lunes, 30 de septiembre de 2013

En La Montaña: cuando los sueños se quiebran

Aspecto de la destrucción en Tlacoapa, en la Montaña de Guerrero. Foto: Tomada de Facebook.

Desde el domingo 22, decenas de localidades indígenas de La Montaña y Costa Chica decidieron formar un Consejo de Comunidades Damnificadas y de inmediato se lanzaron contra el gobierno, por su “ineptitud y simulación”, según le dijeron a la titular de la Sedesol, Rosario Robles. Le pidieron atender los destrozos que, afirman, hicieron retroceder a los lugareños a la década de los setenta, cuando por la falta de caminos debían hacer grandes recorridos para adquirir sus víveres. “Se quebraron los sueños de los pueblos indígenas”, dice el antropólogo Abel Barrera Hernández.


TLAPA DE COMONFORT, GRO.- Dos semanas después del paso de la tormenta Manuel, los indígenas de la región de La Montaña sobreviven en condiciones insalubres, sin agua potable. Además comienzan a brotar enfermedades y los víveres son cada vez más escasos, pues sus campos de cultivo fueron arrasados.
Los caminos siguen destrozados; ello los obliga, dicen, a pernoctar en el monte y en poblados incomunicados. Tampoco tienen energía eléctrica. No obstante los hijos del fuego (mee pha) y de la lluvia (naa’savi) no dejan de ofrendar a sus dioses en este mes que, paradójicamente, representa el triunfo de la abundancia sobre El Mayantli, el hambre.
Para tlapanecos, mixtecos y nahuas la devastación representa un castigo, pues consideran que “la señora lluvia” se enojó. Si no le hacen su ofrenda, comentan, la muerte llegará para todos.
En contraste con la actitud asumida por los indígenas frente al desastre, la ayuda gubernamental fluye lentamente y los costos de insumos y transporte público se han incrementado en exceso, como en otras zonas de la entidad, ante la complacencia de las autoridades.
En un recorrido por comunidades de Tlacoapa y Malinaltepec, Proceso constató que en medio de la tempestad la vida se regenera de manera natural en La Montaña, donde las quejas son inútiles. Se trata de avanzar.
En la localidad de Totomixtlahuaca, municipio de Tlacoapa, Diasela Faustino Díaz, de 15 años, dio a luz a un niño la noche del miércoles 25 en una precaria casa de adobe y piso de tierra en las inmediaciones del punto conocido como Piedra Mula.
La joven fue asistida por su suegra, Eleuteria Velázquez, una de las parteras más reconocidas del lugar, donde los alumbramientos son a la manera tradicional: las mujeres permanecen de pie y se sostienen con las manos de una cuerda fijada en una viga para hacer esfuerzo; terminan hincadas y el bebé es recibido prácticamente en el piso.
Es el tercer nacimiento en esta comunidad de poco más de 2 mil habitantes después de la tormenta Manuel, cuando el río Tamiaco devoró la cuarta parte del pueblo.
La corriente arrasó cultivos y 41 viviendas en la calle Cuauhtémoc, un tramo de aproximadamente 250 metros que desapareció dejando un impresionante acantilado de 50 metros sobre el cauce del río.
Al menos 80 inmuebles más se derrumbaron. Hoy 300 personas están a la intemperie. El meteoro provocó un daño irreversible en la zona, pues el cerro donde está asentado el pueblo se sigue desgajando, informó el comisario municipal Justo Peralta Soriano.
Cuando la carretera Tlapa-Marquelia se encuentra en medianas condiciones se necesitan tres horas para llegar de Tlapa al ancestral poblado de Totomixtlahuaca; ahora la distancia se cubre en siete horas de caminata.
En ese lugar, parcialmente incomunicado vía terrestre y donde no se ha restablecido el suministro eléctrico, los jóvenes tienen acceso a internet satelital gracias a un singular centro de cómputo alimentado con generadores de gasolina. El espacio, una pequeña vivienda de adobe y techo de teja, es administrado por el campesino Noé Galindo; desde ahí se informó a través de las redes sociales sobre los estragos provocados por Manuel el fin de semana antepasado.
Las impactantes imágenes de un río arrasando medio pueblo en la región de La Montaña se publicaron la noche del domingo 15 en las cuentas personales de Facebook del estudiante de bachillerato Vicente Rosas y de los jóvenes campesinos Aristeo Ramón y Arquímedes Díaz, todos originarios de Totomixtlahuaca.
De inmediato las fotos se difundieron masivamente en redes sociales y medios de comunicación, sin dar el crédito a los jóvenes que tomaron las gráficas en el momento de la tragedia.
Así se pudo conocer la dramática situación en Totomixtlahuaca y la cabecera municipal de Tlacoapa, donde la corriente del río partió ambos poblados, arremetió contra las viviendas, dejó cientos de damnificados y destruyó el hospital general.
Solidaridad civil

