jueves, 2 de septiembre de 2010

Una clase política disfuncional - Lorenzo Meyer

Distrito Federal– Responsabilidad. A estas alturas, es evidente que a la clase política mexicana no sólo le falta capacidad para enfrentar los problemas nacionales, sino que le falla el sentido mismo de la realidad.


Toda estructura política es una estructura de poder. Y el poder, en última instancia, es la capacidad del poderoso de hacer que otro u otros se comporten de acuerdo a sus deseos. En el plano de la política cotidiana, la obediencia al gobernante se logra si, además de la costumbre y las inercias, su autoridad está revestida por el manto de la legitimidad y respaldada por una fuerza efectiva.
La fuerza es lo que está en el trasfondo de toda acción de la autoridad pública; la posibilidad de su uso. Sin embargo, cómo advirtiera William Ralph Inge, nadie puede construirse un trono de bayonetas. Para ser útiles como asiento del poder, entre las puntas de las bayonetas y su ocupante, el poderoso debe poner un buen cojín de legitimidad. Una forma de alcanzar y mantener ésta es actuar guiado por un penetrante sentido de la responsabilidad y de la realidad; uno que ayude a la clase política a moderar sus apetitos y egoísmo naturales.
La Calidad de los Dirigentes. Una clase política que es percibida por buena parte de los gobernados como ineficaz en el desempeño de sus tareas básicas, con poco sentido de la responsabilidad de lo colectivo y apegada en exceso al disfrute de los privilegio del poder, está marchando rumbo a callejones sin salida.
Fue un italiano conservador, no particularmente democrático, estudioso y practicante de la política, Gaetano Mosca –para algunos el padre de la ciencia política moderna–, quien acuñó hace ya más de un siglo el concepto de “clase política” como eje de una teoría general del poder. Su definición de esa clase fue simple y clara: “En toda sociedad… existen dos clases de personas: la de los gobernantes y la de los gobernados. La primera, que es siempre la menos numerosa, desempeña todas las funciones políticas, monopoliza el poder y disfruta de todas las ventajas que a él van unidas; mientras que la segunda, más numerosa, es dirigida y regulada por la primera… y a ella le proporciona, al menos aparentemente, los medios materiales de subsistencia y los que son necesarios para la vitalidad del organismo político” (“La clase política”, México: Fondo de Cultura, 2004, p.17).
Teniendo como base un análisis histórico que abarcó de los egipcios a la Europa de su época, Mosca concluyó que la división y oposición de intereses entre minoría poderosa y mayoría sometida, no tiene solución: se da siempre y no es posible superarla. La aceptación incuestionada de los privilegios de la minoría por la mayoría, depende menos del ejercicio directo de la fuerza y más, mucho más, de la inteligencia de los gobernantes para elaborar un discurso o “fórmula política” aceptable para los gobernados. Ese discurso es, en el fondo, parcial o totalmente falso, pero su objetivo es manipular de manera efectiva a los gobernados y hacerles suponer que existe y funciona una unidad de intereses y objetivos entre los que mandan y los que son mandados, que efectivamente existe un supuesto interés y proyecto comunes.
La pretendida unidad de intereses entre clase política y clase dominada funciona cuando el gobierno refleja y equilibra bien las fuerzas sociales contrapuestas. En cualquier caso, la clase política debe cuidar que su discurso y sus acciones no contradigan de manera abierta las expectativas y la realidad en que viven los sometidos, pues la contradicción flagrante entre discurso y realidad puede llevar a la inestabilidad y al fracaso de dicha clase.
Mosca, un conservador al que deberían leer los conservadores actualmente en el poder en México, sostiene que toda clase política tiende a decaer, a perder la sensibilidad y a mal gobernar, lo que termina por llevar a la mayoría a concluir que es falsa la idea de una comunidad de intereses entre los que mandan y los mandados. Y esa decadencia se origina, entre otros factores, por la tendencia de la clase política a abusar de sus privilegios y a cerrarse y a no absorber a los mejores elementos de la masa dominada. Con ello pierde la inteligencia y la vitalidad de fuera, lo que acentúa el aislamiento y los elementos de mediocridad del círculo gobernante.
