domingo, 23 de octubre de 2011

Probando fuerzas en la confusión. Arnaldo Córdova

Cuando en una situación social, como se la puede ver hoy en México, las ideas dejan de ser claras y pierden su sentido propio para pasar a significar, muchas veces, algo totalmente distinto de lo que normalmente expresan, la política en esa misma situación se vuelve confusa, nadie o muy pocos lo notan y la mayoría parece chapotear a sus anchas en la confusión. Tenemos ejemplos de ello a granel y todos son ejemplos de confusión extrema que no permiten a nadie ponerse de acuerdo con otros o acercarse entre sí para lograr algún propósito común. En nuestro país, desde que se declaró abierta la contienda por la Presidencia de la República (y otros puestos), todos parecen nadar en la confusión.
Tomemos sólo algunos de esos ejemplos. Felipe Calderón declaró a The NewYork Times que, de llegar el PRI a la Presidencia, de seguro iba a negociar con el narcotráfico un pacto de entendimiento. Nunca se preocupó por darle sentido a esa declaración y aclarar, por lo menos, qué clase de pacto podrían concluir los priístas con los narcos. Para su desgracia esa declaración apareció luego en la versión completa de la entrevista que el propio Times ofreció a sus lectores. Se dijo que ése había sido un acto electorero de quien ostenta la titularidad del Ejecutivo, entre otras razones por los tiempos en que se hizo.
Se advierte con facilidad que las confusiones más próximas al desastre son las de los panistas. Se ve, por ejemplo, en la intención nada oculta y ni siquiera discreta del aparato gubernamental calderonista de imponer a como dé lugar a Ernesto Cordero como candidato de su partido a la Presidencia. Creel y Vázquez Mota van muy por delante de él en las preferencias y si Cordero logra la candidatura recibirá una paliza de antología. ¿Por qué insistir en una causa perdida de antemano? Hay malpensados que sacan la conclusión de que eso lleva el propósito recóndito de dejarle el campo libre a los priístas para que lleguen de nuevo a Los Pinos.
En todo caso, la lucha es también por no ceder el poder presidencial. Eso explicaría la estrategia que desde hace tiempo se ha seguido desde la Presidencia de golpear al PRI en cuanta ocasión se presente. Las denuncias, por ejemplo, en torno al endeudamiento excesivo en que Moreira incurrió desde la gubernatura de Coahuila y la difusión de las sospechas sobre el destino de ese endeudamiento, que jamás ha sido aclarado y sobre lo cual los hermanos Moreira, al parecer, no tienen nada que decir. El ataque de Calderón al PRI sobre el crimen organizado, desde luego, se inscribe en esa estrategia y ésta, podría apostarse, seguirá hasta el fin.
Las confusiones del PRI son también omnipresentes e inocultables. Incapaces de aclarar qué es lo que se proponen desde los puestos gobernantes, los priístas continuamente enseñan el cobre con sus propuestas, cuando las hacen, y actúan con la más descarnada y cínica incoherencia. Se sienten invencibles de nueva cuenta y obran en consecuencia. Se sueñan dueños del poder presidencial y ni se preocupan por diseñar adecuadamente el camino que los conducirá a ese objetivo. Sólo piensan en cómo van a gobernar y, en especial, en cómo van a fortalecer la institución presidencial que ya creen suya.
La democracia es para ellos un estorbo. Lo esencial es cómo dar al presidente todos los poderes de que precisa para gobernar bien. Peña Nieto, abiertamente, postula una Presidencia fuerte y para ello propone de nuevo la llamada cláusula de gobernabilidad. Su oponente, Manlio Fabio Beltrones, va en la misma dirección, sólo que mucho más prudentemente. Lo importante es poder gobernar y tener los recursos para hacerlo bien. Para ello propone (iniciativa del 14 de septiembre) inscribir en la Constitución los gobiernos de coalición y, a través de ellos, darle al presidente aquellos medios de poder y de decisión que, supone, ahora no tiene.
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Manlio Fabio Beltrones propone inscribir en la Constitución los gobiernos de coalición y, a través de ellos, darle al presidente aquellos medios de poder y de decisión que ahora no tieneFoto María Meléndrez Parada
 Un grupo de intelectuales y de políticos publicó un desplegado el pasado día 10 en el que parece ser un eco a la propuesta de Beltrones (él mismo es uno de los firmantes). Sobre el tema se dice: Si ningún partido dispone de mayoría en la presidencia [sic] y en el Congreso, se requiere de una coalición de gobierno basada en un acuerdo programático explícito, responsable y controlable, cuya ejecución sea compartida por quienes lo suscriban. Es extraño que, siendo la Presidencia, de acuerdo con el artículo 80 de la Carta Magna, unipersonal, se hable de mayorías en ella. Pero es lo de menos. En el desplegado sólo se hace una sugerencia con la que difícilmente se podría estar en desacuerdo. La iniciativa de Beltrones, en cambio, no tiene sentido alguno.
Propone agregar una fracción II al artículo 73 constitucional que diga: En caso de que el titular del Ejecutivo federal opte por un gobierno de coalición [el Congreso tiene facultad de:], conocer las políticas públicas convenidas por las partes. Cada una de las cámaras registrará las políticas públicas enviadas para su observancia. No parece haber en la propuesta algo más que un correr traslado al Congreso de esas políticas públicas, lo que es un cuerpo extraño en un texto constitucional y no agrega ninguna modificación institucional. No aparece claro de la iniciativa si ese solo hecho vuelve obligatorias las coaliciones (lo que sería un absurdo).
Una coalición no es materia de leyes ni, mucho menos, de la Constitución. Lo único que ellas hacen es permitirlas y volverlas viables mediante mecanismos adecuados de realización. No se trataría de coaliciones electorales, sino de gobierno y son exclusivamente acuerdos formales entre dos partes con compromisos que sólo a ellas atañen. Lo hemos dicho muchas veces, un presidente que no cuenta con mayoría absoluta en el Congreso no puede apelar a ninguna ley para realizar su programa de gobierno con aprobación del Congreso; para ello deberá aplicarse a convencer a los legisladores de sus bondades y, mediante acuerdos formales, constituir una mayoría en torno a sus propuestas. Las coaliciones se hacen y con mucho esfuerzo, no las regala la ley y, menos, la Carta Magna.
Podría decirse que Fox es un confusionario cuando propone de reciente que se debe pactar con el narco y llegar, incluso, a crear un organismo como la Cocopa para tratar con los delincuentes y arreglar una especie de tratado de paz, comprendidas sus treguas; pero eso no llega a confusión, es sólo una idiotez más del ex presidente que mal haríamos en prestarle atención.
Queda el PRD y su política contrahecha y tortuosa, sea en lo interno que en lo externo. Todo en él es confusión: de objetivos estratégicos y tácticos, de análisis y comprensión de los problemas del país, de desarrollo partidario (carece de normas a las que todos sus adherentes puedan acogerse, porque ni siquiera logran identificarlas), de política de alianzas (en la que priva el más cavernario pragmatismo sin principios), de política interpartidaria y hacia la sociedad. Y no es cosa de hoy. El PRD es confusionario desde su fundación misma y no da muestras de poder mejorar. Su alejamiento de la sociedad, que es su principal problema, lo mantiene ciego y sin perspectivas ciertas.
Hará falta mucho esfuerzo y, sobre todo, mucho debate entre todos, para superar esta época aciaga en la que nada puede verse con claridad.
A Miguel Ángel Granados Chapa in memoriam

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