sábado, 13 de junio de 2015

Anulemos a Daniel Bisogno

Conteo de votos en una casilla de la Ciudad de México. Foto: Benjamin Flores

MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- El término de un periodo electoral se asemeja a esa sensación de desconcierto que entume nuestro rostro después de haber dormido de más. Estamos aturdidos, abotagados, escasos de lucidez.
Escuchamos a analistas electorales celebrar alguna tendencia, que hubo voto de castigo sostenido, que la participación rebasó las expectativas, que la democracia mexicana se consolida. Otros nos dicen lo contrario, que urge modificar las reglas actuales, que el sistema partidista está agotado, que la victoria del régimen es decepcionante.
Fueron campañas acordes a los tiempos de hoy. De velocidad desconcertante, de escándalos efímeros, de crueldad cotidiana, de slogans ridículos y de opiniones tan coherentes como contrapuestas. De candidatos atípicos y de candidatos típicos. De inamovibles anulistas y de radicales defensores del voto partidista.
Así la vida de estos tiempos. Podemos leer una nota que nos diga lo bien que hace consumir carne y otra que nos enliste cinco puntos del por qué es mortal. Un día vemos un documental sobre los beneficios del limón en ayunas y después un bloguero nos advierte que esta práctica atenta contra nuestro bienestar. Nadie posee la verdad. O, mejor dicho, todos somos dueños de una diminuta parcela de ella. Hojeamos, oímos y opinamos para después encogernos de hombros y seguir caminando.
¿Que el PRI fue el gran ganador? ¿Que el triunfo de Cuauhtémoc Blanco es una derrota de los políticos profesionales? ¿Qué “El Bronco” representa un botón de esperanza para la democracia? ¿Que a Morena no le fue tan bien como debería? ¿Que anular terminó ayudando al PT? ¿Qué votar era avalar la corrupción? Preguntas con respuestas de opción múltiple.
Tal vez lo único cierto es que la jornada electoral se parece a la Navidad: Cuando concluye, todos regresamos a la cotidianeidad, a comportarnos como en realidad somos cuando ya no hay arbolito o, en este caso, spots.
El interés por las noticias políticas baja drásticamente. La gente deja de compartir videos de analistas en WhatsApp. En Facebook regresan los chistes de siempre, de borrachos, “Godínez” y suegras. Se acaban los correos en cadena que ofrecen visiones apocalípticas del país para ser reemplazados por correos en cadena que recalcan la importancia de “decretar en positivo”.
Mandamos a la democracia de vacaciones hasta la siguiente elección. Y así, otra vez, regresan las peleas familiares en defensa de uno u otro candidato y los eufóricos llamados a votar o no hacerlo; un experto electoral en cada casa, un politólogo en cada cantina.
Disfrazarnos de demócratas por unas semanas es parte de la cultura que mantiene el statu quo. Creemos que con eso basta, y bueno, tal vez también con no tirar basura en la calle y “hacer lo que nos toca”.
Mientras nos evadimos en la prisa habitual, los gobernantes electos impulsan leyes que favorecen a quienes patrocinaron sus campañas; imponen en su gabinete a familiares y cómplices con escasa o nula experiencia en las tareas encomendadas; persiguen y encarcelan a los opositores; esquivan la rendición de cuentas, y levantan enormes elefantes blancos con inverosímiles sobreprecios.
Entonces regresan los tiempos electorales. Los partidos filtran grabaciones, conversaciones y videos contra sus adversarios. Escuchamos a los candidatos concretando alguna tropelía con léxico adolescente. Nos hacemos los sorprendidos para después actuar como indignados. Circulamos la información. Y, “muy molestos”, ejercemos el voto de castigo o, de plano, nos decimos absolutamente decepcionados y no acudimos a las urnas. Así, elección tras elección.
Seamos francos: El reto para que este país funcione medianamente bien exige un quijotesco espíritu colectivo. No podemos esperar que problemas ancestrales se resuelvan por el mágico hecho de depositar un papelito en una urna (o no hacerlo).
La construcción, reconstrucción y mantenimiento de la democracia es una empresa agotadora, inacabable. Requiere de caravanas de evangelizadores y poetas; de cadenas de solidaridad y empatía; de cruzadas contra la miseria y la injusticia; de erradicar el clasismo y la discriminación; de desterrar la explotación de la pobreza encarnada por Laura Bozzo y anular las cínicas trampas de personajes de la farándula como Daniel Bisogno.

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