miércoles, 13 de febrero de 2013

Benedicto XVI, la soledad de los escándalos



Benedicto XVI a través de la lente de Procesofoto. Foto: Maria Grazia Picciarella
Benedicto XVI a través de la lente de Procesofoto.
Foto: Maria Grazia Picciarella
MÉXICO, D.F. (apro).- En vísperas de la primera y única visita de Benedicto XVI a México, el Vaticano se convulsionó con las revelaciones de documentos y cartas secretas, conocidas como el escándalo Vatileaks, el 16 de marzo de 2012.
Entre las misivas privadas que se filtraron a la prensa, la del nuncio papal en Estados Unidos fue particularmente dura. Le advierte a Ratzinger que existe un intento en la curia romana por asesinarlo y señala “la corrupción, prevaricación y mala gestión vaticana” durante su papado.
Otros documentos del escándalo que sacudió al reino de la intriga precelestial describen las batallas por el poder entre el secretario de Estado, Tarciso Bertone, uno de los más influyentes adversarios de Benedicto XVI en Roma, y el arzobispo de Milán, Angelo Scola, uno de los aspirantes a suceder al pontífice de 85 años.
L’Osservatore Romano sintetizó así el panorama en el Vaticano tras el escándalo: Benedicto XVI “es un pastor rodeado de lobos”. La frase se le atribuye al propio teólogo de origen alemán que administró durante los últimos siete años la decadencia de una institución incapaz de reformarse.
El escándalo de Vatileaks coincidió con la destitución del presidente del Banco del Vaticano, Ettore Gotti Tedeschi, acusado de presuntos malos manejos y malversaciones hacia Banco Santander. La ola de documentos y cartas sepultó momentáneamente este suceso que también pintó un panorama nada grato para el papado de Benedicto XVI.
No sólo los documentos filtrados, la presunta traición del mayordomo papal Paolo Gabriele, Paoletto, y los indicios de alta corrupción en la banca de El Vaticano explican la decisión adoptada por Benedicto XVI de anunciar su renuncia al máximo cargo de la jerarquía católica.
Detrás del Vatileaks y el caso del Banco del Vaticano está la profunda soledad del hombre de 85 años que dirigió la Congregación para la Doctrina de la Fe durante el papado de Juan Pablo II y que no ha sabido enfrentar el máximo escándalo reciente en esta institución: la ola de denuncias contra sacerdotes pederastas, obispos que los encubrieron y congregaciones que las alentaron, como el caso emblemático de los Legionarios de Cristo, que aún no se reponen del síndrome interno.
La soledad de Benedicto XVI es doble: doctrinal y política.
El obispo de origen alemán sigue creyendo en la ortodoxia de una teología que está fuera de la vida cotidiana de la mayoría de los católicos. Ha condenado los matrimonios entre gays y lesbianas con una furia digna de un inquisidor. Se opone a la despenalización del aborto. Es enemigo frontal de la ordenación de mujeres y menos de romper el celibato para los varones. Todo método anticonceptivo es considerado “antinatural” e “indigno” en su doctrina. La manipulación genética y otros avances de la ciencia son considerados como pecados. La sexualidad libre es ininteligible, aunque la propia institución esté marcada por una serie de delitos de esta índole, producto de su incapacidad para modernizarse.
La formación conservadora de Ratzinger no es muy diferente a la de Juan Pablo II. De hecho, ambos formaron parte de la ola posterior al Concilio Vaticano II que buscó y logró la restauración de la vieja doctrina. Postconciliares ambos, cerraron la discusión hacia una nueva doctrina social cristiana del perdón, del acercamiento con las corrientes socialistas, de la liberación sexual y del feminismo de los años setenta. Privilegiaron la opción preferencial por los ricos, aunque condenaron el neoliberalismo en sus aspectos “inmorales” como “el libertinaje sexual” o los “nuevos esclavismos”, derivados de un orden económico que privilegia la máxima acumulación.
La ventaja de Juan Pablo II sobre Ratzinger fue su enorme carisma y una circunstancia histórica que le permitió aparecer como un triunfador contra el derrumbe de las dictaduras socialistas de Europa oriental y el colapso de la Unión Soviética.
La soledad política de Ratzinger es una herencia de ese largo y doloroso papado de Juan Pablo II. El Vaticano se volvió el reino de la intriga, de los intereses y de las maniobras más increíbles para acrecentar el poder de obispos y congregaciones que hicieron un gran negocio con la fe. Benedicto XVI los conocía. Formó parte de esa corte. Pero ya no pudo o ya no quiso seguir encabezándola.
Su biógrafo Adreas Englisch afirmó que la renuncia al papado es una consecuencia de esa soledad.
“Nunca mantuvo una buena relación con la curia romana. Siempre se quejaba, también en cartas escritas, de que se sentía solo y de que tenía la sensación de que en la Iglesia muchas personas trabajaban en contra de él”, declaró Englisch a la prensa.
Hasta donde se ha documentado, Benedicto XVI no tiene ningún padecimiento crónico o mortal, a pesar de su avanzada edad. Sigue siendo un hombre lúcido, culto, huraño, tanto, que la decisión de renunciar la adoptó en sigilo absoluto después de su visita a México, el 23 de marzo de 2012. Conocedor de los compromisos internacionales, ya no quiso asistir a la cumbre mundial de la juventud que se realizará en el verano en Río de Janeiro, Brasil, donde se encuentra la comunidad católica más vigorosa y plural.
Quizá la peor enfermedad para Ratzinger es esa soledad del reino terrenal que dista mucho de la caridad y de la misericordia cristianas que forman parte de la institución que encabeza.
Finalmente, los escándalos mediáticos y financieros mostraron el rostro de lo que el propio Ratiznger ayudó a convalidar.

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