miércoles, 21 de marzo de 2012

Benedicto XVI en tierras cristeras


Carlos Martínez García
La visita de Benedicto XVI es religiosa y política. Por la propia naturaleza de la Iglesia católica romana, quien la preside es a la vez máxima autoridad en asuntos de fe y cabeza del Estado Vaticano. Es imposible separar esa simbiosis de intereses supuestamente celestiales con los muy mundanos del poder terrenal.

El lugar elegido para el periplo mexicano del cardenal Joseph Ratzinger es Guanajuato, zona semillero de vocaciones sacerdotales y una de las regiones históricamente vinculadas a la guerra cristera. Ya se anunció en el Vaticano que Benedicto XVI eligió esas tierras en reconocimiento a quienes entre 1926 y 1929 combatieron heroicamente en defensa de la fe católica romana. En el discurso del Papa se exalta a los dizque perseguidos por un gobierno recalcitrantemente anticatólico y cuasi ateo. No hay referencia alguna a que en el bando de los “héroes de la fe” se llevaron a cabo sangrientos atentados, desorejamiento de maestros, asesinatos de los considerados enemigos de la “única y verdadera Iglesia”. Hubo una guerra, en la que ambos bandos cometieron excesos y barbaridades. Pero en la óptica católica romana se exalta el sacrificio de los cristeros que se enfrentaron a un nuevo Nerón ávido de sangre y perseguidor de inocentes ocultos en las catacumbas.

La historia de la Iglesia católica comprueba que se acomoda muy bien al poder político que coadyuva a proteger sus intereses, pero que le cuesta mucho trabajo desarrollarse en la arena pública, con los ciudadanos y ciudadanas, reconociendo que es un actor más en sociedades que caminan hacia una pluralización creciente. Podemos decir que Benedicto XVI es congruente con la milenaria historia de la institución que preside, consistente en presionar y negociar con los poderes políticos y gubernamentales en turno para preservar y/o incrementar sus prebendas y un trato privilegiado.

Lo que vamos a ver y escuchar en los tediosos actos que encabezará Benedicto XVI en Guanajuato es la reiteración de la fidelidad del pueblo mexicano a la Iglesia católica. Hecho que subrayará el visitante una y otra vez, para exaltar la reserva mundial del catolicismo que representa el país. Pero la realidad es otra: el catolicismo de la mayoría de la población es mucho más ritualista que identificado con la ortodoxia doctrinal reivindicada por Roma. Pero, además de esa lejanía doctrinal, todavía es mayor la brecha entre los valores practicados cotidianamente por los católicos mexicanos y la ética que quisiera Roma que vivieran a diario quienes se identifican como parte del rebaño encabezado por Benedicto XVI.

En la construcción de un México intensamente católico tienen un papel preponderante las televisoras más poderosas del país. Nos presentan imágenes que invisibilizan la real y creciente pluralización religiosa de México. En este sentido podemos afirmar que esos emporios de la comunicación masiva se comportan como acólitos y ceremonieros de Benedicto XVI, atentos a cualquier requerimiento de quien dice ser el vicario de Cristo. Esta última afirmación es aceptada sin más ni más por vociferantes comunicadores que luchan denodadamente por declaraciones exclusivas del Papa, o también por captar bendiciones que, dicen, son válidas para los televidentes que sigan las transmisiones en cualquier lugar del territorio nacional.
El conservadurismo mexicano, empezando por Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, está de fiesta por la visita de Benedicto XVI. En su obsequiosidad a quien reconoce como autoridad religiosa y política, se está comportando de forma exagerada al poner a disposición del Papa recursos presupuestales públicos. Y éste es el problema, porque se usa al servicio de una confesión el aparato estatal que no debiera partidizarse en favor de una opción religiosa, en detrimento de otras confesiones practicadas por millones de mexicanos.

Los datos comprobables van en sentido contrario de la parafernalia elaborada tanto por el visitante como por sus anfitriones, que ávidamente buscan sacar raja política de los pronunciamientos de Benedicto XVI. A 55 por ciento de la ciudadanía le emociona poco/nada la visita del obispo de Roma, según la encuesta efectuada por Covarrubias y Asociados, hecha pública en el sitio Animal Político. La cifra es reveladora, y contraria, al mito iniciado por Juan Pablo II, que con el lema “México siempre fiel” buscó sentar una premisa que suena bonita pero está lejos de la realidad.

El antecesor de Benedicto XVI, el muy mediático y telepredicador mayor Juan Pablo II, movilizó masas de católicos que el actual Papa no podrá aglutinar ni en sus mejores cálculos. Por la búsqueda de multitudes que lo aclamen es que fue elegido Guanajuato, el estado que porcentualmente tiene la mayor población que en el país se declara católica (94 por ciento). El escenario fue cuidadosamente seleccionado, para que la escenografía sea la idónea y favorable en la presentación mediática de ríos de gente que se agolpan al paso del Papa.

Además opino que la carta de Javier Sicilia dirigida a Benedicto XVI, en la cual dice que la escribió “para pedirte que en tu visita a México lo abraces, antes que a nadie, como el Padre abrazó el cuerpo adolorido y asesinado de Cristo”, es una quimera (“aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo”, Diccionario de la lengua española). Y lo es porque en primera fila de los actos estarán los causantes de las heridas políticas y económicas a México: los nuevos fariseos, y además invitados por el propio Benedicto XVI.

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