Los guerrerenses radicados fuera de la entidad y quienes migraron al extranjero comenzaron a enviar dinero para comprar víveres y procurar que lleguen a las zonas devastadas de Tlacoapa. Hasta ahora se ha trasladado media tonelada de alimentos y medicamentos en aeronaves de la Marina, indica Peralta.
No obstante, al menos dos toneladas más de víveres acopiados por estudiantes originarios de Totomixtlahuaca siguen en Chilpancingo y Tlapa, en espera de que las autoridades aprueben su traslado aéreo, trámite burocrático demorado ya ocho días, reprochó el comisario.
La insistente exigencia de ayuda de la presidenta del DIF de Tlacoapa, Asunción Galindo Candia, para atender la contingencia sanitaria y el desabasto de víveres ante la incomunicación, hizo que las autoridades enviaran una brigada médica y despensas vía área, una semana después de la tormenta.
En Totomixtlahuaca –donde el clima es semicálido– el consumo de agua contaminada y las persistentes lluvias están provocando enfermedades gastrointestinales y respiratorias entre quienes perdieron su casa y viven a la intemperie.
Según el médico Manuel Ortiz Hernández, la población más afectada es la infantil y urgió el envío de agua potable y medicamentos como ambroxol para controlar la situación.
Ortiz se quejó también porque, dice, sólo trabaja con el cuadro básico de medicamentos y tiene equipo e instrumental para atender las emergencias. Las enfermedades se agudizaron entre las familias que sobreviven en el monte y en albergues habilitados en planteles escolares de Totomixtlahuaca.
“Si el río no nos llevó, ahora las enfermedades nos van a matar”, sostiene Rocío Galindo Juárez, mientras amamanta al más pequeño de sus ocho hijos en una escuela donde están hacinadas 130 personas, en su mayoría menores.
En condiciones similares se encuentran más de 3 mil indígenas tlapanecos de seis comunidades del municipio de Malinaltepec, quienes desde el sábado 14 decidieron abandonar sus pueblos porque sus viviendas, caminos y cultivos fueron afectados por los derrumbes y deslaves. Están refugiados en los cerros donde sobreviven en precarios campamentos.
El éxodo se registró en Tepeyac, Filo de Acatepec, Unión de las Peras, Lucerna, Moyotepec y El Tejocote, al suroeste de Tlapa de Comonfort sobre la carretera Tlapa-Marquelia, donde las autoridades municipales reportaron al menos 22 muertos.
En esta franja de La Montaña guerrerense la temperatura ronda los 10 grados durante el día y cae abruptamente en la noche. Al amanecer el frío come los huesos. Esta situación ha provocado brotes de fiebre y diarrea, principalmente entre los menores quienes, pese a la tragedia, aún ríen y juegan.
Las autoridades comunitarias de La Lucerna, Moyotepec y San Juan de las Nieves se niegan a ser trasladados a los albergues de Tlapa y demandan la reubicación de sus pueblos en sitios seguros de la misma zona; también reprochan la tardía reacción del gobierno e insisten: lo más apremiante es la rehabilitación de caminos y un lugar seguro para vivir.

