lunes, 16 de septiembre de 2013

Columna de Sanjuana Martinez.


¡A cazar maestros!

Por: Sanjuana Martínez - septiembre 16 de 2013

“¿Quién? ¿Quiénes? Nadie. Al día siguiente, nadie. La plaza amaneció barrida; los periódicos dieron como noticia principal el estado del tiempo. Y en la televisión, en la radio, en el cine no hubo ningún cambio de programa, ningún anuncio intercalado ni un minuto de silencio en el banquete. (Pues prosiguió el banquete)”. Así lo escribió Rosario Castellanos en su poema “El Memorial de Tlatelolco”. El 3 de octubre de 1968, la mayoría de los periódicos, las televisiones y las radios daban cuenta del clima en la Ciudad de México o del cierre de las armerías en el país. Abordaron la matanza de Tlatelolco con el sesgo informativo de la línea gubernamental. Hablaban de “enfrentamiento” entre estudiantes y Ejército, justificaban la masacre porque fueron los “anarquistas” los que dispararon primero. No se hablaba de cifras de muertos ni heridos, sólo algunos se atrevieron a hacer un calculo a la baja de los cientos de víctimas. El gobierno repetía que el movimiento estudiantil del 68 era parte de una “conspiración comunista y extranjera”. Y la mayoría de los medios y comentaristas lo repetía. Las protestas, manifestaciones, plantones de los estudiantes y gente que se unió a su lucha eran tachadas por la mayoría mediática como acciones de “revoltosos” para desestabilizar a México. Jóvenes “huevones” sin quehacer que querían afectar el magno evento de las Olimpiadas. Vándalos intentando afectar la buena imagen del país, dañando la paz social, estorbando el libre tránsito de las personas. Ciertamente la cobertura mediática en general de las manifestaciones durante el mes de septiembre de 1968, estaba inclinada hacia la versión oficial. El tratamiento noticioso se centraba en un solo objetivo: el linchamiento contra los estudiantes. Ellos eran los responsables de trastocar la paz social, de afectar el sillón de confort de los capitalinos, de ensuciar las calles, de los desperfectos en el mobiliario urbano, de los retrasos por culpa de las marchas indiscriminadas. El 3 de octubre el periódico El Heraldo de México expuso en su editorial institucional sobre la manifestación de un día antes: “Fueron motineros y terroristas, siempre con la pantalla protectora de una minoría estudiantil, a la que en muchos casos han logrado fanatizar”. Su primera página no daba cuenta de la matanza de estudiantes, sólo se concretaba a informar sobre el cierre de armerías en México. Y añadía sobre el movimiento estudiantil: “Lo ocurrido en ese movimiento no ha sido hasta hoy de proporciones tan graves que paralice o entorpezca la vida del país, ni que afecte sus fuentes de producción, ni tampoco desvíe o nulifique la línea política del régimen”. Todos con Gustavo Díaz Ordaz parecía ser la consigna. Casi nadie hablaba de los miles de heridos ni de los desaparecidos, mucho menos de las cárceles llenas en Lecumberi y Santa Martha Acatitla. Se justificaba la matanza de “algunos estudiantes” por el bien del país y a favor del “orden público”. Fueron aisladas las voces que cifraron en 300 los muertos. Los titulares del 3 de octubre de 1968 lo dicen todo. El periódico Novedades: “Balacera entre francotiradores y el ejército, en Ciudad Tlatelolco”, o El Sol de México: “Responden con violencia al cordial llamado del Estado. El gobierno abrió las puertas del diálogo”. La mayoría de los comentaristas, editorialistas, columnistas, conductores y periodistas se centraron en difundir la información del gobierno y las filtraciones de las distintas dependencias. Los dueños y directores de los medios de comunicación: Vázquez Raña, O’Farril, Azcárraga, Alarcón, junto a sus trabajadores de la información aplaudían la “mano dura”, el restablecimiento del orden, la vuelta a la normalidad, el uso de la fuerza del Estado para controlar a los “cochinos”, “greñudos”, “revoltosos”, “huevones”, “subversivos”, “vándalos”, “anarquistas” estudiantes. “Prensa vendida”, gritaban en las calles, un grito silenciado. Casi nadie habló de los paramilitares del Batallón Olimpia distinguidos con un guante blanco en su mano izquierda, vestidos de civil, para infiltrarse entre los estudiantes y reventar a tiros la protesta, con el fin de que el Estado justificara la represión; tampoco