domingo, 24 de febrero de 2013

Por qué debemos combatir la impunidad. José Agustín Ortiz Pinchetti





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odos los días, a la hora del desayuno, nos sirven un pedazo de pastel de la pudrición de México: las políticas públicas erróneas han aumentado la miseria hasta la escalofriante cifra de 22 millones de seres humanos, de los cuales millón y medio más cayeron en la pobreza ¡alimentaria! en los tres años recientes. A unas cuadras de distancia de donde vivo se alza la que llaman Estela de luz. El monumento debió costar 200 millones de pesos, y su valor final fue de mil 500, y hay indicios de fraude. El desvío de recursos en Tabasco llega a 17 mil millones de pesos. Mil 918 que debieron destinarse a recursos vitales han desaparecido. Las auditorías revelan corrupción generalizada en Pemex y en la mayoría de las dependencias del gobierno de Calderón. Nadie responderá por todo ello.
La gente soporta pasmada este diluvio de evidencias sobre la corrupción. Según cálculos de la Organización de Estados Americanos y de las Naciones Unidas nuestra corrupción supera 20 por ciento del PIB. El lavado de dinero, entre 3 y 5 por ciento; la aportación del narco, 9 por ciento, y el exceso de trámites y la corrupción que esto genera, 10 por ciento. Según otros cálculos, una tercera parte de nuestra economía es corrupta.
México y los mexicanos somos tan corruptos como la mayoría de los países y los seres humanos. El problema está en la impunidad. Los desvíos de miles de millones en Coahuila y Tabasco son, en gran medida, recursos que se fueron a la campaña presidencial para comprar votos. Por ello, Moreira y Granier pueden dormir tranquilos. En los grandes negocios de los líderes de Pemex o el SNTE están involucrados políticos de todos los niveles. La impunidad hace posible que todo este proceso funcione.
Pero tenemos que combatirla. La impunidad ha llevado a que México no sea buen lugar para invertir porque carece de verdadero estado de derecho. Los grandes grupos de interés se sirven del gobierno para imponer sus políticas antisociales, porque son cómplices de los gobernantes: la economía de mercado no levanta cabeza desde hace 30 años. El crimen y la violencia son resultado de que sólo 10 por ciento de los delitos graves sean perseguidos. La pérdida de destino y el cinismo penetran y disuelven el tejido social. La corrupción y su correlato, la impunidad, hacen imposible el proyecto nacional y hunden al país de modo progresivo en una especie de enfermedad crónica e incurable. No es difícil prever que tarde o temprano todo esto colapsará… si no es que ya ocurrió y aún no nos damos cuenta.

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