Nuestro Caso. Si se aplica la perspectiva de Mosca al caso mexicano, se puede argumentar que la Revolución Mexicana fue el alto precio que el país tuvo que pagar para deshacerse de una clase política que ya había perdido piso, que no se renovaba y cuya fórmula de gobierno sintetizada en “orden y progreso” era irrelevante para una mayoría que resentía el orden oligárquico y no experimentaba beneficios del progreso. La materia prima de la que se formó la nueva clase política, la revolucionaria, fueron individuos que mostraron ser inteligentes, ambiciosos y con energía, como los centenares de líderes revolucionarios provenientes de las clases medias –los hermanos Serdán, Carranza, Obregón, Calles, Cárdenas, Tejeda, Ávila Camacho y muchos más– y otros provenientes de las clases populares –Villa, Zapata, Orozco, Genovevo de la O, Diéguez, Argumedo, Cedillo, Amaro y tantos otros. Se trató de una clase política con una gran “fórmula política” –justicia social y nacionalismo– y con los pies bien plantados en la tierra.
En la post revolución, y como bien lo demostró Peter Smith en “Los laberintos del poder. El reclutamiento de las élites políticas en México, 1900-1971”, (El Colegio de México, 1981), la renovación sexenal de la post revolución priísta fue por un buen tiempo un mecanismo que permitió a los gobernantes reclutar a los más ambiciosos y educados de la clase media por la vía de las universidades públicas –especialmente la UNAM– y mantener a algunos procedentes de las clases populares en zonas periféricas, como fueron los congresos federal y estatales. A dicha fórmula se le añadió el crecimiento económico y se mantuvo lo de justicia social y nacionalismo.
La Tecnocracia. El derrumbe del modelo económico en 1982 llevó a un cambio drástico en la composición de la clase y la fórmula políticas, especialmente a partir del gobierno de Carlos Salinas. El nuevo discurso fue el neoliberal: centralidad del mercado, privatización y un indefinido “liberalismo social”. Y por lo que al reclutamiento se refiere, los altos cargos del gobierno federal asignaron a tecnócratas egresados de las universidades privadas de élite –notablemente el ITAM– con posgrado en el exterior –sobre todo en Estados Unidos– y de preferencia en economía, (al respecto, véase a Sarah Babb, “Managing Mexico. Economists from Nationalism to Neoliberalism”, Princeton University Press, 2001). Obviamente, quienes cursaron su licenciatura en universidades privadas tenían un origen predominantemente de clase media alta o alta, con lo cual el universo para la selección de la clase política se redujo mientras que la crisis económica amplió el de la clase dominada.
La derrota del PRI en la elección presidencial del 2000 no significó ningún cambio de fondo en el reclutamiento de la clase política a nivel del gobierno federal, más bien tuvo lugar un reforzamiento de la tendencia ya existente. Las directrices conservadoras y derechistas de la cúpula en el poder, se acentuaron y la presencia de elementos de las clases populares se redujo, pues el PAN prácticamente no tiene cuadros provenientes de esas clases. La fórmula política, el discurso, se fue centrando en la seguridad en tanto que el neoliberalismo económico se mantuvo como fuente de inspiración y proyecto, pero el nacionalismo o las referencias a lo social se difuminaron y la democracia electoral –vieja gran bandera del PAN– perdió credibilidad en un segmento importante de la ciudadana.
Sólo en los gobiernos de algunos estados y en el congreso, el PRI y el PRD mantienen espacios para algunos personajes de origen popular y con un discurso alternativo, pero no son ellos los que dan el tono a la época.
Hoy la minoría se recluta en la minoría. La clase política actual es de extracción social relativamente alta, educada en instituciones particulares nacionales y extranjeras, su apoyo fundamental son las élites económica y religiosa y su fórmula política le dice poco a la mayoría. En esas condiciones trata de dirigir a una sociedad muy desigual, donde la pobreza ha ganado terreno como resultado de una economía sin dinamismo y donde la corrupción y la inseguridad brotan por todos lados. Sí Mosca examinara a México, concluiría que tanto su clase política como su sociedad están en problemas.
RESUMEN: “LA ACTUAL CLASE POLÍTICA, PROVENIENTE DE LAS CAPAS ALTAS, EDUCADA EN INSTITUCIONES PRIVADAS Y EN EL EXTRANJERO Y CON UN DISCURSO DIFUSO, VIVE Y ACTUA MUY ALEJADA DEL MEXICANO PROMEDIO”

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