jueves, 11 de septiembre de 2008

Uno de los textos favoritos de una de nuestras más aguerridas compañeras :

Vamos hacia la vida
Ricardo Flores Magón

No vamos los revolucionarios en pos de una quimera: vamos en pos de la realidad. Los pueblos ya no toman las armas para imponer un dios o una religión; los dioses se pudren en los libros sagrados; las religiones se deslíen en las sombras de la indiferencia. El Korán, Los Vedas, la Biblia, ya no esplenden: en sus hojas amarillentas agonizan los dioses tristes como el sol en crepúsculo de invierno.

Vamos hacia la vida. Ayer fue el cielo el objetivo de los pueblos: ahora es la tierra. Ya no hay manos que empuñen las lanzas de los caballeros. La cimitarra de Alá yace en las vitrinas de los museos. Las horas del dios de Israel se hacen ateas. El polvo de los dogmas va desapareciendo al soplo de los años. Las grandes conmociones sociales que tuvieron su génesis en las religiones, han quedado petrificadas en la historia. La revolución francesa conquisto el derecho de pensar, pero no conquisto el derecho de vivir, y a tomar ese derecho se disponían los hombres conscientes de todos los países y todas las razas.
Todos tenemos derecho de vivir, dicen los pensadores, y esta doctrina humana ha llegado al corazón de la gleba como un rocío bienhechor. Vivir, para el hombre, no significa vegetar. Vivir significa ser libre y ser feliz. Tenemos, pues, todos derecho a la libertad y a la felicidad. La desigualdad social murió en teoría al morir la metafísica por la rebeldía del pensamiento. Es necesario que muera en la práctica. A este fin encaminan sus esfuerzos todos los hombres libres de la tierra.

He aquí por qué los revolucionarios no vamos en pos de una quimera. No luchamos por abstracciones, sino por materialidades. Queremos tierra para todos, para todos pan. Ya que forzosamente ha de correr sangre, que las conquistas que se obtengan beneficien a todos y no a determinada casta social. Por eso nos escuchan las multitudes; por eso nuestra voz llega hasta las masas y las despierta, y, pobres como somos, podemos levantar un pueblo. Somos la plebe; pero no la plebe de los faraones, mustia y doliente; ni la plebe de los césares, abyecta y servil; ni la plebe que bate palmas al paso de Porfirio Díaz. Somos la plebe rebelde al yugo, somos la plebe de Espartaco, la plebe con que Munzer proclama la igualdad, la plebe que con Camilo Desmoulins aplasta la Bastilla, la plebe que con Hidalgo incendia Granaditas, somos la plebe que con Juárez sostiene la Reforma.

Somos la plebe que despierta en medio de la francuela de los hartos y arroja a los cuatro vientos como un trueno esta frase inolvidable: ”!Todos tenemos derecho a ser libres y felices¡” Y el pueblo que ya no espera que descienda a algún Sinaí la palabra de Dios grabada en unas tablas, nos escucha. Debajo de las burdas telas se inflaman los corazones de los leales. En las negras pocilgas, donde se amontonan y pudren los que fabrican la felicidad de los de arriba, entra un rayo de esperanza. En los surcos medita el peón. En el vientre de la tierra el minero repite la frase a sus compañeros de cadenas. Por todas partes se escucha la respiración anhelosa de los que van rebelarse. En la oscuridad, mil manos nerviosas acarician el arma y mil pechos impacientes consideran siglos los días que faltan para que se escuche este grito de hombres: ¡rebeldía¡

El miedo huye de los pechos. Solo los viles los guardan. El miedo es un fardo pesado, del que se despojan los valientes que se avergüenzan de ser bestias de carga. Los fardos obligan a encorvarse y los valientes quieren andar erguidos. Si hay que soportar algún peso, que sea un peso digno de titanes. Que sea el peso del mundo o de un universo de responsabilidades.

¡Sumisión¡ es el grito de los viles; ¡rebeldía¡ es el grito de los hombres.

Vamos hacia la vida; por eso se alienta la gleba, por eso ha despertado el gigante y por eso no retroceden los bravos. Desde su Olimpo, fabricado sobre las piedras de Chapultepec, un Júpiter de Zarzuela pone precio a las cabezas de los que luchan. Sus manos viejas firman sentencias de caníbales; sus canas deshonradas se rizan como los pelos de un lobo atacado de rabia. Deshonra de la ancianidad, este viejo perverso se aferra a la vida con la desesperación de un náufrago. Ha quitado la vida a miles de hombres y lucha a brazo partido con la muerte para no perder la suya.

No importa. Los revolucionarios vamos adelante. El abismo no nos detiene: el agua es más bella despeñándose. Si morimos, moriremos como soles: despidiendo luz.

(De Revolución, julio de 1907)

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