jueves, 20 de enero de 2011

Un grito en la historia Sergio Conde Varela Abogado


Es el grito de Juárez, Chihuahua. Nuestra ciudad. En el pasado la frontera más dinámica de México, integrada por hombres y mujeres juarenses por nacimiento o por adopción, que abrieron sus brazos a miles y miles de mexicanos que venían de todas partes del país buscando mejores horizontes.

Los gritos de los juarenses son de angustia, son de quienes tienen hambre y sed de justicia. Son voces que se han levantado tantas veces y no han sido escuchadas. Manifestaciones de exigencia, de reclamo, de queja, que se han confundido por el ulular de las sirenas policiacas y el ruido atemorizante de las metralletas, muchas de ellas portadas por menores que no saben lo que es el amor al prójimo o a la patria.

Han pasado los días, los meses y los años y aparentemente las cosas no cambian para quienes moramos en este terruño; sin embargo, debemos saber que la ley de la vida es la evolución y que la evolución significa crecimiento, transformación.

Han sido tiempos muy difíciles para nosotros los fronterizos; horas y días en que parece perderse la esperanza porque aparentemente las cosas siguen igual, con su rutina devastadora; con sus autoridades que dan la impresión que han sido rebasadas por los graves problemas por los que atravesamos. Sin embargo bajo la piel social, existen ideas que ya pronto aparecerán de una manera maravillosa, sostenidas por un pueblo nuevo en conciencia y en fijar nuevas rutas y caminos que emprender.

El grito de nuestra tierra es un grito que ha quedado almacenado para siempre, que será recordado por las generaciones venideras. Se produjo por hechos que nos tomaron desprevenidos; desarmados física y psicológicamente, atemorizados por lo intempestivo de los ataques. Sin embargo hace muchos años cayó en nuestra ciudad una bomba B2, destruyó buena parte de la entonces colonia Palo Chino, hoy colonia Azteca, se dijo que había sido un error la terrible explosión que hizo temblar en buena parte la entonces pequeña ciudad y los juarenses tomamos fuerza de nuestra flaqueza y superamos el grave miedo que padecimos. Hoy estamos igual, el estallido de las fuerzas del mal nos han arrinconado pero no vencido, porque tenemos derecho a la libertad y a vivir una vida con dignidad, trabajo y alegría y eso es lo que vamos a hacer.

Nadie podrá detener el reclamo de las muerte de periodistas; de personas dedicados a hacer el bien con el ejercicio de su profesión; del hacendoso trabajo de pequeños, medianos y fuertes industriales y comerciantes que han pasado las de Caín para seguir sosteniendo fuentes de trabajo; de policías que han caído en el cumplimiento de su deber; de hombres y mujeres de paz que tuvieron que huir al extranjero por no tener las garantías mínimas indispensables para una vida saludable y tranquila.

Nadie podrá detener la fuerza vibratoria de las quejas que se han desprendido de miles de pequeños talleres, de tiendas de barriada, de peluquerías y salones de belleza, de negocios de todo tipo que han sido obligados a cerrar sus puertas por las graves amenazas que han recibido. Esta energía hoy, es una gran fuerza, nadie la podrá detener porque se surge de las graves injusticias que se han cometido y paradójicamente cuando se habla de ella, no sólo produce sonrisas furtivas sino carcajadas de impacto; es la misteriosa energía del perdón, cuyos efectos a fondo nadie los conoce pero que siempre transforma a fondo a individuos y naciones. Ejemplo de ello, es el Japón que quitándose las cenizas quemantes de las bombas atómicas que estallaron en su territorio, hoy se sienta a la mesa de los grandes países del orbe y su pueblo siempre sonríe con paciencia y sin rencor ante el futuro.

Por lo anterior, pensamos que todo pasa, aunque no lo veamos y que los miles y miles de juarenses que tienen o tenemos hambre y sed de justicia, con toda seguridad seremos saciados, porque así es la promesa divina. De verdad.

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