miércoles, 24 de noviembre de 2010

Colima Miguel Ángel Granados Chapa Periodista


Distrito Federal– Cuando en 1979 José López Portillo resolvió que la poeta y maestra Griselda Álvarez fuera gobernadora de Colima, una de las razones de su decisión, adoptada con criterio machista, fue que ese estado era suficientemente apacible y calmo como para ser gobernado por una mujer, la primera que ejerció el poder ejecutivo estatal en la república.



En los dos decenios posteriores, la tranquilidad de los colimenses se vio paulatinamente disminuida. El ejercicio y la búsqueda del poder político se agitaron en términos inusuales, no sólo porque la oposición casi inexistente adquirió presencia y alcanzó victorias impensables, sino porque el PRI se fracturó o se hicieron evidentes y virulentas las diferencias entre los grupos que dominaban el partido gubernamental. Por añadidura, la delincuencia organizada descubrió el potencial de esa entidad para producir y procesar drogas, y el de Manzanillo en particular como vía de ingreso y salida de toda suerte de efectos del comercio no ilegal.

Esos fenómenos llegaron a puntos culminantes en la primera década del siglo XXI. En 2003 concluyó el sexenio de Fernando Moreno Peña, cabeza del Grupo Universidad, que había sido rector de esa institución y conseguido lo que otros caciques universitarios en otras entidades no lograron nunca alcanzar, el dominio de la política estatal. Tanto estaba Moreno Peña en el control de la vida gubernamental que no se cuidó de disimular su apoyo a Gustavo Vázquez Montes, elegido por él como su sucesor. Lo impulsó en el proceso interno de su partido –contra su antiguo jefe y aliado, Jorge Humberto Silva Ochoa, lo que significó la extinción del Grupo Universidad– y con mayor énfasis después, en la elección constitucional, frente a una alianza opositora. Tan notoria fue la injerencia del Ejecutivo en el proceso correspondiente –prevista y sancionada en el artículo 59 de la Constitución local–, que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación anuló la elección. Esa grave decisión no inhibió a Moreno Peña, que insistió en hacer candidato a Vázquez Montes. Ya como ex gobernador encabezó el mitin en que por segunda vez rindió protesta el aspirante priísta e hizo campaña a su lado, tan intensamente como si fuera la propia.

En esa coyuntura asomó sus fauces el monstruo de la violencia política, si bien entonces únicamente de manera simbólica: ante el edificio de la legislatura local fueron arrojados los cuerpos de tres perros, muertos con un balazo en la cabeza. Cada uno ostentó un letrero, con el nombre del propio Moreno Peña y los de Vázquez Montes y Antonio Sam López, ex procurador estatal de justicia. Moreno Peña acusó el golpe, y lo interpretó como una amenaza y una agresión “de la mafia” a sí mismo y a su esposa, Hilda Cevallos, legisladora local entonces y hoy diputada federal.

Vázquez Montes fue elegido por segunda vez, pero perdió la vida en un accidente aéreo, junto con varios de sus colaboradores, en un episodio cuya naturaleza nadie cuestionó de modo formal pero que despertó la incredulidad desinformada, misma opaca sensación que reapareció el domingo pasado cuando se trató de vincular aquella muerte con el asesinato de Silverio Cavazos.

Cavazos había tenido una brevísima trayectoria pública, Defensor de oficio en su natal Tecomán, también allí fue líder municipal del PRI y secretario del ayuntamiento, cargos ambos a que lo impulsó Vázquez Montes. También lo apoyó para que fuera diputado local, circunstancia en que se hallaba a la muerte de su protector. Inesperadamente resultó elegido para concluir el periodo del gobernador extinto. La misma sorpresiva capacidad que tuvo para hacerse del poder la mostró al imponer, contra la manifiesta voluntad de Beatriz Paredes, a su sucesor. A Mario Anguiano, que llamó “nuestra amiga” a la dirigente nacional priísta, este lunes, en el funeral de Cavazos, se le atribuían, como a Cavazos mismo, vínculos con el narcotráfico, sólo porque parientes suyos habían estado o están procesados por delitos contra la salud.

Anguiano autorizó a la viuda de su amigo, la licenciada Idalia González, a decir un discurso en la porción del sepelio que tuvo lugar en la sede priísta, luego de la ceremonia luctuosa en el Palacio de Gobierno y antes de que se rindiera homenaje a Cavazos en la Cámara a la que perteneció. Con expresiones comprensiblemente entrecortadas, la señora Cavazos se dolió de la permanente crítica padecida por su esposo y ella misma durante su gobierno y en los trece meses corridos desde que concluyó su periodo. Dos veces aludió al “licenciado Fernando”, sin tener que pronunciar el nombre completo de Moreno Peña, y mencionó también al diputado local Nicolás Contreras, a los panistas Raymundo González –líder estatal de ese partido– y Leoncio Morán, antagonista de su marido en la elección del 2005 y hoy diputado federal, así como a los directores del Diario de Colima, Héctor Sánchez de la Madrid y Armando Martínez de la Rosa. No sugirió en modo alguno que tuvieran relación con el asesinato de su esposo, ocurrido 24 horas antes. Pareció ser solamente un desahogo movido por el dolor, como lo pareció también el innecesario relato de los últimos minutos de su vida familiar, en que ella reprochó a la inminente víctima el que la despertara tan temprano en domingo con la radio a volumen muy alto. Del relato de esos momentos, sin embargo, se desprende una versión distinta de la oficial sobre el instante en que Cavazos fue ultimado. Según su viuda, estaba dentro de la casa cuando se produjo “una ráfaga de balazos”.

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