domingo, 24 de octubre de 2010

Las sombreras de sigsig VICTOR OROZCO


En Sigsig, un pequeño pueblo de la provincia del Azuay al Sur de Ecuador, las manos de las mujeres tejedoras de sombreros no descansan ni cuando aquellas caminan. Cargan paquetes en el rebozo –así se le llamaría en México– enredado en la cintura y simultáneamente sus dedos van dejando una fina red de paja toquilla, con la que se confeccionan los famosos sombreros conocidos en el mundo como “Panamá”, aunque es en ésta y en las otras regiones ecuatorianas de Montecristi y Jipijapa, dónde se originaron y se han producido durante siglos. La habilidad de estas artesanas es realmente pasmosa, apenas si necesitan ver su trabajo, pero el resultado es un tramado de una textura tan delicada que puede superar el asombroso número de mil quinientas fibras por pulgada cuadrada, para un sombrero cuyo costo en Londres o en Nueva York alcanzaría mil o mil quinientos dólares. No es el caso, como puede suponerse, del grueso de la producción que generan las de Sigsig, compuesta por prendas cuyo precio oscila entre los quince y los cincuenta dólares en la ciudad de Cuenca, la capital provincial. Ellas recibirán una quinta parte de estas cantidades cuando entreguen los sombreros casi terminados. La exportación de estas mercancías ha sido una fuente importante de divisas para la economía ecuatoriana a lo largo de su historia y se dice que la revolución liberal encabezada por el general Eloy Alfaro, pudo realizarse gracias a la venta de los famosos sombreros. Sin embargo, una de estas tejedoras, comunicativa e inteligente, nos dice: “…nosotras somos pobres y tenemos que tejer y tejer. En la casa lo hacemos todo el tiempo que podemos porque los hombres no tejen, nada más se sientan y piden la comida…”. En una de las sesiones del Segundo Encuentro Nacional de Historia de la Provincia del Azuay al que gentilmente fui invitado para dictar una conferencia, después de escuchar sesudas intervenciones sobre esta industria a domicilio, que es imposible reemplazar por la estandarización de las máquinas, pregunto a los asistentes algo que me intriga: ¿Si estos sombreros son tenidos como los más elegantes y cómodos del mundo, por que los ecuatorianos (salvo los indígenas) no los usan? De hacerlo, colijo, mejorarían el ingreso de todos y además reducirían la incidencia de cáncer en la piel, que tantos estragos hace en las regiones dónde los rayos del sol caen directamente. La respuesta, como la interrogante, puede generalizarse a muchísimos otros saludables hábitos en la comida o en el vestido, abandonados por nuestros pueblos a favor de modas y gustos venidos de Europa o Estados Unidos e impuestos por las grandes empresas capitalistas.



CUENCA Y LOS CUENCANOS

Esta bellísima ciudad fue declarada patrimonio histórico de la humanidad por la UNESCO en 1999 y según las crónicas se fundó en 1557, con el nombre de Santa Ana de los Cuatro Ríos de Cuenca, recordando a su par ibérica. Sin embargo, allí mismo se asentaron primero Guapdondélig, ciudad cañari, luego la Tomebamba de los incas, que poseía edificios majestuosos, así que vale otra reflexión: para un biógrafo es sencillo fijar como punto de partida la fecha de nacimiento de su personaje y como punto final la muerte de éste, pero, cuando el objeto de estudio es una ciudad, el problema se torna bastante complejo. Para poner un ejemplo ilustrativo: ¿Podría alguien sostener que la ciudad de México se fundó en 1521 cuando los conquistadores españoles rindieron a la vieja Tenochtitlán, por entonces mayor que cualquiera de las capitales europeas? Según se ve, en justicia mejor sería en éste y en numerosos otros casos de urbes americanas, irse con cuidado al establecer las convencionales fechas derivadas de la llegada de algún militar o eclesiástico hispano o portugués a sus lugares de asentamiento, aunque fuesen portadores de solemnes actas de fundación. Entro en la nueva iglesia catedral de Cuenca –la vieja está convertida en un magnífico museo– y recibo un impacto que no recordaba desde que conocí Notre Dame: ante la monumentalidad de su nave principal, sus columnas gigantescas cubiertas de mármol, la altura de sus bóvedas, el altar colosal, me siento minúsculo. ¿Cómo no entender que los individuos –sobre todo aquellos habitantes de chozas diminutas– pensaran que tal edificio con sus riquezas doradas y tal suntuosidad, tenía que ser una obra de Dios o al menos ordenada por éste?

