lunes, 11 de octubre de 2010

El apátrida . RAYMUNDO RIVA PALACIO.



Ernesto Zedillo fue invitado a la ceremonia de El Grito del Bicentenario como ex presidente de México y no fue. Su ausencia provocó indignación entre políticos y reclamos por lo que llamaron un “desaire”. En realidad no lo es. Zedillo es probablemente el Presidente más distante y solitario que ha habido, incluido para con sus colaboradores, más miserable como ser humano, y más vengativo. Estas palabras no lo califican; lo definen en su esencia y su personalidad. Zedillo pasará a la Historia de México con letras de oro por haber sido el Presidente priista que facilitó la alternancia en el poder. Será injusto, pues ese relevo no se dio por un diseño de construcción de la democracia, ni por un trabajo de transición pactada -como sucedió en países como España y Chile- a Zedillo no le importaba la política; tampoco era un demócrata. Era un fundamentalista que detestaba la política, a los políticos y al PRI, que se dedicó a dirigir la política económica durante su sexenio y delegó los asuntos políticos en sus subalternos.


Llegó al poder por la puerta de atrás tras el asesinato del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio, que estaba a punto de despedirlo como jefe de campaña por incompetente, y que se erigió en sustituto porque la Constitución impedía, al no cumplir seis meses fuera de un cargo público, que el secretario de Hacienda, Pedro Aspe, fuera el relevo.



También, porque el entonces superasesor presidencial José Córdoba, José Córdoba, saboteó la segunda selección del ex presidente Carlos Salinas, Francisco Rojas, en ese entonces director de Pemex y por su equipo íntimo. Nunca lo consideraron un buen economista. Zedillo era despreciado por Salinas y cuando en los días posteriores al asesinato de Colosio llegaron a mencionar su nombre en Los Pinos, entre los más cercanos al ex Presidente lo consideraban un zoquete. Y con la invención del delito de asesinato contra Raúl Salinas Zedillo se vengó con una campaña contra Salinas, encontrando en ellos a los chivos expiatorios para desviar la atención de la crisis económica que provocó a los 19 días de haber llegado al poder por un mal manejo del deslizamiento del peso, en el llamado “error de diciembre”.



En Los Pinos trabajó de secretario de Hacienda, y todos los sábados, con su jefe de asesores Luis Téllez y el subsecretario Santiago Levy, definían la estrategia económica.



La política la delegó en el segundo secretario de Gobernación, Emilio Chuayffet, quien frenó los acuerdos de San Andrés Larráinzar con el EZLN, y por su negligencia creó las condiciones para que paramilitares asesinaran a 45 mujeres y niños tzotziles en Acteal. A salir Chuayffet por el escándalo mundial, la política quedó en manos de su secretario particular, Liébano Sáenz, quien se encargó de la campaña mediática contra el ex Presidente Salinas.



Años después, Zedillo ya fuera de México, ambos fueron a ver a Salinas a pedirle perdón por los agravios que cometieron en su contra. Perdonó a Chuayffet, pero nunca a Sáenz. Sáenz siempre lo apoyó, inclusive en la campaña de Colosio donde Zedillo era un apestado, y fue su hombre más leal y eficaz. Pero ni con él mostró Zedillo un gesto de agradecimiento. Cuando años después se atrevió a pedirle una carta de recomendación para acompañar la solicitud de ingreso de su hijo a una universidad estadounidense, su ex jefe, en cuyo hombro lloró cuando asesinaron a Colosio, le dijo que no. Al irse de México no rompió totalmente con su círculo íntimo, pero se alejó totalmente de ellos. Los usó, y luego los desechó.


Zedillo pasó como el hombre que rescató a México de la crisis y logró que el presidente Bill Clinton entregara un paquete sin precedente de ayuda, bajo la premisa de que era un asunto de seguridad nacional.



En realidad, quienes lo hicieron fueron otros. Téllez, por un lado, quien persuadió al entonces jefe de Gabinete, Leo Panetta, que la Casa Blanca entendiera que la crisis de México sería un problema de seguridad nacional para Estados Unidos. Guillermo Ortiz, por otro lado, quien como secretario de Hacienda le dijo en Washington a su par, Lloyd Bentsen, que si no apoyaban financieramente a México, declararían la moratoria a su deuda. Una consecuencia, acordada o no, fue que Zedillo regaló la banca a los extranjeros y rescató a los que más tenían en México.


Pasó como el demócrata de la transición, aunque en realidad era autoritario. Violó la Ley de Responsabilidades contratando a un cuñado para que apoyara a su esposa en Los Pinos, y por 11 días dejó al país sin Suprema Corte, pues en la búsqueda de un nuevo Poder Judicial, realizó un golpe de Estado técnico. Obligó al PRI a no inconformarse con la candidatura de Andrés Manuel López Obrador al gobierno del Distrito Federal, pese a no tener la residencia legal, y si Salinas le dio Telmex a Carlos Slim, fue Zedillo quien modificó las leyes para hacerlo monopolio. También puso Los Pinos al servicio de Emilio Azcárraga Jean para que se hiciera del control de Televisa, aduciendo en privado que era un asunto de Estado.


A través de sus colaboradores, fue contribuyendo al surgimiento de Vicente Fox mientras ahogaba y presionaba al candidato priista a la Presidencia en 2000, Francisco Labastida, a quien obligaron la noche de la elección a reconocer su derrota.



Washington, feliz de que un panista llegara al poder, lo premió. Hizo a Zedillo miembro de más de una decena de consejos de administración de multinacionales, lo colocaron en un cargo en las Naciones Unidas y le abrieron la puerta en la Universidad de Yale, donde los maestros están resentidos con él porque ni da clases ni es tutor de ningún alumno, como esa la norma.


Para Zedillo, que fue bolero en Mexicali, que egresó del Politécnico, que junto con su esposa recriminaba a quienes tenían dinero y compraban ropa en Rose, una tienda de ropa muy barata en Estados Unidos, el camino a su paraíso incluyó olvidarse de su pasado en México y de sus años difíciles como burócrata. Siempre fue un fundamentalista y ermitaño, y hasta de aquellos que lo llevaron de la mano hacia lo más alto del gobierno, Ortiz y Córdoba, también se alejó.


¿Por qué se sorprenden ahora los políticos que no estuvo en México? Zedillo dejó de ser hace mucho tiempo mexicano al convertirse en el mejor instrumento que jamás había tenido Estados Unidos para proteger y consolidar sus intereses.

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