lunes, 6 de septiembre de 2010

Entrega de Baja California a las trasnacionales

Entrega de Baja California a las trasnacionales
Iván Restrepo

Hace justo dos años afirmamos aquí que, con el aval de los gobiernos del cambio, el territorio de la península de Baja California se estaba convirtiendo en un espacio controlado por las trasnacionales estadunidenses por conducto de dos megaproyectos: 1. Punta Colonet, 100 kilómetros al sur de Ensenada, que será la instalación portuaria más grande de América Latina para trasladar desde allí por ferrocarril hacia el vecino país 6 millones anuales de contenedores con mercancía procedente de Asia. El complejo portuario y sus servicios conexos darán vida a una nueva ciudad de 250 mil habitantes. 2. La terminal Energía Costa Azul, ya en funcionamiento, en la punta norte de la bahía de Ensenada, para la recepción, almacenamiento y regasificación de gas natural licuado. Tiene capacidad para procesar más de mil millones de pies cúbicos por día. Es la inversión más grande en la historia de la compañía estadunidense Sempra Energy. Ambos proyectos recibieron el aval de las instancias locales y federales, pese a las documentadas advertencias de los especialistas y los grupos defensores del ambiente sobre los daños que causarán en una entidad con ecosistemas muy frágiles y lugar de origen o albergue temporal de numerosas especies animales y vegetales (desde aves hasta ballenas), algunas endémicas.

La entrega de la península de Baja California a las trasnacionales sigue viento en popa con otros dos megaproyectos: un parque eólico en 300 mil hectáreas a cargo de la ya presente Sempra Energy. Generará mil 200 megavatios destinados a cubrir las necesidades del sur del vecino país. Por último, un desarrollo hotelero en Cabo Cortés con recursos de inversionistas españoles mediante la empresa Hansa Urbana, que atraerá al turismo de clase media y alta de Estados Unidos. El plan es construir en 3 mil 800 hectáreas más de 4 mil cuartos de hotel, 7 mil unidades residenciales, una planta desaladora, una marina para 400 embarcaciones y tres campos de golf. En infraestructura este proyecto supera a los centros turísticos de Cabo San Lucas y San José del Cabo y atraería a la región 40 mil nuevas familias, necesarias para brindar los servicios requeridos por el inmenso proyecto.

Como en los tres primeros casos, los especialistas y defensores del medio ambiente han documentado los daños que causará este desarrollo turístico a la riqueza marina, de las más importantes del planeta. Cuestionan, además, que la Comisión Nacional del Agua autorice a los inversionistas españoles extraer cien litros por segundo de agua, cuando ésta ha dicho cientos de veces que el acuífero de Baja California está sobrexplotado. El rechazo nacional e internacional obligó recientemente a la autoridad ambiental a someter a revisión el proyecto y a detener así su inicio. Ojalá también estudien los antecedentes de la empresa Hansa Urbana, pues en España no goza de buena fama.

Quienes se han opuesto a estos cuatro megaproyectos no son enemigos del desarrollo, las inversiones, la creación de nuevos empleos o que pronto nuestro país sea potencia mundial, como promete el licenciado Calderón. Pero sí que una región con una riqueza natural extraordinaria pero con incontables limitaciones se convierta en gigantesca estación de servicio y diversión de Estados Unidos.

También en el norte, en Chihuahua, hay inconformidad de los rarámuris que viven en los pueblos de las Barrancas del Cobre, uno de los lugares más maravillosos del mundo. Los indígenas son muy pobres y en mucho ayudaría si en los planes para atraer más turismo a dicha región tuviera una participación efectiva y no fuera otro mexican curious para la foto de quienes cruzan las barrancas en el ya clásico tren Chepe, que parte de la ciudad de Chihuahua y termina su recorrido en Los Mochis, Sinaloa. Y es que el gobierno estatal realiza diversas obras para mejorar la infraestructura turística de las Barrancas, entre ellas más hoteles, restaurantes, tiendas y hasta un aeropuerto. Los rarámuris no se oponen a que haya más empleo, más turistas, pero no quieren ser más convidados de piedra en proyectos que no los benefician. Por el contrario, los perjudican.

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