domingo, 1 de diciembre de 2013

Retratos de familia. León García Soler


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Los líderes nacionales del PRD, Jesús Zambrano; del PRI, César Camacho, y del PAN, Gustavo Madero, durante una reunión del llamado Pacto por MéxicoFoto María Meléndrez Parada
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l viernes 30 de noviembre nos ofrecieron las primeras planas de los diarios la imagen de duelo, el retrato de familia de la izquierda que abandonaba los corredores del poder y anunciaba el retorno a las barricadas. No eran rostros encendidos de fervor revolucionario. No se adivinaba una sola sonrisa entre los variopintos dirigentes unidos por el pluralismo, sucedáneo del centro como hoyo negro del espacio político. Sombríos, como quienes asisten a un sepelio; severos, como banqueros suizos que han dejado de ser guardianes del secreto bancario.
Jesús Zambrano anunciaba que el PRD salía del Pacto ante las evidencias de que PRI y PAN tienen todo listo para aprobar la modificación de los artículos 27 y 28 de la Constitución a fin de abrir Pemex al capital trasnacional. Y que, además, dicha negociación la han hecho al margen del Congreso. A su derecha, Manuel Camacho Solís ensayaba gestos de indignación que no se confundiera con ingenuidad. O cinismo. Ni rastro de los zapatistas en Sanborns, o de Pancho Villa y Emiliano Zapata en Palacio Nacional, con el centauro del norte sentado en la silla presidencial y el calpulelque a su lado, anhelante ya de abandonar la ciudad y volver al monte. Los oligarcas del bicentenario ya habían imitado las poses de los científicos del Porfiriato en protesta por las tímidas reducciones a sus privilegios fiscales. Y el gobierno de la ciudad capital de la justicia social, erigía muros de acero en torno al Senado de la República.
Iluminados por una centella celestial, los dirigentes del PRD supieron que el pacto que integraban acordaba las reformas que se presentarían ante el Congreso; que los logros incontestables de las reformas educativa, en telecomunicaciones, fiscal y financiera, siguieron la pauta de la concertación pactada entre los tres partidos con mayor representación, para ser debatidas en comisiones, con la obligada participación de los funcionarios del ramo, pasar al pleno y ser aprobadas. Con el añadido del voto en los congresos locales cuando se trató de reformas constitucionales. Los retratos de familia de los pactantes fueron reflejo de la dicha compartida en el festín del poder que se imagina capaz de enfrentar, de aminorar, la desigualdad que impera. Y, de paso, cada uno de los pactantes, llevar agua a su molino. Sabedores todos de que llegaría el momento del desacuerdo al poner sobre la mesa las visiones maniqueas de la reforma energética.
Y el primero de diciembre. A un año del día de los espejos: la protesta formal de Enrique Peña Nieto en la tribuna del Congreso de la Unión y el reflejo de las protestas en las afueras de San Lázaro, de enfrentamientos que derivarían en violencia demencial, en provocaciones sin sentido y pruebas evidentes de verdades contradictorias: Actos vandálicos de sedicentes anarquistas, dirían los voceros de la gente decente. Represión y encarcelamiento de jóvenes detenidos aleatoria, injustamente, gritarían las izquierdas convencidas de que nada ha cambiado, a pesar de que las voces más indignadas eran de los defensores civiles y gubernamentales de los derechos humanos. Pero con tres décadas de economía en caída libre, de la miseria que ya suma más de 50 millones de mexicanos, desnutrición rampante, hambre. Y una insultante concentración de la riqueza.
