jueves, 30 de octubre de 2008

Obama sí

La elección de Barak Obama como presidente de Estados Unidos es el desenlace deseable desde una perspectiva progresista en las elecciones del 4 de noviembre. Aunque sea en fin de cuentas un político del establishment, sus propuestas más bien tímidas e insista en un mayor involucramiento en Afganistán, su eventual victoria marcaría una diferencia política sustancial respecto de la del ultraderechista binomio McCain-Palin, que representa la continuidad del bushismo.

Dada la composición del electorado que lo apoya, su indudable inteligencia y empatía con éste, la elección de Obama podría constituir el primer paso cuesta arriba hacia el desmantelamiento del régimen más reaccionario y peligroso para la paz y la convivencia internacional en la historia estadunidense. Al revés del envalentonamiento de la ultraderecha y su guardia pretoriana de cristianos evangélicos fundamentalistas blancos que resultaría de un triunfo republicano, y precisamente debido a que Estados Unidos se adentra en una gigantesca debacle económica y social, el de Obama estimularía el gran movimiento de los jóvenes, los inconformes, los progresistas y radicales, que ha impulsado su candidatura animado del deseo de un cambio político profundo. Esta fuerza social puede tomar impulso y ensancharse, a semejanza de los años 60 y 70, en la batalla por exigir a Obama el cumplimiento de su agenda social, sus promesas de privilegiar la diplomacia en política exterior y empujarlo a poner fin a las guerras coloniales, contrarrestando el embate a que lo someterá la derecha republicana y de su propio partido para que acepte una salida a la crisis favorable a las grandes corporaciones y continuar el rumbo belicista. Él mismo ha dicho a sus partidarios que está siempre bajo presión de los conservadores y que “ustedes tienen que crear un viento político suficientemente fuerte para hacer volar la oposición (al cambio) y empujar a sus líderes electos a la izquierda”.

Es preciso insistir en las telúricas implicaciones del ingreso de una familia negra como principal inquilina de la Casa Blanca. Estados Unidos nació como una república blanca y esclavista, y más de dos siglos después, pese a los avances logrados en las luchas por los derechos de los negros, el racismo y la exclusión de los diferentes siguen siendo la marca de fábrica de la política doméstica e internacional, las instituciones y la cultura dominante en lo que devino el imperio más poderoso de la historia. De allí el extraordinario impacto moral y cultural que derivaría de aquel acontecimiento, por sí mismo llamado a despertar esperanza y deseos de luchar a los discriminados por su origen racial, social, ideas, creencias u orientación sexual, dentro y fuera de la sede imperial.

Gane quien gane, el próximo inquilino de la Casa Blanca se verá obligado a gobernar un país en quiebra y con una deuda estratosférica, metido en una honda y prolongada recesión que llevará a bolina tal vez para siempre el american way of life y forzará a tomar medidas draconianas de recaudación fiscal justo cuando muchos millones quedarán desempleados. No se ve cómo podría continuar las actuales aventuras militares sino a un costo social insoportable, aplicando una política doméstica mucho más represiva que la de Bush y, por tanto, sumamente impopular. En esta situación pone los pelos de punta pensar en una presidencia de MacCain, no digamos su posible relevo en pleno mandato por la prehistórica Sarah Palin. La elite estadunidense pugnará por pasar la factura de la crisis a los demás, en casa y en el mundo, pero topará con fuerte resistencia y el resurgimiento de un gran movimiento popular progresista en Estados Unidos propiciado por la victoria de Obama hallaría aliados naturales en los de otros países, en primer lugar los de América Latina.

Aunque las encuestas lo favorecen y cada día parece más cercano a la oficina oval, Obama deberá sortear todavía innumerables artimañas: padrón electoral rasurado de negros y demócratas, el fraude, el recurso al racismo, la fabricación de un incidente externo y el propio sistema electoral que podría dar la victoria a MacCain no obstante que su adversario lo supere en voto popular si es por un margen estrecho.

A Gustavo Iruegas, latinoamericanista vertical

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