miércoles, 8 de diciembre de 2010

México SA. Carlos Fernández-Vega

La buena: clase media al alza

La mala: sus ingresos a la baja

La fea: muy cerca de la pobreza

Con ganas de cerrar el año con una buena nueva regional, el secretario general de la OCDE, José Angel Gurría, se congratula, porque, a pesar de la brutal sacudida económico-financiera de 2009, la clase media en América Latina crece y comienza a ser un motor para el progreso económico”. Hasta allí todo bien, pero como suele ocurrir en este tipo de noticias positivas la lectura completa termina por ensombrecer lo que en un principio quiso presentarse como algo digno de celebrar, como el propio ex secretario de Hacienda reconoce: ese mismo segmento poblacional no ha dejado de ser económicamente vulnerable en comparación con los países de alto ingreso de la propia organización, amén que los latinoamericanos que se encuentran en el medio de la distribución del ingreso “se enfrentan a considerables problemas en términos de su poder adquisitivo, nivel de educación y estabilidad en el empleo. Estos grupos aún tienen un gran camino que recorrer para ser comparables con las clases medias de las economías más avanzadas”.

Buen principio, con final infeliz, especialmente para los clase medieros mexicanos, pues su límite de ingresos en el estrato medio bajo “es similar a la línea de la pobreza extrema”, subraya la OCDE en sus Perspectivas económicas de América Latina 2011, documento que remata así: “en cuanto a México (con información a 2006), aunque sus indicadores subieron tras la crisis de finales de los años 1990, los insatisfactorios resultados económicos registrados desde entonces han devuelto el estatus desfavorecido a parte de los estratos medios. Estos se han reducido, y los hogares desfavorecidos muestran una movilidad social potencial menor”. Y la cereza: 67 por ciento de los supuestos clase medieros mexicanos ocupados (predominantemente jóvenes) no contribuyen al sistema de pensiones por laborar en el sector informal de la economía, de tal suerte que su futuro, de por sí incierto, no parece ser el mejor.

Aunque su secretario general los califica de clase medieros, en su informe la OCDE prefiere utilizar el término de “estratos medios”, que son por ella definidos como aquellos hogares con un ingreso per cápita comprendido entre 50 y 150 por ciento de la media nacional de los ingresos; los hogares cuyos ingresos sean inferiores al umbral de 50 por ciento se identifican como “desfavorecidos”, y aquellos con ingresos superiores al techo de 150 por ciento se considerarán “acomodados”. Indica que “esta definición suele emplearse como base para el análisis de la clase media de los países de la organización, pero en el caso de la región latinoamericana cabe preguntarse si dicha definición engloba al mismo tipo de personas”. Entonces, para el caso mexicano, clase medieros o estratos medios, como se prefiera, significan la mitad de la población.

Como bien dice Gurría, no obstante su buena noticia, “se trata de una clase media que no es exactamente igual a la que se convirtió en motor de desarrollo en numerosos países de la OCDE”. En México, la proporción de los sectores medios se ha mantenido prácticamente estable durante los últimos diez años. Cayó por debajo de 50 por ciento entre 1996 y 2000, pero regresó a su nivel de 1996 y ha logrado asomar por encima de la marca de 50 por ciento desde entonces y hasta 2006. Aquí el problema es que el análisis del citado organismo no incluye a los 6 millones de nuevos pobres (2007-2008) ni los efectos de la sacudida económica de 2009, de tal suerte que a estas alturas el inventario de los clase medieros o estratos medios mexicanos resultará mucho menor que al cierre del sexenio pasado.
En términos regionales, la OCDE subraya que los estratos medios son económicamente vulnerables y, en numerosos aspectos, tienden a estar más cerca de los desfavorecidos que de los acomodados. Lo son, además, “porque la consolidación de su posición económica no ha constituido necesariamente una prioridad para los actores políticos. A fin de promover la movilidad social ascendente y fortalecer a los estratos medios de la región, habrá que tener en cuenta tres cuestiones concretas de indudable relevancia para las políticas públicas: los elevados niveles de informalidad laboral, una población relativamente joven aunque en rápido envejecimiento, y los limitados recursos fiscales. A tenor de lo dicho, las redes de protección social deberán, en primer lugar, proporcionar una cobertura más amplia; en segundo lugar, un mejor acceso a una educación pública de calidad deberá constituir el centro neurálgico de las medidas tendientes a impulsar la movilidad social ascendente; por último, la tributación y el gasto público deberán ser más justos y efectivos a fin de superar las vulnerabilidades y mejorar las condiciones de vida de los estratos medios”.

Para reducir esa vulnerabilidad y garantizar que los grupos de ingresos medios desempeñen una función mayor en el desarrollo económico, se precisan políticas que potencien la movilidad social ascendente. Esto implica pensiones que eviten a los trabajadores de ingresos medios actuales caer más adelante en la pobreza, pero también mejores políticas educativas que contribuyan de forma capital a asegurar que los niños pertenecientes a esos grupos de ingresos medios cuenten con medios de vida más seguros que los de sus padres, al tiempo que mejoran la productividad y la competitividad de toda la economía .

La educación es la manera más segura de elevar el nivel social y económico de las nuevas generaciones de jóvenes (en este renglón México acumula una década –la panista, por cierto– en el último lugar entre los países de la OCDE), pero la capacidad de los sistemas educativos en América Latina para promover esta movilidad social ascendente es muy limitada en comparación con otros países. La calidad de la educación recibida se encuentra ligada al contexto socioeconómico. Por ejemplo, un latinoamericano cuyos padres son analfabetos tiene 10 veces más probabilidad de ser analfabeto que de terminar estudios universitarios. “Existe una relación estrecha entre el tamaño de una próspera clase media y un crecimiento económico a largo plazo, mayor igualdad y menor pobreza. Sin embargo, los altos niveles de empleo informal, la baja cobertura de programas de protección social y los recursos fiscales limitados para mejorar los servicios públicos pueden anular los posibles beneficios en América Latina”.

Las rebanadas del pastel

“Para vivir mejor”: con la novedad de que es tan vertiginosa la recuperación de la economía popular (gobierno dixit), que la “cuesta de enero” empezó en diciembre. Sólo hay que darse una vuelta por los centros de abasto para constatarlo, con el riesgo de sufrir un infarto… Detuvieron a Julian Assange, pero no el flujo informativo de Wikileaks.

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