jueves, 13 de noviembre de 2014

¿Hacia dónde? .- Julio Hernández López

 Protestas sin salidas
 El ‘‘momento’’ de la sociedad
 Desilusión o radicalización
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DIPLOMACIA Y PROTOCOLO. Los presidentes de México, Enrique Peña Nieto, y de China, Xi Jinping, durante la ceremonia de bienvenida al mandatario mexicano en el Gran Patio del Pueblo, en PekínFoto Reuters
A
un cuando hay quienes consideran el deporte profesional, en específico el futbol, como mecanismo distractor de la realidad (una especie de opio televisable), aficionados de otros países y del propio México han expresado su consternación por los hechos de Iguala y han realizado protestas que han ido desde los reclamos de justicia al llegar los partidos al minuto 43, hasta la presentación en alto de pañuelos negros y blancos y de fotografías de los jóvenes de Ayotzinapa que oficialmente siguen desaparecidos (activismo que estuvo presente ayer en Amsterdam durante un juego amistoso que ganó la selección mexicana de balompié, ya con el esquivo Carlos Vela dando su pie a torcer y anotando dos goles confirmatorios de su calidad).
Tocar positivamente las fibras de sectores tradicionalmente alejados de las contiendas políticas y la denuncia pública ha sido uno de los resultados notables del acelerado proceso de toma de conciencia que se ha producido a partir de la tragedia de Iguala. De pronto, mexicanos ajenos a la parafernalia del activismo radical, e incluso repelentes a esas prácticas, se han descubierto a sí mismos con una pequeña pancarta crítica, redactando textos de indignación en redes sociales, exigiendo justicia y castigo a la corrupción o caminando junto a otros ciudadanos igualmente convencidos de que las cosas van muy mal en México y ha llegado la hora de hacer algo para cambiarlas, más allá de la apatía, el conformismo, la burla o el cinismo.
En términos generales, ese despertar cívico derrumba las interpretaciones simples que atribuían la poca protesta social a una modorra sin explicación aceptable. Algunos adversarios de la vuelta del PRI al poder federal han llegado a culpar de la desgracia generalizada que hoy se vive a los propios mexicanos ‘‘indiferentes’’ pues, plantean, esos votantes sin conciencia de su función y destino históricos se habrían ‘‘vendido’’ al partido de tres colores por unos cuantos billetes y monedas o a través de las famosas tarjetas electrónicas de consumo. Eso quisieron, eso tienen, sería la sentencia emitida desde la presunta superioridad visionaria.
La realidad muestra hoy lo contrario. Hay amplios sectores populares en pie de lucha, con matices muy distantes entre ellos (de las acciones incendiarias en Guerrero y otras entidades, al exploratorio prendido de velas entre clases medias poco politizadas), que convergen en la convicción del asomo al abismo aunque difieran en los métodos de rescate y salvación. La ironía del momento es que esa súbita movilización social y ese exteriorizado deseo de ‘‘hacer’’ algo o mucho para que México mejore no tiene cauces políticos o partidistas, pues justamente el hartazgo masivo proviene del entendimiento (en diferentes tonos, ha de insistirse) de que la nación ha sido consumida y está hoy en grave riesgo a causa de las acciones e inacciones de los partícipes del tinglado político y electoral, los partidos y las autoridades en primer lugar.
Este ‘‘momento’’ de la sociedad puede ser efímero y contraproducente (así lo fue el ‘‘momento’’ de México que pretendía asumir como homenaje a sus políticas el ‘‘estadista mundial’’ hoy en quiebra) si no encuentra formas aceptables, plurales, razonadas, de organización. Que no haya ilusos para que no haya desilusionados, es la frase de Manuel Gómez Morín que los panistas han aportado a la praxisnacional. El florecimiento de una pálida primavera mexicana puede quedar en un retroceso si los brotes críticos se marchitan con rapidez y son devueltos a los maceteros áridos y amargos del pasado reciente (la referencia primaveral es usada con las reservas que impone el recordar que movimientos ‘‘espontáneos’’ han terminado en otras latitudes con el triunfo de grupos e intereses supuestamente combatidos o similares a los depuestos).
La flora acostumbrada a los extremos, en cambio, está empujando con una rudeza que la administración federal ha soportado por cálculo político de la inmediatez, pero que no será borrada de la memoria vengativa de un régimen en cuya genética predominan la corrupción, la simulación y la represión. La quema de sedes de partidos políticos (PRI, PAN y PRD) y de oficinas públicas (gobiernos y congresos) y las movilizaciones sostenidamente rupturistas (cierre de carreteras, toma de casetas de peaje para dar paso libre, por citar algunos ejemplos) están liberando una energía social largamente contenida y constituyendo una pedagogía de la insurrección que tiene al gobierno federal virtualmente inmóvil frente a un jaque que debería ser (¿o haber sido?) manejable.
Entre esos polos de la protesta social no hay salidas políticas construidas. Las convocatorias a las marchas masivas y a acciones nacionales provienen de acuerdos básicos entre algunos activistas que luego reproducen los llamados a través de las redes sociales, pero sin un programa de mediano y largo plazos. Mucho se ha insistido en la importancia de realizar un paro nacional (se habla de este 20, día revolucionario), pero hasta ahora las condiciones sociales parecían poco propicias para un lance de esa magnitud, que significaría pérdidas laborales y otro tipo de afectaciones a los partícipes.
Si el actual administrador federal se mantiene en su sitio, a pesar de la creciente exigencia para que renuncie al cargo, y a pesar de los diarios escándalos de corrupción y de criminalidad oficiales, la protesta pública podría desenvolverse por caminos negativos. Los recién llegados a la expresión pública de la insatisfacción podrían volver a los nichos de un relativo confort cada vez más amenazado. Y los desbordados podrían pasar a los terrenos de la oposición con las armas en la mano al tiempo que el pasmo del gobierno federal optara por la represión como respuesta desesperada. Lo único cierto es que las cosas van mal y no hay motivos a la vista para suponer que podrían darse soluciones inteligentes y eficaces.
Y, mientras El Chapo es beneficiado por un amparo debido a las inconsistencias en la versión oficial de su apresamiento (atento, Abarca sembrado en Iztapalapa), ¡hasta mañana!
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