sábado, 17 de septiembre de 2011

Arturo Montiel, el Compromiso 601 de Peña Nieto

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No lo firmó ante notario, tampoco lo divulgó en los miles de spots que acompañaron sus seis años de gobierno. Sin embargo, el “compromiso 601” de Enrique Peña Nieto se cumplió el 15 de septiembre, en la ceremonia del relevo de mando en el Estado de México: cuidarle las espaldas y permitir el retorno de Arturo Montiel, su jefe, tío y tutor político.
En la ceremonia de relevo no fueron sorpresivas las porras de “¡Enrique, presidente!”, mucho menos el besamanos que acompañó al gobernador oriundo de Atlacomulco.
La “nota” se la llevó Arturo Montiel, el mismo que hace seis años había ganado la contienda interna entre los precandidatos del TUCOM, y que en un día aciago de octubre de 2005 –hace seis años exactamente- fue defenestrado a través del escándalo de corruptelas de sus hijos y su ex esposa Maude Versini, difundido por Víctor Trujillo en Televisa. El propio Montiel supo que fue una orden de Bernardo Gómez, vicepresidente de esa empresa, transmitir el escándalo que ya antes habían documentado Proceso y el periódico Reforma.
Montiel, como Peña Nieto, hizo una apuesta mediática multimillonaria con el Canal de las Estrellas. Y nunca olvidó que fue traicionado, por órdenes de Vicente Fox, según denunció él mismo en su reciente libro Desde Atlacomulco. Creó una red paralela, llamada Fuerza Mexiquense, para construir su candidatura presidencial (al igual que Peña lo hace con el movimiento Expresión Política Nacional).
Apadrinó a una generación de políticos jóvenes con prácticas viejas, conocida como los Golden Boys, a la cual pertenece el propio Peña Nieto. Y logró de manera indirecta que el sucesor de Peña no fuera el hijo y nieto de exgobernadores, Alfredo del Mazo Maza, sino otro de los políticos mexiquenses que le deben la carrera: Eruviel Avila, ex alcalde de Ecatepec dos veces, con Montiel y con Peña Nieto.
Montiel fue el más aplaudido en el Teatro Morelos, repleto con la bufalaza que antes lo vitoreó en el 2005 y ahora lo hace con Peña Nieto. Ni Emilio Chuayfett, ni Alfredo Baranda, ni Ignacio Pichardo, ni César Camacho, ni Alfredo del Mazo –todos ex gobernadores y tres de ellos aspirantes presidenciales- fueron tan ovacionados como el ex precandidato priista.
Nadie recordó la frase de Germán Dehesa, “¿Montiel, durmió usted tranquilo?”, con la cual el cronista terminaba todos los días su columna en el periódico Reforma, como un recordatorio permanente de la corrupción de aquella época. Nadie le reprochó sus negocios con los hijos de Martha Sahagún. Nadie le hizo el feo. Montiel regresó a la escena pública.
Y como en la política priista los reyes de antes son los olvidados de ahora, en el mismo teatro Morelos asistió Roberto Madrazo, el adversario interno de Montiel, a quien nadie recordó ni aplaudió ni vitoreó. Sólo el infaltable Onécimo Cepeda, arzobispo de Ecatepec, platicó con el ex maratonista del PRI.
La sorpresa por la reaparición pública de Montiel borró una de las grandes ausentes: la profesora Elba Esther Gordillo, presunta aliada de éste y de Peña Nieto. Para nadie es un secreto que Gordillo se ofendió cuando el 5 de septiembre, en su último informe de gobierno, Peña Nieto no la mencionó. Y el segundo desaire para la cacique magisterial fue le negativa del Gell Boy a recibir al Dalai Lama, patrocinado y guiado por la política budista.
Tampoco extrañó la ausencia de Carlos Salinas de Gortari, tan lejano ahora a Eruviel Avila y cercano a Peña Nieto.
Quizá Salinas espera que el milagro ocurrido con Montiel se repita en su caso: la “normalización” de su figura pública después del ostracismo y los constantes señalamientos como el “innombrable”.

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