domingo, 29 de septiembre de 2013

Tlatelolco: enterrado, pero vivo. José Agustín Ortiz Pinchetti


H
ace 45 años, la misma noche de Tlatelolco me pregunté qué sucedería después de la matanza. Cuando vi en Peralvillo a la gente insultar a los soldados; cuando mi hermano Francisco, periodista de Excélsior y víctima de la represión, me contó de la locura salvaje, pensé que estallaría el país. No fue así. La tragedia fue tan terrible que preferimos (con poquísimas excepciones) volvernos cómplices o someternos. A los 10 días celebramos los Juegos Olímpicos y pasadas tres generaciones, aunque algunos griten 2 de octubre no se olvida, todo indica que lo hemos asumido como irremediable. En otros países hubo regímenes peores, matanzas más terribles, pero a final de cuentas se investigó, al menos se condenó oficialmente las infamias. Nuestra verdadera tragedia es que no pudimos ni castigar ni esclarecer el crimen.
¿Habrá tenido algún impacto sobre la conciencia colectiva? Me refiero al conjunto de creencias y sentimientos que generan la cohesión en una sociedad. De modo superficial, nada parece que cambió. Entre 1968 y 1981 el PIB continuó en casi 7 por ciento. El sistema económico presentaba signos de agotamiento, pero siguió funcionando, como también el sistema político. No se hicieron las rectificaciones necesarias. No hubo ningún sistema de rendición de cuentas ni se hizo una reforma fiscal progresiva ni se permitieron elecciones libres. Veinte años después, en 1988, cuando se presentó una competencia efectiva, se impuso el fraude electoral.
Sin embargo, algo se quebró. La solidaridad orgánica que hacía operar el país fue sustituida por una sociedad mecánica por la complicidad y el miedo. Se decía que la corrupción era un lubricante, luego pasó a ser una enfermedad incurable y hoy el régimen se ha transfigurado en ella. De algún modo México renunció a ser una sociedad moderna y aceptó su destino de sumisión, adentro, a una oligarquía ciega y mezquina, y afuera, a una potencia hegemónica a la que entregamos más de lo que nos pide. Observen: cada uno de los regímenes a partir del de Díaz Ordaz han terminado en fracaso. ¿Será que las energías que impulsan el cambio han sido sacrificadas para mantener un estado de cosas cada vez más ineficiente y descompuesto?
Si seguimos la línea histórica, debemos aceptar que quizás al no atender la demanda democrática y pro igualitaria de la juventud del 68, los gobiernos de Echeverría y López Portillo prefirieron la manipulación a través de políticas clientelares. Cuando éstas llevaron a un desastre financiero, la época de crecimiento terminó y adoptamos como propio el credo de los conservadores estadunidenses que nos ha llevado de crisis en crisis, de fraude en fraude y hoy ya anticipa otro derrumbe.
Un año después de la matanza, Octavio Paz escribió: “Tlatelolco nos revela que un pasado que creíamos enterrado está vivo e irrumpe entre nosotros... es un pasado que no hemos podido reconocer, nombrar, desenmascarar…” Han pasado tres generaciones y todavía no hemos sido capaces de desentrañar lo que significó en nuestra alma profunda el movimiento juvenil y su atroz represión.
Twitter: @ortizpinchetti

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