La iglesia se construyó cuando la ciudad albergaba unos pocos miles de habitantes y se agregó a las varias decenas de templos católicos, todos ellos vastos y que ahora suman medio centenar. Tomo asiento en una de sus bancas y cavilo haciendo comparaciones: al tiempo de su construcción –últimas décadas del siglo XIX– los norteamericanos se ocupaban de tender cientos de miles de vías férreas o de erigir astilleros y naves industriales, para lo cual hubieron de concentrar poderosas fuerzas productivas. La edificación de la catedral de Cuenca, con seguridad exigió en términos proporcionales una mayor acumulación de esfuerzos, talentos y capacidades organizativas que los empleados para abrirse paso en las montañas rocallosas hasta llevar los rieles a California. ¿Qué energías tan diferentes animaron a las dos sociedades? ¿A los ecuatorianos los alentaría tal vez el espíritu combinado de los pueblos hispanos y de los originarios, ambos profundamente religiosos, que los hizo preferir otra casa de dios y esperar hasta 1965 para ver a un ferrocarril en su ciudad? O, sin entrar en honduras de sicología colectiva, ¿Se encuentra la explicación en la desmesurada influencia ejercida tradicionalmente por la iglesia católica en el país andino?

El hecho contrastante es que los norteamericanos por la misma época apenas si levantaron modestos templos y todavía hoy, quizá sólo dos en Nueva York y en Washington, igualen en dimensiones al de Cuenca.

POLITICA Y ECONOMIA

Rafael Correa es un político contradictorio: se ubica en el espectro de la izquierda latinoamericana, pero proclama con fervor religioso su oposición a la despenalización del aborto. A veces parece un estadista maduro y a veces un político bisoño que es víctima de arrebatos, uno de los cuales pudo costarle la vida y precipitar una guerra civil durante el motín de los policías el 30 de septiembre pasado. Pregunto a todos quienes puedo: ¿Cómo ve al gobierno del presidente Correa? El denominador común es que los ubicados abajo lo aplaudan. Secretarias, guardias de seguridad, vendedores en los puestos del mercado, dueños de pequeños negocios, taxistas, choferes explican que elevó los salarios, que amplió los servicios de salud, que gracias al vicepresidente Lenin Moreno quien es él mismo un minusválido se ha ayudado a éstos como nunca, que se están construyendo carreteras y viendo obras públicas antes no realizadas. Agregan lo positivo que ha resultado prohibir las contrataciones por fuera de las empresas que les permitían a los patrones eludir el pago de prestaciones diversas.

En algunos miembros de las clases medias se advierte oposición e inconformidad. Es impositivo, sigue el modelo de Hugo Chávez en todo, es un demagogo afirman. Entre los “pelucones”, como llaman en Ecuador a los altos burgueses (en México por cierto carecemos de un vocablo así de sintético y tal vez deberíamos adoptarlo) al parecer no hay ninguno que apoye al gobierno, según se lee en los medios. La razón principal es la instauración de un sistema fiscal fuertemente progresivo, que pone a estos gobiernos partidarios del Estado de bienestar en el filo de la navaja: si cobran impuestos a los capitalistas corren el riesgo de que éstos cojan su balón y acaben con el juego, pero si no los ponen son incapaces de llevar a cabo los grandes programas sociales indispensables para combatir la pobreza y desarrollar el mercado interno. Como quiera que sea, en Ecuador no se advierte que aquella sea mayor que en México, de hecho los precios de la comida, del transporte y de los servicios son notoriamente inferiores. Una muestra en los pasajes aéreos: la ruta Quito-Cuenca es casi igual en distancia que la de Chihuahua-Ciudad Juárez, pero la tarifa es la tercera parte de la que aquí se paga, por ello los usuarios son bastante más numerosos. Algo parecido sucede con los taxis. También con la comida en los restaurantes, si uno abandona los circuitos turísticos.

Cualquier viajero que ponga ojo avizor, advierte en Ecuador afanes de renovación y de cambio. No puede pensarse que se vivan las vísperas de una mutación radical o que ésta se encuentre ya en marcha, a pesar de que el gobierno considera dirigir una “revolución ciudadana”. Sin embargo, sí percibí una sensación colectiva de esperanza y de compromiso con el interés colectivo, algo que se echa de menos en el México de nuestros días.

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