Carretera Tlapa-Marquelia

Para mitigar el desastre y el olvido institucional, los pobladores limpian caminos secundarios a pico y pala en espera de que las autoridades reconstruyan las carreteras federales Tlapa-Marquelia y Tlapa-Metlatónoc para comunicar siete de los 19 municipios de la franja más pobre y marginada del país afectados por Manuel.
Si se rehabilitan esas vías se agilizará el transporte de alimentos, medicamentos y combustible a las zonas de difícil acceso, consideran las autoridades de 47 localidades indígenas de siete municipios de La Montaña y Costa Chica, que el domingo 22 formaron el Consejo de Comunidades Damnificadas.
El consejo denunció que los estragos de la tormenta evidenciaron la “ineptitud y la simulación” gubernamentales, pues no han revertido los efectos de la tragedia y ni siquiera han visitado los pueblos damnificados.
Las autoridades se han limitado a llevar algunas despensas e intentan utilizar la desgracia para lucrar políticamente, según el consejo. El lunes 23, los mismos representantes comunales –en un encuentro coordinado por el Centro de Derechos Humanos de La Montaña Tlachinollan– criticaron a la titular de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol), Rosario Robles Berlanga, por la tardía reacción gubernamental para atender las zonas devastadas de La Montaña.
Ese día la antropóloga Edith Herrera Martínez, originaria de Zitlaltepec, Me­tlatónoc, la zona más pobre del país, reprochó a la funcionaria: “En la Cruzada contra el Hambre estaban todos los militares metidos en las comunidades; pero cuando llegó el desastre no había alguna autoridad”.
Herrera calificó de indignante la actitud de los funcionarios, más preocupados por evacuar vía aérea a los turistas varados en Acapulco que por atender a los indígenas, uno de los sectores más desprotegidos de las zonas vulnerables.
Mientras el gobierno rescataba a los turistas, dijo, en La Montaña siguen atrapados en los pueblos incomunicados. Ante la falta de ayuda oficial, reiteró, los damnificados han debido caminar días para conseguir víveres y buscar refugio en los cerros.
Robles, acompañada por la directora de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, Nuvia Mayorga, fue recibida con pancartas, mantas y discursos donde los montañeros sintetizaron la indignación por la falta de ayuda gubernamental.
Los mensajes eran elocuentes: “No necesitamos bendiciones, necesitamos apoyos”, “Exigimos al gobierno que apoye a la región de La Montaña, no sólo Acapulco, sino todo el estado de Guerrero”, “A los turistas los evacuan en aviones y a los pueblos originarios, no”, “Montaña Alta destrozada, pueblos enteros sepultados”.
Al percatarse de la protesta, la titular de la Sedesol se molestó y pidió al director de Tlachinollan, Abel Barrera, que el encuentro fuera privado y no se permitiera a los reporteros cubrirlo. Su solicitud no prosperó. Los lugareños y las autoridades comunitarias soltaron un “alud” de reclamos contra el gobierno federal y demandaron un diálogo directo. Robles pidió al subsecretario Javier Guerrero García darle seguimiento al planteamiento.
El Consejo Comunitario también solicitó el abastecimiento urgente de alimentos y medicinas a los pueblos incomunicados y a los campamentos de desplazados, e insistió en que se rehabiliten los tramos carreteros, las viviendas y redes de agua potable afectadas.

Dictamen de Tlachinollan

El Centro Tlachinollan presentó un muestreo preliminar de las afectaciones documentadas en 55 comunidades de los municipios de Atlamajalcingo del Monte, Cochoapa el Grande, Copanatoyac, Malinaltepec, Metlatónoc, San Luis Acatlán, Tlacoapa y Tlapa.
Según el informe, en esa franja hubo al menos 18 muertos y 45 lesionados; alrededor de 3 mil 400 viviendas presentan cuarteaduras por las inundaciones y deslaves y 5 mil 303 parcelas de maíz, platanar y cafetales fueron destruidas.
Todas las comunidades reportaron afectaciones en tramos carreteros, en la red de agua potable y energía eléctrica, añade el documento elaborado a partir de los reportes proporcionados por las autoridades comunitarias. Hasta el viernes 27 se desconocía la situación de las comunidades ubicadas en las zonas más alejadas de los municipios de Acatepec, Cochoapa El Grande y Metlatónoc.
Para el antropólogo Abel Barrera, los destrozos en las carreteras federales Tlapa-Marquelia y Tlapa-Metlatónoc no sólo evidencian la corrupción de las autoridades en el diseño de las obras, sino que también han obligado a los indígenas a realizar largas caminatas –como hace cuatro décadas– para comunicarse y trasladar sus víveres.
“Ahora resulta que se quebraron los sueños de los pueblos indígenas que desde los setenta impulsaron la creación de una vía para enlazar Savenasha y Totonasha; es decir, la región fría de La Montaña con la calidez de la Costa Chica”, dice.

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