martes, 20 de abril de 2010

Herida de muerte


José Blanco
En Malta, Ratzinger o papa Benedicto XVI, dijo que la iglesia ha sido herida por nuestros pecados”. Con la hipocresía de la que se ha revestido a lo largo de su existencia, Ratzinger evitó explicitar los crímenes cometidos por la institución que encabeza –no me refiero a los cometidos a lo largo de su existencia, que conforma un tumulto avasallador de fechorías sin nombre–, sino sólo a los cometidos en los últimos lustros que tienen ahora al Vaticano contra las cuerdas.

La ultramillonaria “iglesia de los pobres” –el súper lujo inimaginable de los tesoros que guarda la Basílica de San Pedro, y los edificios que la ro-dean, que tan bien representan los harapos que vestía Jesús– está herida de muerte porque la multiplicidad de sus crímenes salen a flote y su credibilidad se derrumba.

Una de las muchas pruebas de la inminente muerte (en términos históricos) de esta poderosa institución es que la calidad de intocables de los “Santos Padres”, murió; son ahora objeto de recriminaciones y acusaciones en todo el mundo. Las puertas del Vaticano comienzan a ser tocadas por la justicia.

Algunas agencias de la ONU, repito el dato, estiman que el conocimiento humano, hacia fines del siglo XX, se duplicaba cada cinco años, y que hacia 2020 lo hará cada 60 días. Cuando a este avance del conocimiento se sume la posibilidad de que el mismo alcance a una cada vez mayor parte de la humanidad creyente, se estarán creando las condiciones que harán socialmente innecesaria la religión católica, y las demás religiones. No servirán para más nada.

Parece que se ya se insinúa al menos una de las formas como la Iglesia católica vivirá su agonía. Dejarán de confundir los feligreses la religión con la institución eclesiástica, y los creyentes seguirán siéndolo, por un tiempo indeterminado, sin la necesidad de los dogmáticos.

De acuerdo con las tendencias estimadas por el Population Reference Bureau, apoyadas en la página www.catholic-hierarchy.org., existen en el mundo (2005) alrededor de mil 100 millones de católicos. La proporción latinoamericana representaba 42 por ciento del total en 2004, y pasaría a representar 41 por ciento en 2050. Estados Unidos pasaría de 8 a 7 por ciento en el mismo lapso; Asia de 12 a 13 por ciento, y Europa de 25 a 16 por ciento. En el mundo desarrollado, en el que se expande velozmente la sociedad del conocimiento, los católicos son una proporción reducida y en decrecimiento. Ciertamente en estas estimaciones influyen los supuestos que se hayan hecho respecto a la redistribución internacional de la población

Un cambio en la estructura del poder en el mundo que llevara la educación a todos los rincones del planeta, daría lugar al mismo fenómeno que ocurre ahí donde el conocimiento viene supliendo a las supersticiones y a los dogmas, y entonces las tendencias cambiarían para parecerse cada vez más a las observadas en Europa y en Estados Unidos.
Es preciso explorar cuánta hipocresía se encierra en la calidad del catolicismo de esos espacios sociales, pues ocurre que mientras los gestos sociales exteriores aparentan una Europa católica en alguna medida, los números lo niegan, mientras que el número de los jóvenes de ese mundo proclives a ensartarse una sotana declina con mayor velocidad que la proporción de sedicientes católicos; ellos confirman un camino por el que la iglesia como institución va a tumbos hacia su tumba.

La gran boca de Sandoval, el de Guadalajara, le sirve siempre para decir cosas de la misma exquisita delicadez. Aseguró que las fundadas críticas y acusaciones que está recibiendo Ratzinger se deben a que “la Iglesia pisa muchos callos”. Es más cierto que a muchos de la clerecía les gusta pisar como lo hacen los gallos, y que les encantan las pollitas y los pollitos, criminalmente.

Si es necesario reconocerle a Sandoval que con su propio discurso ha comenzado a secularizar al clero mismo (¡una contradicción en los términos!). Dijo que como toda institución conducida por el hombre, tiene sus fallas. Vaya, resulta ahora que los purpurados, comenzando con el de la cúspide, ya no están tocados por la mano divina; son simplemente, hombres. ¡Hombre!, pues quién no lo sabía.

Felipe Arizmendi, obispo de San Cristóbal, halló la clave de la explicación de la conducta de los gallos de sotana: dijo que ante la “invasión de erotismo presente en los medios de comunicación, no es fácil mantenerse en el celibato y en el respeto a los niños”. ¡Puf!, qué inteligencia, un defensa siciliana purísima, diría Kasparov, viendo cómo se mueven en el tablero ajedrecista estos nuevos pastores de ovejitas infantiles. ¡Felicidades!

Entretanto, mientras las sociedades del mundo juzgan a los curas, éstos se defienden como dicen los militares que es lo aconsejable: atacando. De modo que ahí están sus abogados en México tratando de pasarle una bola de humo al Congreso con la reforma al artículo 24 constitucional. Más vale que nuestros representantes en el Congreso lean con cuidado las advertencias que en estas páginas hizo hace unos días Diego Valadés, analizando la propuesta de reforma de ese artículo de la Carta Magna, que se recarga hipócritamente en la traída y llevada “libertad de conciencia”, que ahora a los curas parece venirles de perlas.

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