casi nadie narró el viacrucis de los familiares de cientos de víctimas, ni de los certificados de defunción que les entregaban con causas “accidentales” de muerte. Rosario Castellanos lo escribió en su hermoso poema: “No busques lo que no hay: huellas, cadáveres que todo se le ha dado como ofrenda a una diosa, a la Devoradora de Excrementos. No hurgues en los archivos pues nada consta en actas. Mas he aquí que toco una llaga: es mi memoria. Duele, luego es verdad. Sangre con sangre y si la llamo mía traiciono a todos”. México está condenado a repetir su historia una y otra vez. Sin revisión de la memoria histórica no hay porvenir. Sin comparar Tlatelolco con lo sucedido el 13 de septiembre, me gustaría ofrecer datos que ofrecen la visión del linchamiento mediático contra los maestros. Esa expresión de intolerancia y de racismo que las buenas conciencias tiñen de civilidad. El 13 de septiembre de 2013 quedará para la historia mediática de nuestro país, como una página negra. Allí están los conductores de radio atizando con sus palabras el desalojo del Zócalo. Pidiendo mano dura, justificando la intervención de la Policía Federal, alabando la “limpieza” del operativo de seguridad para echar de la plaza a esos “revoltosos”, “cochinos”, “vándalos”, “alborotadores”, maestros. Y qué decir de algunos periódicos que desde antes incitaban a la acción del Estado, como La Razón: “DE LOS MAESTROS, HASTA LA CORONILLA. Llevan 24 días con la capital estrangulada”, o de medios ofreciendo la línea gubernamental como Milenio: “EL ZÓCALO ES DE TODOS: OSORIO CHONG A CNTE”, o el del 14 de septiembre: “Zócalo recuperado y no hay marcha atrás” o sus notas posteriores contando las “hazañas” del gobierno: “El día que la Policía Federal rescató el Zócalo”. Allí están para la historia las portadas de los periódicos: “RECUPERAN EL ZOCALO”. Con operativo limpio terminan 26 días de ocupación”. O la crónica narrando –gracias a las filtraciones del gobierno– la gesta heroica del Comisionado Nacional de Seguridad, Manuel Mondragón y Kalb, publicada en Reforma: “ESTO NO PUEDE DURAR MAS DE 10 MINUTOS”. Y el discurso triunfalista de Peña Nieto muy estilo del PRI: “México es un país en paz y en armonía”, difundido por las televisiones y la radio. La justificación del operativo para desalojar el Zócalo a cualquier precio no es aceptable. ¿Ese era el diálogo propuesto por el Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong? Quedan para la memoria las redes sociales de cuentas de “periodistas” como Fernanda Familiar, con cuyos tuits atizaba el fuego: “Aplaudo al Secretario Chong por haber tomado la decisión de sacarlos. ¡Ya era tiempo Secretario! La presión social era demasiada”. “Negocian 4 horas para desalojar, no 1. Los vándalos del zócalo traen navajas, palos, tubos, piedras y amenazan a la policía, si entran”. CNTE se deslinda de actos vandálicos …¿Cómo? !Están grabados, sus líderes, en el acto vandálico! Hoy se hace justicia, liberan a México”. Afortunadamente tenemos prensa crítica en este país. Son muchos los ejemplos, pero allí estaba SinEmbargo informando minuto a minuto lo que verdaderamente estaba pasando en el Zócalo. También queda para la historia la aportación noticiosa de la prensa que contó a los heridos, que hablo de los excesos de la policía: 3,600 agentes para un contingente disgregado, que mencionó a los desaparecidos, a los detenidos, que exhibió a los halcones infiltrados vestidos de civil y mostró los testimonios fotográficos de la brutalidad policial del operativo “A la caza del maestro”. La rayuela del periódico La Jornada dirigido por Carmen Lira, no tiene desperdicio: “Vinieron a dar a conocer su drama y se atrevieron a tomar la principal plaza del país, desde donde resistieron el más feroz linchamiento mediático de que se tenga memoria. ¿Y ahora? ¿Qué sigue?”. Sigue, un ejercicio continuo de los ciudadanos para romper el silencio y la desinformación. Sigue la memoria histórica, sigue lo que dice Rosario Castellanos en su poema: “Recuerdo, recordamos. Ésta es nuestra manera de ayudar a que amanezca sobre tantas conciencias mancilladas, sobre un texto iracundo sobre una reja abierta, sobre el rostro amparado tras la máscara. Recuerdo, recordamos hasta que la justicia se siente entre nosotros”.

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