Por qué sorprenderse de la furia de los marginados, de los que enfrentan el desempleo y han perdido hasta el horizonte de una sociedad igualitaria; los indignados a los que alguien decidió llamar anarquistas, son como los endemoniados de Dostoievski. Son lo que hemos hecho de ellos. En el juego de espejos de hace un año, nadie esperaba un deslumbrante retorno a Palacio Nacional. Y ahí, los rostros de los poderosos señores de las telecomunicaciones fueron de la impavidez estoica al pánico de la incredulidad. La palabra hambre en voz presidencial rompía con los hábitos de eufemismos, tecnocráticos o demagógicos. Instruyó ahí mismo al secretario de Educación elaborar de inmediato un censo: ¿cuántas escuelas hay sin agua, energía eléctrica, bancas y pupitres?, ¿cuántos maestros en la aulas? Cuestiones elementales, pero en más de medio siglo nadie ha reunido la información y menos todavía hecho pública la incuria en la labor educativa que fuera apostolado.
Poco más tarde se haría pública la existencia del Pacto. El rechazo a la fatalidad de un gobierno débil, no por razones técnicas, sino por negarse a negociar acuerdos parlamentarios; por la incapacidad declarada de hacer política. “Hace un año que yo tuve una ilusión…” El PRD resolverá el dilema de la personalidad dual; volverá al pacto, a concertar acuerdos: hacer política parlamentaria o sumarse a los endemoniados urbanos para irse al monte a hacer la revolución. No hay borracho que trague lumbre. Marcelo Ebrard no aparece en la foto de familia. Quiere adoptarlos, ser el padre putativo. Pero Jesús Zambrano acudió a la cita nocturna con Miguel Ángel Osorio Chong, a Bucareli, donde el PAN, el PRI y el PRD ratificaron la insoportable levedad de la ruptura temporal y la incontestable gravedad de una apertura total del sector petrolero al capital foráneo.
Un pacto fracturado por pleitos palaciegos del PAN: el senador Javier Corral denuncia que PRI y PAN, su partido, formularon el dictamen fuera del Congreso. El senador priísta David Penchyna lo desmiente, le exige que muestre dicho dictamen y compruebe su dicho. Pero hoy se cumple un año de la falsa primavera mexicana y los policías cercaron con murallas metálicas el Senado de la República. Por lo pronto, posponen la reforma política con la que el PAN propone la relección sucesiva de legisladores y la segunda vuelta en las elecciones presidenciales. Se dictaminará mañana lunes, declara el queretano Enrique Rubio; se votará a partir del próximo miércoles, dice Emilio Gamboa.
Pero hoy es día de Andrés Manuel López Obrador en el Zócalo: desobediencia civil y poner cerco al Senado. Mañana podremos ver la nueva foto de familia. López Obrador ha dicho que se tardaron los del PRD, pero finalmente hicieron lo que exigió para integrarse al frente común. No se sabe si Cuauhtémoc Cárdenas estará en el Zócalo o si no aparecerá en la foto porque ya ha movilizado la recopilación de firmas para la consulta popular que establezca si la mayoría aprueba o rechaza una reforma energética que exige reformar los artículos 27 y 28 de la Constitución. Es posible el frente común. Pero los liderazgos compartidos son efímeros.
Un año de gobierno de Enrique Peña Nieto. Y la moneda en el aire. El despliegue de acciones legislativas contrasta con la parálisis del gasto público. El hambre, la insalubridad, el desempleo, la desigualdad insultante y la persistencia de la violencia criminal; los brotes de insurgencia, sean defensas populares o fuerzas mercenarias, exhiben la incapacidad de gobiernos estatales y la indefensión de gobiernos municipales. En Michoacán, diría Luis Videgaray, está en peligro el estado de derecho, el Estado mexicano, mismo. Impera la barbarie.
Imposible saber si acudió a Michoacán el secretario de Hacienda como reconocimiento expreso de que el mal proviene de la desigualdad, de la marginación que condena a la mayoría a la miseria. Un año de logros legislativos. Pero no son inmediatos los efectos de las reformas. Hay que hacer la tarea política en el llano; hay que imponer la razón de Estado en las alturas.
El país en movimiento. Pero hay que precisar el rumbo. Y apretar el paso. O la foto de familia será fija, fúnebre: recuerdos del porvenir.

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