domingo, 30 de diciembre de 2012

Mensaje. José Agustín Ortiz Pinchetti

El despertar
Este domingo me apartaré (aunque no mucho) de mis tópicos para enviar un mensaje a mis lectores. Quizás recuerden el villancico: La Noche Buena se viene, la Noche Buena se va y nosotros nos iremos y no volveremos más. Las fiestas decembrinas vienen con sus expectativas y se van con sus desencantos. Para los chicos es la hora de la magia, para los maduros implica a veces un cotejo entre las ambiciones y logros (por lo general desagradable), y para los viejos una nostalgia más agria que dulce. En algunos la sabiduría humorística les permite reconciliarse con la vida y con los demás.
Tengo amigos navidófilos que renuevan en sus hijos y en sus nietos una vieja alegría y ensayan la ilusión de perdonar y ser mejores. ¡Dichosos ellos! También hay navidofóbicos que componen antivillancicos y contra pastorelas para combatir con humor negro la cursilería de la temporada. Creo que los ateos militantes son fervorosos creyentes pero al revés.
Hay a quien le gusta el misterio poético de la encarnación de Dios en lo humano pero que repudia el consumismo frenético. Un amigo dice que la Navidad es la venganza de los mercaderes del templo, contra Jesús, por haberlos corrido a cintarazos.
En esto de la Navidad me quedo con el recuerdo del nacimiento de Pellicer. Él recuperaba todo el candor infantil y lo volvía pasión cristiana y armaba en el garaje de su casa la reconstrucción diminuta de un milagro que se repite en millones de veces cada día: el nacimiento de un niño que como todos lleva en semilla la belleza y bondad del mundo. Se inspiraba en Francisco de Asís y por tanto era panteísta. Conjuntaba la plástica, la música y escribía un poema. Como dice Zaid, la luz era el personaje central, el verdadero niño presentado a la adoración. Durante medio siglo miles acudieron a ver esa maravilla que se deshacía en enero. Yo fui muchas veces con mis hijos.
Pellicer se atrevía a declarar su catolicismo y para desafiar valiente el racionalismo del sector contestatario e izquierdista en que militaba y en el que aun hoy creyente es sinónimo de arcaico, supersticioso y rezagado.
Lo más interesante es que Pellicer no dividía su idea mística de su conciencia política. Su solidaridad con los humildes y su fraternidad con aquellos que combatían la desigualdad y explotación no podían ser más cristiana: La misión de Jesús, según él mismo la definió, fue anunciar la buena nueva a los pobres, proclamar la liberación de cautivos y la vista a los ciegos y dar libertad a los oprimidos (Lucas 4:18-19). Lo asombroso no era que el católico Pellicer fuera progresista sino que la mayoría abrumadora de católicos, de los evangélicos y cristianos en general no lo sean.

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