domingo, 22 de agosto de 2010

Crímenes de odio contra mexicanos, al alza en NY


Silvia Otero
El Universal

Distrito Federal—Las secuelas del ataque son permanentes: “Pérdida de memoria y del habla, camina con dificultad y presenta estados de agresión”. Estas son las condiciones en las que hoy vive Mario Vera Rivera, quien fue golpeado hace 11 meses por tres afroamericanos, en Brooklyn, sólo por ser mexicano.

Su nombre encabeza una lista de siete casos documentados por la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), en un informe sobre crímenes de odio contra mexicanos que viven y trabajan en Nueva York, registrados desde septiembre de 2009 al 31 de julio de 2010.

“Estos trabajadores de origen mexicano, en su mayoría, le han cambiado la piel demográfica a Nueva Orleáns para convertirla en una ciudad donde la enchilada se ha convertido en algo tan común como la jambalaya (un platillo típico en esta ciudad)”, aseguró José Torres Tama, un artista y escritor de origen ecuatoriano que reside desde 1984 en Nueva Orleáns.

“Hoy, aquellos trabajadores que llegaron con la tormenta de Katrina se han establecido en las zonas deprimidas donde predominaban los vecindarios negros, para convertirlos en los barrios latinos”, añadió Torres Tama en un reciente programa de la National Public Radio (NPR) en el que denunció el régimen de explotación que han tenido que soportar estos inmigrantes, encargados de participar en el lento y tortuoso proceso de reconstrucción de Nueva Orleáns.

Ante el constante temor de ser detenidos y deportados, la mayoría de los latinos trabajan silenciosamente. Aun así, su creciente presencia ha generado tensiones raciales en esta ciudad. Los residentes dicen sentirse “desplazados” en sus trabajos y “amenazados”, según reveló ayer el diario The Washington Post. Y es que, de acuerdo con el censo, el porcentaje de hispanos pasó de 4.4 por ciento, en el año 2000, a 6.6 por ciento en 2009, aunque algunos estiman que la cifra podría ser de 10 por ciento.


Surge sentimiento de rechazo

Aunque necesarios por su trabajo y su bajo costo, el crecimiento hispano en algunos barrios donde han surgido pequeñas tienditas o puestos de tacos ha dado pie a un sentimiento de rechazo que algunos legisladores estatales han aprovechado para tratar de sumarse a iniciativas antiinmigrantes como la SB1070 de Arizona para “contener la invasión de ilegales”.

En mayo pasado, el legislador republicano Joe Harrison renovó sus intentos por introducir y hacer prosperar una iniciativa (HB1215) que busca criminalizar la presencia de ilegales en Louisiana.

La propuesta naufragó ante la falta de votos en el Congreso estatal, donde algunos de sus representantes llegaron a la conclusión de que no podían apoyar una iniciativa “hipócrita” que buscaba criminalizar a aquellos inmigrantes que han contribuido a reconstruir la ciudad de Nueva Orleáns y que desafiaba a un gobierno federal que no ha dejado de inyectar fondos para la reconstrucción.

A pesar de las derrotas sufridas, Joe Harrison ya ha anunciado que insistirá en la aprobación de esta iniciativa.

En medio de un ambiente de recelo y rechazo, la comunidad hispana ha comenzado a echar raíces en los distintos distritos de Nueva Orleáns, una ciudad multicultural que sintetiza la herencia de sus colonizadores franceses y españoles y que, desde que fue adquirida por Estados Unidos en 1803, ha navegado a contracorriente del American way of life, imponiendo su propia identidad en los ámbitos de la cultura, la música y la narrativa.

Las calles o avenidas de origen francés o español, como Elysian Fields o Perdido Street, hoy lucen los nombres de comercios latinos como La Placita, Dora Market o Tacos Jalisco. “La mayoría de nuestros clientes son trabajadores de la construcción y muchos de ellos de origen mexicano”, aseguró en conversación telefónica una de las trabajadoras de Tacos Jalisco, un restaurante ubicado en las inmediaciones de Kenner, uno de los enclaves donde se ha registrado el mayor crecimiento de la población latina en Nueva Orleáns.

Recientemente, el alcalde Mitch Landrieu describió a Nueva Orleáns como “un formidable laboratorio de cambio e innovación”. Un laboratorio del que han sido ignorados en los discursos oficiales los miles de trabajadores latinos que, irónicamente, han rescatado esta ciudad de entre los escombros, pero bajo las sombras de la explotación y la marginalidad.

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