lunes, 30 de enero de 2012

Las bolas del engrudo



Jorge Carrillo Olea

Cuando uno cree que ya no son posibles más gansadas en materia electoral entre instituciones y personas o entre éstas, pues no, parece que aún hay para rato. La primera perla quedó a cargo del Ministerio Público Federal, cuya titular la procuradora Maricela Morales nos alivia milagrosamente de angustias al anunciar que no violará la ley. ¡Qué descanso!

La siguiente es un continuo, o sea una secuencia de quizá inevitables yerros del IFE para manejar una ley que todo lo prohíbe, que todo lo sanciona, que fue hecha a favor de alguien y en contra de alguien, que nadie reconoce su paternidad y que hoy milita contra el prestigio y la cada vez menor credibilidad de la institución.

El tercer emplaste del engrudo, ampliamente lo ofrece el PRI. Tal vez no el partido, sino el propio Enrique Peña que, cada día, da más muestras de ser autoritario. Regaló, con toda anticipación e impudor, la candidatura del gobierno del D.F. a Beatriz Paredes. Regaló la candidatura de Chiapas a Manuel Velasco, del Partido Verde, y no contentó insultó al género femenino de María Elena Orantes, aduciendo a eso como razón de su eliminación.

En Tabasco, donde la elección es tan delicada por la presencia fortísima de AMLO, Peña, con otro dedazo, ocasionó otra escisión entre priístas. Graham, popular delfín del gobernador, perdió contra Alí, el exalcalde de Villahermosa, candidato de Peña. En Puebla, los pre-senadores priístas derechosos y peñistas se hacen garras.

En Morelos se llegó a lo peor, tras tres noches de estiras y aflojes, se optó de igual manera por un candidato, lo que provocó la insurrección material de otro, al que en el mismo CEN se le conoce como “muchacho berrinchudo” y como bálsamo se abonó, generosamente, la disciplina del tercero, desprestigiado y voraz.

Ahora se prepara la nominación de un tránsfuga del priísmo, que después de ser gobernador sustituto en 1998, sirvió estructuralmente durante doce años al panismo, que tiene una fama de hipócrita, mediocre y desleal, que solicitó la ciudadanía norteamericana y se la negaron, que se dice doctor por la Universidad de Texas y no lo es. A él se le quiere obsequiar nada menos que Cuernavaca. ¿Y en todo este enredo, las nuevas generaciones cuentan para algo, o la ciudadanía en general?

Pero la máxima del engrudo la produjo otra vez Enrique Peña con semillas sembradas y alimentadas por Moreira. En Chiapas, se pretendió regalar una senaduría a una hija de la maestra y en Sinaloa, para reforzar los tiernos lazos de familia, otra senaduría a su yerno. Esos amores familiares llevaron a una justa sublevación dentro del PRI y al final, a la ruptura con el Panal. Un acto de cinismo se salda con otro de igual filosofía.

Creyó Peña que podría comerse a la maestra con todo y zapatos y sucedió casi al revés. La ruptura deberá reflexionarse en términos de cuántos votos adjudicará la maestra a otros candidatos y qué daño hace esto a las expectativas priístas calculadas hasta ayer. Los grandes y experimentados estrategas de Peña deberían estar izando la bandera amarilla que anticipa oleaje peligroso.

Para un partido reconocido por su gobierno vertical, estas son muestras claras de descomposición. Pero no para ahí el autoritarismo de Peña, que no del partido. Ya se anuncia, sin que para nada intervenga el pueblo, el renacimiento ahora como senadores de viejos ex gobernadores, no todos cristalinos, que no pasarían un examen de control, pero a quienes se regalará un escaño. También a espaldas del pueblo.

Quizá se ignoró en todo este proceso dictatorial que, como todo en el mundo, el autoritarismo demanda de insumos. En su caso el más importante es la fuerza, del tipo que sea: legítima, discutible, corruptora, autócrata, sectaria, etc. En estos casos, sencillamente se actuó en ausencia de ella, de ahí la sublevación. Por eso dice Porfirio, el único Porfirio, que el PRI no está en Insurgentes sino en plena insurgencia.

El PAN, sencillamente, es una exhibición de candidez, de belleza espiritual. No solamente por las conductas dulces y beatíficas de sus tres grandes, sino por la injusta sorpresa que se dio a su militancia en el D.F. sacándose de la manga a una señora que nada sabe de política, de partidos, de gobierno ni de administración. Sabe de negocios turbios con espectaculares, pero sí ha logrado levantar el rating panista. Tal es la desesperación del PAN.

Y el PRD, del que menos se esperaba en términos de civilidad electoral, dio una cátedra de ello tanto en la preselección presidencial como en la del D.F. ¡Cosas veredes!

¡Cuántas bolas y apenas vamos empezando! Aún no aparecen signos de violencia, como no sea la discretísima y verbal del más cándido de todos: Cordero ... ¡Contra su correligionaria!

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