“Es una afortunada coincidencia histórica”, dice Meyer. México tuvo la suerte que los ojos del mundo no estuvieran puestos en él y su Revolución, y por eso pudo Carranza regresar el petróleo a su estatus jurídico original. “Si las empresas quieren seguir explotando el petróleo, tendrán que pagarle regalías al dueño”. Las empresas no aceptan eso.
Cuando termina la guerra, sin embargo, empiezan los reclamos de Estados Unidos y sus empresas petroleras contra México. Carranza no termina su mandato.
Llega Álvaro Obregón (1920-1924), pero no es reconocido por Washington, que además le exige comprometerse a no aplicar retroactivamente el artículo 27. Quería que, si se nacionalizaba el petróleo, se excluyera el que ya era propiedad de las empresas; que aplicara sólo al que se encontrara a partir de la entrada en vigor de la nueva ley, de febrero de 1917.
En 1923 Obregón acepta no aplicar retroactivamente la ley pero exige a las empresas demostrar fehacientemente las inversiones que habían hecho; si no, volvía al Estado esa propiedad.
Cuando llega Calles enfrenta un conflicto más grave, pues hace la ley reglamentaria de lo que la Revolución puso en su artículo 27. Pero no la aceptaron los intereses petroleros estadunidenses ni europeos. Esa ley reglamentaria original ponía 50 años de límite a la propiedad exclusiva de los superficiarios sobre el petróleo. Pasados los 50 años, la propiedad regresaba a la nación.
Pero los extranjeros la pensaron: ¿cómo es que tú le vas a permitir a un país chiquito, periférico, cambiar la legislación, afectando los intereses de los grandes inversionistas extranjeros? Si lo permites te lo pueden hacer en muchas otras partes y en otras áreas.
Así que había que detenerlo. Calles se enfrenta a una oposición de fondo. Le dicen: “No puedes, no vamos a aceptar esa ley, es retroactiva, es ilegal, eso es confiscación. Y la confiscación no es aceptable dentro del derecho internacional. Así que México no tiene la posibilidad de cambiarnos esas reglas del juego”.
Calles se endurece: México es un país soberano. Están ustedes limitados, por el derecho internacional, creado por las grandes potencias. Los años 1926-1927 son muy difíciles en la relación. Amenazas, posibilidades de una acción directa estadunidense contra Calles.
Se llega a un acuerdo en que realmente pierde México. Lo único que se acepta es que los títulos originales de propiedad se van a cambiar. México les va a otorgar la concesión sobre el petróleo que ya tienen. Es un cambio de forma, no de contenido.
Llega Cárdenas. Pero todo esto muestra que ha habido un esfuerzo, no exitoso precisamente, pero un esfuerzo sistemático del Estado revolucionario o heredero de la revolución por defender el petróleo.
Y se abre otra coyuntura histórica, otro conflicto: La Segunda Guerra Mundial. Para mediados de los treinta ya estaban los nazis, estaba Mussolini, Japón, la necesidad estadunidense de contar con una alianza sólida dentro de América Latina.
Entonces el gobierno de Cárdenas alienta la creación del sindicato único de petroleros. Y vía el sindicato es donde se va a abrir el frente, un nuevo frente. Ya no se va a discutir si es retroactivo o no el artículo 27.
Ahora es un problema que no se había presentado de esa manera tan aguda. Un gran sindicato petrolero que quiere un contrato; negociar el contrato de trabajo y las compañías rechazan las condiciones que los petroleros proponen.
Entonces Cárdenas echa el peso del lado de los trabajadores. Se les da la razón. Las empresas dicen no. Y Cárdenas aprovecha esta extraordinaria oportunidad de 1938, víspera de la guerra que ya se ve venir.
Se aprovecha eso y se da la expropiación. Ya no en una interpretación legal de si el petróleo es realmente del Estado, todo y desde el principio, o si nada más después de 1917, qué pasa con los derechos adquiridos y esas cosas. Eso desaparece.
Es por la otra puerta, la del conflicto laboral, que el Estado mexicano dice: no obedecen a los tribunales mexicanos, están en desacato.
Es cuando el nacionalismo mexicano adquiere su momento cumbre, su importancia. Y para México, a partir de ese momento o en ese momento, sí es el equivalente a la Virgen de Guadalupe. l

No hay comentarios: